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20 años de kirchnerismo deja una  Argentina destrozada social y económicamente

Un gobierno más preocupados por el poder de ellos que por brindarle una solución a gente, desemboca en una situación cada vez más desesperante

néstor kirchner y cristina fernández de kirchner
Descacharreo

En la semana que se fue para jamás volver, nuevamente quedó en evidencia que la historia de la Argentina en materia económica con el kirchnerismo en el poder resulta sumamente catastrófica. Los últimos años se han caracterizado por un constante deterioro que logró no solo la degradación de nuestra calidad de vida sino también una debacle social y cultural sin precedente.

Crisis de deuda, desocupación, crecimiento de la pobreza y la indigencia, un Estado elefantiásico que muchos defienden, pero pocos están dispuestos a seguir manteniéndolo, destrucción de nuestro comercio con el mundo, malas decisiones en materia de política internacional, un sistema educativo en decadencia, hiperinflaciones y la destrucción de varios signos monetarios, pero eso no es todo.

Negocios

Ya que millones de planes sociales y niveles de inseguridad que cada día se alzan con vidas inocentes son una descripción del hoy pero también del resultado de años de una clase política como la del kirchnerismo que rara vez ha tenido como prioridad convertir a la Argentina en un país pujante, moderno y desarrollado. Hace 80 años atrás nuestra riqueza per cápita era similar a la de un norteamericano: hoy ellos gozan de tener 12 veces más riqueza que nosotros.

Sorprende la incapacidad del gobierno para salir de una encerrona que nos empobrece día a día. La inflación, el déficit fiscal y el faltante de dólares en las arcas del Banco Central son temas que derivan de la emisión monetaria descontrolada, del desmanejo fiscal con un Estado que gasta recursos que no tiene y de un cepo cambiario junto a regulaciones que complican el desarrollo del comercio exterior.

SEPARA

Sin embargo, las soluciones que parecen ofrecer el Presidente Alberto Fernández y sus colaboradores resultan bastante alejadas de la realidad, o al menos de las necesidades más inmediatas. Creer que AFIP y la policía aduanera pueden contener la inflación por el mero hecho de revisar precios y clausurar puestos en el Mercado Central parece algo insultante para todos aquellos que cada día intentan no caer debajo de la línea de pobreza.

Reintegrar el 15% de la compra hecha a través de la tarjeta de débito de alimentos y medicamentos a los sectores más vulnerables (con tope de 4.056 pesos, algo así como 8 dólares) como política de Estado para intentar recomponer ingresos a los que más sufren los embates de la inflación, parece un chiste de mal gusto, más aún cuando se sabe que gran parte de aquellos que se encuentran en estado de vulnerabilidad atraviesan la más absoluta informalidad.

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Intentar que mágicamente aparezcan dólares por dar un beneficio cambiario a un determinado sector exportador suena algo iluso. Lo que se liquida hoy, no se liquidará mañana. Más aún, lo que la sequía destruyó, no se liquidará jamás. Incluso quién tenga stock para liquidar –en caso de tener la posibilidad financiera de hacerlo- esperará: la brecha cambiaria y un posible cambio de gobierno vaticinan una corrección en el tipo de cambio oficial.

Tampoco se ha innovado demasiado con cuestiones más abstractas para la gente de a pie: un nuevo blanqueo de capitales que analizará el Congreso trae consigo la esperanza oficial de que algún despistado exponga su capital a un gobierno impositivamente voraz y que ha cambiado sistemáticamente las reglas del juego. Porque eso precisamente es lo único que asegura un blanqueo exitoso.

Es decir, que se respeten los derechos de propiedad y que no se cambien las reglas en la mitad del partido. La última gran apuesta para llegar a las elecciones con relativo éxito es lograr que el FMI adelante los desembolsos futuros -que iban a realizarse durante todo este año-. Los mismos ascienden a 12.000 millones de dólares y con estos se pretende generar estabilidad cambiaria y poder de fuego ante nuevas corridas contra el peso.

La Argentina del kirchnerismo se ha transformado en un país sin rumbo donde todo nos lleva a ninguna parte y donde parece que la discusión es quién pagará el costo de todo lo que se hace mal, si este gobierno o quienes ejerzan el poder a partir del 10 de diciembre. Sin embargo, el costo no lo van a pagar ni unos ni otros: por desgracia, de todo nos haremos cargo una vez más todos nosotros.

Lo mismo ocurre con los piquetes, y es que el mecanismo es siempre el mismo: complicarle la vida a miles de trabajadores que se quedan varados cuando paran subtes o colectivos. Los permanentes cortes de calles y avenidas también impiden la llegada a tiempo al empleo y la vuelta a casa. Cualquier excusa es buena para vedar el paso y la costumbre se ha hecho cultura: ya no solo se impide la normal circulación por reclamos sindicales o de seguridad.

Sino hasta por la más mínima queja. Alumnos de colegios hacen sentadas en medio de la calle sin importarles si por esa acción muchos no llegan a tiempo a sus compromisos o si ponen en riesgo emergencias que requieren de un tránsito más fluido. Escenas de resignación y furia se vivieron entre los que quedaron atrapados más de cuatro horas días atrás en la autopista Riccheri, que conduce al aeropuerto internacional de Ezeiza.

En la semana que se fue para nunca más retornar, piqueteros oficialistas y de la oposición se pusieron de acuerdo para finalizar la Marcha Federal Piquetera frente al Ministerio de Desarrollo Social, en la neurálgica avenida 9 de Julio. La protesta que victimiza a terceros no da para más y es injusta porque castiga a quienes son ajenos a los motivos del enojo. Es hora de que inventen algo distinto.

Lo cierto es que hace tiempo sabemos que el kirchnerismo entregará el poder el próximo 10 de diciembre, dejando a la Argentina peor que como la recibió cuatro años atrás, en 2019. Pero algo ha cambiado en los últimos meses: el punto de partida para el próximo gobierno será mucho más frágil de lo pensado. Aún no tocamos fondo. La degradación económica, social e institucional no se detiene.

En resumidas cuentas, la inflación supera máximos históricos, la pobreza y la indigencia arrastran a miles de familias, el cuestionamiento de los pilares elementales sistema republicano -como la división de poderes- está a la orden del día a causa de un gobierno que no da pie con bola debido a que sus representantes están más preocupados por el poder de ellos que por la propia gente en una situación cada vez más lamentable.

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