Fue cuestión del destino. El jueves, el guía de pesca Rubén Giménez tendría que haber entrado al dique de Termas de Río Hondo temprano a la mañana con un grupo de pescadores, pero la noche anterior cancelaron la excursión. Pero no se quedó con las ganas y junto a su suegro, Víctor Hugo Perez, aprovecharon para probar el motor nuevo de la lancha. A las 11 ya estaban en el lago, las aguas masas y el sol resplandeciente sobre sus cabezas. A eso de las 17, cuando ya se habían resignado a no tener ningún pique y después de destapar una cerveza, se produjo el violento tirón que casi le parte en dos la caña. En las profundidades del agua y del otro lado de la línea, un dorado descomunal, de esos que hace décadas no se ven por ahí, daba la pelea de su vida. Fueron cuarenta minutos de lucha.
“La caña se dobló por completo, casi a punto de estallar, cuando la quería sacar del posacañas no podía, le pego un cañazo y no había forma de hacerlo subir, le pego otro y nada. Recién cuando estuvo cerca de la lancha, se sintió una explosión en el agua”, relata todavía emocionado el guía. Fue cerca de una empalizada y a diez metros de profundidad, en la zona donde se encuentra sumergida la antigua Villa de Río Hondo, justo ahí el dorado descomunal se prendió del señuelo y comenzó una lucha palmo a palmo por soltarse.
Según cuenta el guía, cada vez que sale a pescar por su cuenta, es decir, cuando no sale en una excursión con sus clientes, tiene la costumbre de buscar los dorados monstruosos que habitan en las entrañas profundas del lago. “Yo tengo un método”, asegura y explica que consiste en buscar los peces entre las piedras, en lo hondo, donde los señuelos suelen engancharse y los pescadores no se arriesgan a perderlos. Ahí, donde pocos los buscan y él sí, están los titanes del dique: “Yo fui a buscar el dorado grande, a veces que me arriesgo a no sacar nada, pero otras veces doy el batacazo. Es otra forma de pescar, cuando yo traigo gente los tengo que hacer pescar, lo que sea y como sea”.
Fueron 40 minutos de lucha intensa en la cual el pez buscaba con todas sus fuerzas meterse entre los palos. “El bicho tiraba para ahí y yo no uso multifilamento, sino tanza de 0,40 milímetros”, recuerda con la emoción colada en la voz. Pero finalmente pudo arrimarlo y, al momento de subirlo a la lancha se sorprendió: era una verdadera bestia, de esas que extrañamente se ven por ahí.
Fue tanta la emoción y tantos los nervios de subir semejante pez a la lancha que Víctor Hugo, su suegro de 77 años, no alcanzó a filmar la pelea entre el pescador y el dorado. Lo que si quedó capturado en el video fue el emotivo momento de la devolución del gran dorado al agua: “Lo más importante es la devolución, hoy en día la gente no te cree que si sacás algo así lo largás de nuevo”. Antes, hubo tiempo de pesarlo: 23 kilos, de acuerdo a lo que indicaba el bogagrip, aunque puede que hayan sido más. El instrumento no dio abasto, nunca había pesado una bestia de semejante calibre.
“Hacía mucho que no sacaba uno tan grande. Es difícil dar con estos bichos porque habitan bien en lo profundo, hace por lo menos 10 años que no se veía algo así aquí”, destaca Rubén Giménez, que hace 25 años es guía y en tanto tiempo fueron muy pocas las veces que se enfrentó a un dorado así; un dorado que ahora sigue nadando por ahí, esperando el próximo combate.
Mirá el video de su liberación: