Alberto Fernández es un presidente formal que, a esta altura, no maneja casi ninguno de los resortes del poder. Está parado sobre arenas movedizas y por eso, cada vez que se mueve, se entierra más. En su intención de tener aunque sea, una iniciativa, inventó un homenaje a los casi 100 mil fallecidos por la pandemia y terminó consagrándose como el Presidente de la hipocresía y el cinismo.
Y eso fue todo lo que exhibió con obscenidad una puesta en escena de Tristón, el ministro de propaganda y venganza. Y encima, ni siquiera fue original porque se trató casi de un plagio de un acto que realizó Alemania, encabezado por Angela Merkel. La sobreactuación fue tan chocante que se convirtió en una falta de respeto a los casi cien mil fallecidos a los que toda la sociedad debe rendir un homenaje sincero, no como el de antes de ayer.
Y a los que el gobierno debe pedirles perdón por su responsabilidad en la multiplicación de las personas que dejaron de existir. Pero no hubo ni siquiera un amague de autocrítica o un ofrecimiento de disculpas. Alberto Fernández, que fue enfocado en primer plano mientras derramaba algunas lágrimas, en su discurso dijo que quedó demostrado “lo peligroso que es el egoísmo” en las catástrofes.
Fue tan grande el bochorno televisado con formato cinematográfico que no quisieron participar ni la vice presidenta Cristina Kirchner, ni su hijo Máximo, ni el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, que se burlan de la incapacidad del presidente y son los que realmente mandan en la Argentina. También hay que decir que Cristina Kirchner huye de las tragedias porque no quiere contaminarse con las responsabilidades.
Quedará en la historia de lo más nefasto de la política aquella afirmación de Alberto Fernández de que prefería tener un 10% más de pobres y no 100 mil muertos. Lamentable y dolorosamente, el presidente superó ambas cifras. Aumentó casi el 30% la pobreza desde que asumió y es inevitable que superemos los cien mil fallecidos. Fue un homenaje a las víctimas de su propia negligencia. Montaron un show deleznable con los muertos.
Tal vez Alberto Fernández pensó que con la cadena nacional que hizo, colocando una rosa blanca y encendiendo una vela, podía lavar sus culpas. Por el contrario, el presidente solo puso en evidencia que las negociaciones opacas y sospechosas con la compra de vacunas, las brutalidades que declaró y las pésimas decisiones que tomó, las va a tener que explicar algún día ante los tribunales.
Tal vez le tocará estar sentado en el banquillo de los acusados junto a Ginés González García, uno de los principales autores intelectuales y materiales de estos crímenes de lesa inutilidad. La escenografía incluyó barbijos negros, un smoking de luto de la primera dama, violines, drones, representantes de todos los cultos y ni un solo familiar de las víctimas. Faltaron los familiares, la vergüenza, el sentido común y la sensibilidad social. Sobraron la hipocresía y el cinismo.