El frío y la lluvia de este sábado confabulan para bien con el silencio de las sirenas del servicio de emergencias del 107. La actividad es casi nula. Eso es bueno, porque si estuviéramos en un día de esos conocidos como normales, este lugar sería lo más parecido a un volcán en erupción. Las operadoras de los cuatro teléfonos de la base no darían abasto, lo mismo con quienes distribuyen el juego entre los móviles apostados a la espera de novedades poco bonitas.
El Tucumán de día, pero sobre todo el Tucumán de noche suele ser una especie de infierno conducido hacia un cuello de botella de accidentes viales, en su mayoría protagonizados por motociclistas cuyo final no es otro que la muerte. Cielo o infierno. La inconciencia es enorme, devastadora, me confía Juan Ángel Palavecino, el subdirector del servicio. “La gente no tiene respeto a la vida, ni a la propia ni a la ajena”, así confirma la realidad este cardiólogo con 10 años de acción, entre tareas de trinchera y escritorio.
La vida no vale nada. Es horroroso decirlo, pero los casos de accidentes fatales han ido en aumento a un ritmo caníbal. Año a año. “La provincia se ha vuelto muy violenta”, reconoce Palavecino y me acerca datos estremecedores: “solo en el Gran San Miguel de Tucumán, que incluye Banda del Río Salí, Alderetes, Yerba Buena, San José y Tafí viejo, el promedio de muertes por día es de una persona. Pero suele pasar que durante los fines de semana la cifra ascienda, de dos a cuatro por día”, eso, de viernes hasta domingo. Un espanto.
La guardia nocturna de los médicos es de 12 horas. De 19 a 7 y de 7 a 19. “Hemos visto todo lo que puedas imaginarte y lo que no también”, reconoce Lizia Barreiro, de especialidad generalista y con quien compartiré gran parte de la noche en el móvil 8, en compañía de Roque, el chofer especialmente entrenado para maniobrar esta aparato gigante con el que llegamos a volar a 90 kilómetros por hora por calles dinamitadas.
El poder del macho Alfa
Mi debut en emergencias es un caso, a priori, confuso: camioneta choca peatón y se da la fuga. Esa fue la primera y única versión en el lugar de los hechos. Hasta acusaron a la mujer de un comisario de la zona. Nosotros no podemos comprobar el tema, ese es asunto de la policía. El médico, en este caso Lizia, fue a socorrer.
Estamos en Ejercito del Norte al 2.000 y pico. La gente se concentra formando un círculo frente al señor que zafó de milagro de estrellar su cabeza contra el cordón de la platabanda que divide ida con vuelta.
El humor de los vecinos no es el mejor.
Los primeros que ligan caras largas son “Lizzy” y Roque. Da la impresión de que ellos son el enemigo. El mundo al revés.
Dudo en bajar.
Cuando la policía calma la marea de gruñones avanzo los tres metros que me separan del accidentado y los médicos. “Lizzy” actúa con la velocidad de una liebre. Controla al herido y a la gente, con una sonrisa. Roque baja la camilla. “Lizzy” inmoviliza el cuello del herido y después lo sube a la ambulancia, con ayuda de Roque y evitando manos inservibles que no hacen más que embarrar la cancha.
Los de afuera no son de palos. Varios de los amigos del Roque magullado, que lleva varias copitas de más en la sangre, piden justicia. No es momento ni el lugar. No somos la ley.
Estando ya en el habitáculo, Roque pide bajarse. Asegura ser un león que sufrió peores golpes en las tribunas de diferentes canchas de fútbol. “Hasta botellazos en la cabeza me dieron y seguí peleando. Mirá cómo vengo a perder el invicto… No, no puede ser”. “Lizzy” hace las pruebas de rutina, controla que lo de Roque son solo golpes y le recomienda un inyectable que lo calmará cuando se le pase el efecto de la bebida. Ella jamás le hará saber a su paciente que nota su borrachera. Pícara. Primero, Roque se niega, pero después acepta. Colita pinchada y listo. “Gracias, madre”, agradece el hombre. “Hay gente que seguramente necesitará de su asistencia más que yo”, todo un león el amigo.
A la base, nos vemos. La noche está en pañales: 20.20.
Las manos de Jesús
Nos olvidemos de las salidas. Vamos por historias, recuerdos crudos que invaden el silencio de un edificio enorme y frío a la vez. Mientras no hay movimiento, los médicos disponen de lugares para descansar. Mujeres y hombres por separado. Choferes aparte.
Estoy en el comedor. Quiero conocer algo más de “Lizzy”, mamá de dos nenas y quien lleva consigo un sentir casi idealista de la medicina. Nada de frialdad. Para ella, esto es servicio y bienestar. “Trato de hacer sentir bien a la persona que atiendo, que sepa que estamos para ayudarla”, todo bien con eso. A veces no alcanza.
Las visitas a domicilio son una verdadera Caja de Pandora. “Fuimos a una que no era la primera vez. Tratamos a un muchachito. El cuadro, a ojo, era de convulsiones. No reaccionaba, hasta que abrió los ojos. Era como si nada hubiese pasado. Se levanta del suelo, busca una silla donde sentarse, agacha la cabeza y me dice, ‘no te vayas’. Le respondo que debemos seguir. Entonces empieza a murmurar nada que pueda entenderse. Cuando le doy la espalda, se me abalanza y comienza a ahorcarme. ‘Soy Jesús, quédate conmigo”, me dice. Madre santa. Por suerte, la cosa no pasó a mayores. La madre del paciente hablaba de que su hijo estaba poseído, que el demonio no lo dejaba vivir y que necesitaba ayuda. Exorcismo a la vista…
***
Entre mate y mate, Palavecino me cuenta cómo funciona el sistema y lo aceitado que está. Los traslados están divididos, dependiendo el cuadro. “Todo lo que es trauma grave y trauma de cráneo, va hacia el Padilla. Y todo lo que es trauma leve, quirúrgico abdominal y cardiológico, al Centro de Salud”.
En total, Salud de la provincia dispone de una flota de 120 ambulancias repartidas a lo largo y ancho del mapa. Hay de diferentes tipos y prestaciones. Lo que Salud no puede evitar a diario es que chicos realmente chicos pierdan la vida. “Estamos por debajo de la media nacional, que es de 40 años para abajo. El promedio acá va de 35 a 15 años. Es una locura. Creo que quienes salen en moto piensan que son indestructibles”.
El primer caso de Palavecino a bordo de una ambulancia data de cuando trabajaba para una empresa privada. “Hace años”. Lo que vivió esa noche sigue tan presente como su hubiese pasado recién. “Cuando estás en una ambulancia tenés que hacerte una coraza. Sí o sí. Nunca sabes lo que podés ver”.
No fue lo que vio esa noche Juan, sino lo que palpó. El accidente se produjo cerca del pie del cerro. Mala maniobra del motociclista, caída y golpe con la cabeza al guard rail. “El vago estaba despierto pero desorientado y combativo. Me decía cualquier cosa. Tenía toda hundida la zona de la nuca. Al palparlo, era como destapar una olla. Se le habían desprendido el cuero cabelludo y parte del cráneo”, el paciente murió pocas horas después en un hospital.
La última llamada
Entre lo más desesperante que alguna vez pude haber escuchado está el audio de una señora que muere pidiendo asistencia. Desde el 107 nada falló. Esta señora, que padecía obesidad mórbida, generalmente, dejaba una llave de su casa con un vecino, por cualquier eventualidad. El día de su fallecimiento el vecino no estaba y los médicos jamás pudieron asistirla. El audio es aterrador. La operadora hizo todo lo que pudo para ayudar.
Los médicos intentaron derribar la puerta de acceso. No pudieron.
Los médicos intentaron entrar a la propiedad saltando la tapia. No pudieron. La puerta de atrás también estaba bloqueada.
Los médicos escucharon en vivo la conversación de la operadora y esta mujer. Fueron, en total, 10 minutos hasta que la ambulancia llegó al lugar. Y otros 10 de la operadora intentado mantener viva a esta señora.
El último aliento se escuchó como un gemido vacío. Lo que siguió después fueron cuatro minutos de la operadora intentado saber de la mujer. Nadie pudo hacer nada por salvarla. El destino así lo quiso. Falleció de un infarto.
Conciencia cero
El 50% de las llamadas que se atienden en el 107 son falsas. Es increíble pensar que alguien embrome con esto. Pasa todos los días. “En otras provincias es peor”, compara Palavecino. No le puedo creer. Tengo que hacerlo.
Le consulto sobre la operadora que estuvo en el caso de la mujer que perdió la vida al teléfono. Ella está bien. Se la contuvo con especialistas. A partir de ese caso, en el 107 se creó el departamento de salud mental, el mismo que actuó con los familiares de las víctimas del trágico accidente de La Madrid en el que murieron 15 turistas que viajaban de Mendoza hacia Termas de Río Hondo.
Ni operadores, ni médicos, ni enfermeros, ni choferes. Nadie se salva de los coletazos de la maldad de la Parca.
Alguna vez un Falcón que venía de Tafí Viejo hacia la ciudad se incendió a mitad de camino. Ese Falcón no tenía tanque de nafta. Quien lo manejaba no tuvo mejor idea que improvisar con un bidón de nafta y una manguera. En ese auto murió calcinado un nene de dos años.
AUTOR
Leo Noli LA GACETA