Fiel a su estilo apaciguador, poco entrometido y comprometido con los arreglos pacíficos en los problemas internacionales, el máximo pontífice dijo estar “cerca del querido pueblo cubano en estos momentos difíciles”. Además, invitó a la población insular a encomendarse a la paz. Agregó que “reza al Señor para que ayude a construir en paz, diálogo y solidaridad, una sociedad cada vez más justa y fraterna”.
Sin embargo, la realidad es que no se entiende ciertos silencios de Su Santidad. Al igual que ocurriera con la aprobación del aborto en su país, Argentina, el Papa Francisco ha guardado silencio respecto a los sucesos de Cuba, en los que ha muerto, que se sepa, al menos una persona, por no hablar de los cientos de detenciones consecuencia de las pacíficas protestas de la población.
Cuesta entenderlo, y mucho, cuando vemos que el Papa estos días ha enviado diversos telegramas, como la bendición al nuevo superior de los Franciscanos, la oración por las víctimas del incendio de un hospital en Irak, o el de ayer por la tarde, en el que se mostraba “profundamente afectado” por las inundaciones en Alemania, también acordándose de las víctimas.
¿No pudo dedicar antes de lo que lo hizo unas palabras de aliento a la población de Cuba, que sufre bajo el yugo del régimen comunista? Cuesta entenderlo cuando, por citar un ejemplo reciente que tuvo una repercusión mundial, el Papa Francisco se pronunció acerca de la muerte de George Floyd, el hombre negro asesinado a manos de la policía a finales de mayo de 2020 en Estados Unidos.
Lo cierto es que, hasta que se pronunció ayer, en la Santa Sede primó el silencio ante la represión y los crímenes de la dictadura comunista en Cuba. Ni la detención del padre Cástor Álvarez, brutalmente golpeado y detenido en Camagüey cuando defendía a unos jóvenes manifestantes, consiguió acabar con el condenable silencio que mantuvo el Vaticano ante las protestas pacíficas de miles de cubanos exigiendo el fin de la tiranía comunista.
Las razones hay que buscarlas en el viaje que el Papa Francisco, siempre tan comprensivo con los sátrapas de la izquierda, realizó a Cuba en septiembre de 2015 y en la que mostró total sintonía con el tirano Fidel Castro como muestran las imágenes de aquel viaje. En ellas puede verse a Francisco en actitud cariñosa con el tirano, ya entonces gravemente enfermo y que fallecería al año siguiente a los 90 años de edad.
Basta decir que el Papa ofició una misa ante 3.500 invitados, entre los que destacaban el entonces presidente cubano, Raúl Castro, y la entonces presidenta Cristina Kirchner. El papa pidió a los cubanos “cuidar y servir de modo especial a los más frágiles”, pero en ningún momento exigió libertad para el pueblo cubano, adoctrinado en el ateísmo como en cualquier otro régimen comunista.
El estallido de las protestas ha coincidido con la reaparición del Papa Francisco tras la operación intestinal a la que fue sometido el domingo 4 de julio. Desde un balcón del décimo piso del hospital Gemelli de Roma, Francisco pareció más preocupado por el cambio climático que por el destino de los cientos de cubanos desaparecidos y muertos en las protestas a manos de los sicarios castristas. “Cuidar la salud de los mares, nada de plástico en el mar”, reclamó.
Enemigo histórico del comunismo, ya pocos recuerdan que Fidel Castro fue condenado al infierno por el Vaticano el 3 de enero de 1962. Aquel día, el tirano fue excomulgado por un interdicto que se mantuvo hasta el día de su muerte, aceptado por el Papa Juan XXIII. La pena duró 54 años, hasta el 25 de noviembre de 2016. La actitud cobarde del Papa Francisco contrasta con la de Juan Pablo II.
Y es que en 2003 escribió a Fidel Castro para manifestarle “su profunda pena” después de la ejecución de tres personas que secuestraron una lancha de pasajeros para escapar de la isla y le pidió “un gesto de clemencia significativo” para los otros cubanos condenados. Debería aprender el Papa Francisco que es un deber moral, jurídico, humanitario comprometerse con una vida democrática y respetuosa de los derechos, aquí y ahora.