Llegó de Corea con 12 años, en plena dictadura. Vivió como inmigrante ilegal sin saber el idioma ni conocer la cultura, en Fuerte Apache, y Raúl Alfonsín lo salvó de que fuera deportado con su familia. Creó una empresa y se fundió en 2001. Creó otra empresa que estuvo a punto de quebrar otras tres veces, pero sobrevivió. Hoy le da empleo a 180 personas y quiere ir a los Estados Unidos a competir con los famosos termos Stanley. Esta es la historia de Dante Choi y el arte de perderlo todo y volver empezar.
La historia antes de la historia
La historia de Dante comienza antes, con su padre. “Él nació en la década del ‘20, en el norte de Corea. En ese entonces Corea era una colonia japonesa, un país feudal, agrícola. Su familia era más o menos acomodada, pero cuando cumplió los 21 años, los japoneses lo llevaron como esclavo de guerra, como a muchos coreanos, para producir y fabricar en sus industrias bélicas. Muchos fueron utilizados en el sudeste asiático como escudos humanos cuando invadieron los norteamericanos, volvió muy poca gente”, cuenta.
El padre de Dante fue desplazado a Hokaido, una isla al norte de Japón. Vivió 3 años trabajando en una mina de carbón. “Él decía que durante tres añosno pudo ver el sol. Porque iba a la tierra antes del alba y regresaba de la tierra cuando ya había anochecido”, recuerda su hijo.
El papá de Dante sobrevivió la Guerra Mundial y al trabajo esclavo. Japón había quedado destruido y a nadie le preocupaba el destino de los esclavos coreanos. El hombre caminó desde Hokaido a hasta Fukuoka, que queda frente a la ciudad coreana de Busan. Allí esperó hasta poder tomar un buque y cruzar. Desde allí caminó hasta su pueblo en el norte. Demoró seis meses en completar a pie un trayecto de 3000 kilómetros.
Pero su historia no termina allí. El comunismo se instaló en Corea. Con la reforma agraria, el padre de Dante volvió a perderlo todo. Estalló la guerra coreana y fue enviado al frente.Pero logró escapar, solo que al entregarse a los soldados estadounidenses lo mandaron directamente a un campo de concentración en el que pasó otros dos años. Al terminar la guerra en 1953, el gobierno de Corea del Sur le dio la posibilidad a los prisioneros de regresar al norte o quedarse allí.
“El sabía que si volvía lo iban a fusilar, por desertor. Se quedó, sabiendo que dejaba a toda su familia”, cuenta Dante. Su padre se volvió a casar en 1960 y él nació en 1965. Doce años más tarde, la familia viajó a la Argentina. “Fue una persona que varias veces en su vida perdió absolutamente todo. Las cosas que yo viví, al lado de lo que vivió mi papá, no son nada. Heredé su resiliencia”.
La llegada a la Argentina
Dante (su nombre de origen es Do Sun Choi), sus padres y su hermano menor llegaron a la Argentina en 1977, en plena dictadura militar. Ingresaron por Paraguay, porque el Gobierno militar había instalado una política migratoria más restrictiva. “La Argentina era un país muy reconocido en Corea como país próspero, la ‘pampa húmeda’, la ‘París de Sudamérica’. Había un anhelo de llegar a la Argentina con una promesa de tener una mejor calidad de vida”, recuerda.
“Nos asentamos en Fuerte Apache, que no era lo que es ahora, era un lugar mucho más habitable, pero igual un lugar muy difícil. Yo me preguntaba entonces si habíamos hecho bien en llegar de Corea a Fuerte Apache. Éramos muy pobres económicamente, pero lo que más me dolía era ser pobre culturalmente, ser un marginado, discriminado. Me llevó años adaptarme”, agrega.
El temor de perderlo todo y la carta para Alfonsín que les salvó la vida
No conocían el idioma, ni las formas culturales argentinas. Hasta 1983 vivieron indocumentados, como inmigrantes ilegales. Dante ingresó en un colegio público, pero lo echaron al primer trimestreporque no tenía documentos, entonces ingresó a un instituto privado, pero cursó como oyente.
“Uno tiene la casa, va al colegio, tiene amigos, y sabe que todo eso puede desaparecer de un día para el otro. De hecho, mi padre llegó estuvo a punto de ser deportado. Vivir con esa permanente sensación de miedo todavía me perdura”, dice.
Raúl Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de 1983. El 11 de diciembre Dante se tomó el colectivo 2 en Liniers hasta la Casa Rosada para presentar una petición. Cuando llegó, la fila de personas era enorme: “Me desmoralicé, me imaginé que sería gente que vendría por cuestiones de desaparecidos”. Entonces pensó que, con esa multitud entregando peticiones nadie iba a leer la suya, la de un inmigrante ilegal. “Llegué a la recepción y al entregar la carta, pregunté con inocencia, ‘la van a leer?’. La persona que la recibió se enojó y me reprochó, ‘¿usted duda del Presidente?’. Sentí mucha vergüenza”.
Solo una semana después recibieron respuesta: “Nos dijeron que recurriéramos al director de inmigraciones. Fuimos la primera familia que recibió la radicación con el gobierno democrático. Nos salvó la vida”.
Convertirse en empresario
Con 19 años, Dante empezó a trabajar en una multinacional coreana, Daewoo Corporation, como traductor de pliegos de licitaciones. Pensaba trabajar dos o tres meses, durante las vacaciones y se terminó quedando 15 años en la empresa. “Todo lo que aprendí, lo aprendí trabajando, no tuve buena educación”, dice. Comenzó su propio emprendimiento en 1998, sin mucho dinero, pero con conocimiento del negocio de venta de insumos electrónicos y contactos comerciales locales y en oriente.
“Las cosas fueron bien los primeros años. Pero en el año 2001-2002 lo perdí absolutamente todo”, cuenta. En 2003 decidió crear Goldmund: no tenía más que una secretaria y un cadete, y en 2004 adquirió la marca Peabody. Sobrevivió tres recesiones más. A fin de este año espera tener contratadas 230 personas.
“Somos hijos de la crisis. Fue un momento en el que hubo como un terremoto. Un terremoto destruye todo, pero deja grietas en las que surgen nuevas empresas. Son muy pocas las compañías nacidas en la crisis que hoy quedan en pie. Es muy difícil en la Argentina fundar un negocio, tributar todo, tener todo en regla, crecer y lograr una marca y posicionarse en el mercado”, sostiene.
Pese a todas las veces adversidades, nunca pensó en regresar a Corea. “Me casé muy joven, a los 21 años. Ahora tengo una hija de 29 años. Me hice mi vida aquí. Me divorcié, estoy en pareja, tengo dos hijos, mi empresa está aquí. Me costó mucho construir mi lugar en este mundo, en este país, y mi vida está aquí. No me planteo vivir en otro lado”, dice.
Abrió filiales en Paraguay y en Uruguay. Y ahora en Florida, Estados Unidos, donde busca instalar el E-termo, el termo Smart que calienta agua y ya se vende en la Argentina. Se sorprendió, asegura, de lo fácil que es hacer negocios en otros países.
¿El argentino no romantiza sus dificultades? “Obviamente, los argentinos nos romantizamos. Es una situación que venimos creando hace muchos años, tenemos la sociedad que tenemos. Cuatro veces en mi vida me fundí o estuve a punto de fundirme. Pero también algo de verdad hay: entre tanta crisis, un argentino se va entrenando y va adquiriendo la capacidad de aggiornarse y adaptarse a las dificultades”, responde Dante.
“La dureza de la vida que tuve cuando yo era chico me ayuda a salir de todo. Sin esas experiencias no sé si habría sido capaz de salir de todas las crisis. Cuando era chico las opciones que me daba la vida eran tan acotadas que yo tenía que persistir, aunque me dijeran que no, persistir y seguir insistiendo”, concluye.