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“Hipocresía presidencial”

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Vacunación Dengue

No es lo peor que ha hecho, pero seguramente esto fue lo más trascendente; nos referimos a las fotografías del cumpleaños de la pareja de Alberto Fernández en la residencia presidencial, en julio de 2020 y en plena “cuareterna” en lugar de cuarentena. Ya sabíamos que estábamos ante un hombre manejado por la titiritera patagónica Cristina Kirchner, pero ahora también que es un descarado que documenta sus fechorías.

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Más allá de su desprecio a las autoritarias e inconstitucionales normas dictadas por él mismo, que permitieron que la policía nos persiguiera y encarcelara por violarlas, ratifica que carece de todo principio moral, que es un caradura y un mentiroso serial que hasta hoy, cuando todo ha trascendido y está probado, insiste en que sólo recibió visitas vinculadas a la gestión y que la culpa de esta violación flagrante corresponde atribuirla a su mujer.

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Cumpleaños de Fabiola Yáñez

Mientras a todos se nos impedía el contacto con nuestros seres queridos, trabajar para subsistir, y acompañar y enterrar a nuestros muertos, este “señor” hacía fiestas multitudinarias y lograba que su perro tuviera muchas más clases presenciales que los chicos. En países serios, el presidente ya habría renunciado, pero aquí los pedidos de juicio político ya presentados en el Poder Legislativo no prosperarán.

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Y es que, porque para aprobarlos se necesitan los dos tercios de los votos, imposibles de reunir para la oposición. El oficialismo, como siempre hizo el peronismo con todos los delincuentes que conviven bajo su protector escudito, usará sus mayorías para reiterar su inveterado accionar de convertir al Congreso en un aguantadero de todo tipo de criminales, desde ladrones de guante blanco hasta presuntos abusadores, como José Alperovich.

¿Qué hacían Alberto Fernández y su raro entorno cuando un padre tuvo que ingresar a Santiago del Estero caminando con su hija moribunda en brazos porque se le impidió hacerlo en auto, cuando un joven se ahogó en un río formoseño porque no le permitieron entrar al feudo de Gildo Insfrán por vías normales, cuando una joven moría en un pasillo de hospital por falta de camas o cuando la policía mató a quienes, por necesidad de trabajar, resistieron el aislamiento?

Las lacerantes y catastróficas heridas que este gobierno produjo en el ya arrasado tejido social, traducidas en casi 109.000 muertos, miles de empresas quebradas, emigración de la mejor juventud, millones de pobres, hambre generalizado, deserción escolar, violencia intrafamiliar, narcotráfico rampante, en razón de la ideologización, la corrupción y los negociados en la compra de insumos, la sideral demora del proceso de compra y aplicación de las vacunas, y la lista de personajes VIP para recibir de inmediato las inoculaciones, etc.

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Son todas hitos de la larga decadencia nacional y no debieran ser olvidadas ni perdonadas por la ciudadanía a la hora de votar. El Gobierno nacional se ha transformado en una casta privilegiada que pesa enormemente sobre las espaldas de un Estado fallido y, además de actuar en muchos casos como señores feudales, se considera exceptuado de respetar las reglas que rigen la vida del resto de los ciudadanos.

Para colmo, el presidente no pidió disculpas. Tampoco se condolió con los millones de argentinos que acataron a rajatabla sus disposiciones quedándose en casa durante meses sin poder acompañar a sus enfermos ni despedirse de sus muertos. Ni una palabra para los miles de médicos, enfermeros, camilleros y personal de salud que dejaron el alma y la piel tratando de salvar vidas. Ni una palabra.

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Alberto Fernández aprovechó el momento para fustigar a los denunciantes a quienes hizo cargo de lastimar al dulce montón de los invitados al festín exponiéndolos en los medios. Ahora resulta que mientras todos extremábamos los recaudos y la imaginación para seguir funcionando aislados y con distancia social, Olivos fue “casi una ciudad” y él recibía personas ya no de a diez sino de a cientos. Concluyendo: la culpable es Fabiola y no va a volver a ocurrir.

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Eso fue todo y sanseacabó. El Presidente debería saberlo, corren tiempos de transparencia, no hay manera de esconder, de ocultar, de negar, de falsear hechos o situaciones por mucho tiempo. La verdad se termina imponiendo. La capacidad de registro, visualización, almacenamiento, acceso y cotejo de imágenes, videos, audios y testimonios que permiten las nuevas tecnologías desdibuja, borronea el límite entre lo público y lo privado.

El Jefe de Estado parece no registrar las marcas de este tiempo. No se comprende si es o se hace el distraído. Desconcierta tanta desaprensión. Preocupa la liviandad con la cual Alberto Fernández se maneja en cuestiones tan sensibles. Frente a lo irrebatible el Presidente no atina a reaccionar más que con enojo. Ofuscado contraataca, reparte culpas, señala presuntos responsables.

En la arremetida, Alberto Fernández no hace más que hundirse frente a la consideración pública, profundiza el deterioro de su imagen y acicatea a los que agrede a ir por más constataciones que no tardan en aparecer. De esta manera, se va encerrando en un círculo que lo termina acorralando. Es grave lo que está pasando. No se trata de una fiesta de cumpleaños. No se trata de un error ocasional.

Se trata de una afrenta, de un destrato, de una burla soterrada a la sensibilidad colectiva. De un ninguneo. De un ostensible desprecio por el concepto de igualdad ante la ley. “El Estado te cuida”, reza el eslogan oficial. El Estado te cuida y el Presidente te miente y te toma por estúpido. El Presidente que fue de nota en nota, de discurso en discurso durante toda la semana tras ensayar una deslucida justificación, retomó sus tareas de campaña arremetiendo contra Macri.

La oposición reacciona y evalúa un juicio político. Una apuesta no exenta de riesgos, los números no dan y en caso de ser removido el Jefe de Estado, la línea de sucesión conduce a Cristina Kirchner. El remedio y la enfermedad. Se pone en marcha una comisión investigadora que tiene como curiosa misión investigar si el Presidente viola los decretos que él mismo dicta e impone al común de los mortales. Todo muy raro.

Hay dentro del Gobierno nacional quienes temen que las consecuencias de este patético vodevil terminen perforando el piso duro del 30% que el kirchnerismo supone consolidado en el estratégico conurbano. Y es que si la resignación de la mayoría, un sentimiento que los analistas reportan en las últimas semanas, deviene bronca, las cosas se van a complicar para los socios del Frente de Todos.

Todavía es imposible medir el impacto que este zafarrancho de combate tendrá sobre las decisiones de los que están dispuestos a ir a votar. En lo inmediato a las repercusiones políticas se suman las judiciales. El fiscal Ramiro González intimó a Casa Militar a que informe en el plazo improrrogable de cinco días los datos requeridos de ingresos y egresos, con detalle de los motivos de las visitas e identidad del funcionario que las autorizó.

La Justicia apunta a establecer si se han perpetrado conductas violatorias de las restricciones en el marco de la emergencia sanitaria encuadrables en los art 205 y 248 del Código Penal. El primero penaliza a los que violen las medidas adoptadas para impedir la introducción o propagación de una epidemia. El segundo es el que no ejecuta las leyes cuyo complimiento le incumbiere.

El hecho es político en su esencia. Es cosa pública. Inapelable. Si las contradicciones permanentes de Alberto Fernández llevaban a dudar sobre quién era realmente el Presidente, la impunidad clandestina en Olivos ofrece respuestas que cada argentino sabrá encontrar en la escala de lo que es justo y no es justo, de lo que es verdad y de lo que es mentira. Y claramente por sus propias palabras, el Presidente no toma dimensión de la gravedad de lo ocurrido.

Cuando hay miles de argentinos a los que les abrieron causas, les secuestraron el auto, les cobraron multas de altísimo costo por incumplir la cuarentena, él cree que se las puede arreglar con un “lamento que haya ocurrido, debí haber tenido más cuidado”. Cuando debería haberse puesto a disposición de la Justicia si tuviera respeto por sus conciudadanos, por su propia palabra y por los sufrimientos que atravesaron los que sí cumplieron las normas que dictó.

Incluyendo la cruel distancia con sus seres queridos al momento de morir. El Presidente no tuvo respeto y no lo reconoce. O peor, el Presidente no tuvo respeto y no le importa. Tal cual viene planteado, este asunto, excede el contexto electoral. Un escenario complejo en el que nadie la tiene fácil. El relato kirchnerista cruje con estos escándalos y la oposición no logra articular una narrativa que enamore. La agenda de la política no logra reencontrarse con la de la gente.

Sin embargo, aún estamos a tiempo de salvar a la República y a su Constitución, enviando al kirchnerismo al pasado. Para lograrlo, es absolutamente imperioso que dejemos de lado el miedo que nos han inducido y vayamos masivamente a votar en las PASO y en las legislativas, y que fiscalicemos de verdad las elecciones, para evitar el monumental fraude que ellos necesitan concretar.

Quien dude de esa afirmación no tiene más que ponerse en la piel de Cristina Kirchner y pensar qué sabe ella que le sucederá si no consigue alcanzar los dos tercios del Senado y el quórum propio en Diputados, quedará a tiro, sin fueros, de las volubles veletas que coronan el edificio de los tribunales federales, la historia la condenará y su proyecto hereditario de perpetuación desaparecerá para siempre.

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