Alberto Fernández ya se siente presidente. Lo imaginó hace años, después se acostumbró a la idea de que no lo lograría y, aún antes del triunfo en las PASO, volvió a convencerse de que su sueño se haría realidad. Y ahora, como suele ocurrir cada vez que se está a punto de alcanzar algo que se deseó profundamente, parece tener un nuevo objetivo. Alberto Fernández ya no sueña solo con ser presidente, sueña con ser un presidente como Néstor Kirchner.
Sin haber llegado todavía a la Casa Rosada, se mira en el espejo de quien fuera su jefe. El único jefe que pareciera reconocer. De hecho, durante una reunión que mantuvo esta semana, y ante un comentario que nada tenía que ver con la política, aseguró: “Yo no tengo jefa”.
Su modelo es el de Néstor, no el de Cristina. Tanto a la hora de pensar su gabinete como de proyectar su relación con sindicalistas y gobernadores. Asegura que ellos tendrán un rol que no tuvieron durante los ochos años en que gobernó la ex presidente. ¿Convicción o necesidad? Lo cierto es que ese respaldo –y el que le darían los votos que espera obtener en octubre- sería lo que precisa para implementar las medidas que tendrá que tomar para tratar de empezar a sacar el país del pantano en el que lo recibirá.
No transmite preocupaciones ni ansiedades, aunque algún colaborador se haya animado a comentar que últimamente lo vio comer un poco más de lo que acostumbraba. Estos días frenéticos, lo han encontrado más hipnotizado frente a los televisores que repetían una y otra vez las imágenes de cuando se bajaba del auto y entraba a sus oficinas que ante las que reflejaban la suba del dólar y el riesgo país.
Alberto Fernández dice estar pensando en un gabinete para sus cuatro años de gobierno. Es decir que, en principio, no imagina un equipo alternativo para un primer año difícil con fusibles que puedan ir saltando a lo largo del camino. “Vamos a poner el mejor equipo que tengamos para salir a la cancha”, repite. El mejor a secas dice. Lo del mejor de los últimos 50 años tiene copyright y no sería aconsejable.
Lo primero que hace falta para armar ese rompecabezas es un jefe de Gabinete. Y más allá de lo que muchos podrían imaginar, no piensa en un esquema muy distinto al que construyó Mauricio Macri con Marcos Peña. Claro que la mirada despectiva que tiene sobre el Presidente alcanza también a su mano derecha. Él ya sabe quién ocupará ese lugar en su Gobierno. Quién será, como lo define, ese “ministro sin poder real que representa la articulación del poder”. Su alter ego, como sostiene en privado. Coincide con Macri en eso que sostuvo hace poco: “Quienes critican a Peña, me critican a mí”. Quienes cuestionen a su jefe de Gabinete lo estarán cuestionando a él.
El candidato presidencial del Frente de Todos dio algunas pistas durante las últimas semanas de quien sería ese alter ego. Por lo pronto, les confirmó a sus colaboradores más cercanos que no será un gobernador. Y, con distintos gestos, pareció anticipar que ese lugar estaría reservado para el joven jefe de campaña Santiago Cafiero. El mismo que en las modernas oficinas de la calle México -donde predomina el cemento alisado- se mueve a la par de su sombra. En cada encuentro aparece a su lado, como se vio esta semana cuando recibieron juntos a los integrantes de la Mesa de Enlace. Si Cafiero va a ocupar ese lugar, ya lo sabe. También sabría entonces la tarea que tendrá por delante: ser a Alberto Fernández lo que el ahora candidato presidencial fue a Néstor Kirchner.
Y es allí cuando aparecen las críticas a Cristina. Claro que están muy lejos de las barbaridades que desparramó durante años por los medios cuando estaba peleado con la ex presidente. Ahora la defiende a capa y espada. Aunque reconoce que hubo hechos de corrupción durante sus gobiernos, se esfuerza por preservar a Cristina. A Néstor Kirchner también, por supuesto. Ahora cuestiona a su compañera de fórmula por cosas menores, como la elección de sus jefes de Gabinete y la relación que tuvo con ellos.
Una cosa era él, entrando y saliendo libremente del despacho de Kirchner, y otra muy distinta los funcionarios que lo sucedieron a los que, en algunos casos, hasta se les bloqueó la puerta de acceso.
Pese a la falta de confirmaciones, ya habría otros dirigentes que saben que tienen un lugar garantizado en el futuro gabinete. María Eugenia Bielsa sería una de ellas. A la hora de contar con algún representante de La Cámpora, Alberto Fernández elegiría sin dudar a Eduardo “Wado” De Pedro. Los repetidos elogios a Felipe Solá también le asegurarían un lugar.
En tiempos de crisis financiera y temblor de los mercados, el candidato presidencial sostiene que todavía no tiene claro qué hacer con el área económica. No sólo es muy crítico de los resultados de la política económica de Macri –como ha hecho público y resulta obvio- sino también del diseñó con el que separó Hacienda, Finanzas, Energía… Ese fue uno de los tantos cuestionamientos que compartió con Carlos Melconian cuando, por segunda vez en poco tiempo, desayunaron este miércoles. También habla de la necesidad de revisar contratos y bajar los gastos del Estado. Ya tiene un equipo mirando números y pensando recortes. Lo mismo que prometió Macri y casi todos los que estuvieron en el Gobierno antes que él. Siempre suena lindo, pero no parece una tarea fácil.
Alberto Fernández dice que se siente presidente desde el mismo día en que Cristina lo eligió para encabezar la fórmula. Que ella tenía dudas de que pudieran ganar, pero que él estaba convencido. Cuando sostiene que Cristina es la más inteligente de todos quizá piense que por eso lo eligió a él. Así se muestra hoy el candidato, con un exceso de confianza. Tanto que cree que podría sacar más del 50 por ciento. ¿Y si llegara a superar el 54% que obtuvo Cristina en 2015? “No pasaría nada, porque los votos también serían de ella. El problema sería sacar más votos que Perón“, exageró hace unos días. En 1951, Juan Domingo Perón derrotó a Ricardo Balbín con más del 63%.
A diferencia de muchos políticos, que suelen decir barbaridades en off the record, pero se muestran moderados ante los micrófonos, Fernández suena más prudente en privado que cuando hace declaraciones públicas. ¿Le habla a dos públicos distintos? ¿Necesita alternar palabras altisonantes para contener a la tropa más combativa? ¿O simplemente se permite soltar cada tanto lo que realmente piensa?
Esta semana le contó a un amigo que tiene dudas de mudarse a vivir a la quinta de Olivos. Que si fuera por él se quedaría en Puerto Madero. “Salvo que Pepe me eche”, bromeó. Como se sabe, vive en un departamento del ex secretario de Medios y publicista José “Pepe” Albistur. Es curioso, pero no tiene que pagar alquiler.
Alberto Fernández imagina una bandera para su gobierno. La de Kirchner fueron los derechos humanos. La de Macri, la lucha contra la corrupción. La suya parece ser por ahora algo más difusa, como sacar el país adelante. No imagina, en cambio, una pelea como la que protagonizó Kirchner contra los integrantes de la llamada mayoría automática del menemismo. En principio, cree que no existe necesidad de hacer cambios en el máximo tribunal. Sí piensa, en sintonía con sus declaraciones públicas, en una profunda reforma de la justicia federal. Su enojo es con varios de sus integrantes, incluso con alguno que tuvo como alumno.
Entre los pocos elogios que le dedica al actual Gobierno destaca la negociación con empresarios y sindicalistas para modificar el convenio de los petroleros. Sin animarse a hablar de la necesidad de una reforma laboral, intentará avanzar con ese tipo de acuerdos sectoriales. Piensa en potenciar Vaca Muerta, como declaró varias veces, pero también la explotación del litio y el silicio. E insiste en la necesidad de avanzar en una salida directa al Pacífico.
Está claro que no siente ningún aprecio por el Presidente. Dice que llegó al gobierno de la Ciudad a través de un golpe de Estado, por el juicio político que impulsó el macrismo contra Aníbal Ibarra tras la tragedia de Cromañón.
Alberto Fernández reconoce que no le gustaría estar hoy en los zapatos de Macri. Es que parece sentirse demasiado cómodo en los suyos, como en los mocasines que usaba Kirchner.