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A 20 años del atentado contra las Torres Gemelas

Un homenaje a las más de 3000 víctimas, entre las que se encuentran cinco argentinos, a través de su recuerdo y de la literatura.

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Atentado a las Torres Gemelas
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En el atentado terrorista contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2001, murieron 3016 personas, entre ellas cinco argentinos, los que nunca dejaron de estar presentes en sus familiares, amigos y conciudadanos: el bombero Sergio Villanueva, el paramédico Mario Santoro, y los trabajadores en las torres: Gabriela Waisman, Pedro Grehan y Guillermo Chalcoff, quienes hicieron lo humanamente posible por salvar vidas.

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Sergio tenía 33 años, había nacido en Bahía Blanca, su familia se trasladó a Nueva York cuando él era un niño. Futbolero de alma, un amigo suyo creó la Fundación que lleva su nombre para promover la educación y el fútbol entre los chicos más pobres.

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Mario tenía 28 años, estaba feliz con su trabajo, donde era muy apreciado; estaba acompañado de su esposa Leonor y de su hijita de 2 años, dispuesto a disfrutar de su día franco, cuando sintió que el deber lo llamaba. Nunca se supo nada de él.

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Gabriela tenía 33 años, había nacido en el barrio de Caballito en la ciudad de Buenos Aires, aunque criada en el barrio de Queens en Nueva York; se desempeñaba en el piso 106 de la Torre norte y había sido ascendida hacía poco tiempo.

Atentado en las Torres Gemelas.

Pedro tenía 36 años; oriundo de San Isidro, provincia de Buenos Aires, donde había estado un mes antes por enfermedad de su padre, era analista financiero, estaba casado y tenía tres hijos; le encantaba jugar al fútbol.

Guillermo tenía 41 años; era computador científico recibido en la Universidad de Buenos Aires, trabajaba en el piso 97 de la Torre norte, tenía dos hijos y su esposa lo recuerda como “un excelente marido y padre”. Nunca se encontró su cuerpo.

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El 8 de septiembre del 2017, en el aniversario doscientos cuarenta y dos de la Independencia de los Estados Unidos de América, el presidente Donald J. Trump declaró el 11 de septiembre Día del Patriota.

La literatura no podía estar ausente de estos atentados del terrorismo fundamentalista islámico en contra de valores por los cuales ha luchado y muerto muchísima gente a lo largo de la historia:

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“Yo oigo las sirenas y los murmullos de Nueva York”, escribe Lorca en una carta a su familia. De nuevo se oyen sirenas, pero ahora mucho más lejos, traídas desde otro extremo de la ciudad por un cambio del viento. Con los ojos abiertos, con la clarividencia neurótica del insomnio, veo como en un sueño los morros anchos y las hileras de luces rojas y azules de las ambulancias, la pintura roja y los cromados relucientes de los camiones de bomberos y sus luces destelleando en los escaparates de las tiendas cerradas y en el asfalto con brillos de grasa de las oscuras calles laterales, en el negro charolado de las bolsas de basura. La ventana de otro apartamento igual que éste se ilumina sobre el patio, sobre las máquinas y las tuberías del aire acondicionado, y un poco después de escuchan pasos y el ruido del ascensor. Quizás es más tarde de lo que yo imaginaba y la gente madrugadora ya empieza a levantarse para ir al trabajo. La ciudad entera parece que duerme un sueño agitado de alarmas, que permanece inmóvil en un duermevela de pesadillas posibles, ahora que se ha vuelto vulnerable.»

                                                                                          ♦ Antonio Muñoz Molina. Ventanas de Manhatan. Editorial Seix Barral.

 

“Hace media hora que tenemos un avión bajo los pies / Siguen sin evacuarnos / Somos metal rugiente / Gente aferrada a las ventanas / Gente que se cae de las ventanas / Una silla de ruedas abandonada / Mesas de caballete sin caballete / Una engrapadora olvidada encima de una fotocopiadora / Armarios volcados con archivadores que siguen archivando / Una agenda llena de citas urgentes / El parte meteorológico que anuncia 26 grados y cielo azul y despejado esta mañana / Todos los vidrios soplados / Líquido en llamas en las cajas de los ascensores / Noventa y ocho ascensores, todos fuera de servicio / Mármol blanco manchado de sangre en el open space / Dos pasillos iluminados con luces halógenas como una línea de puntos en el techo / Llamas color ocre con volutas azules / Papeles revoloteando en el aire como en el Cuatro de Julio / Restos de gente de todo el mundo / United Colors of Babel / Manos a jirones / piel colgando de los brazos / como un vestido de Issey Miyake / Mujeres hermosas llorando / Trozos de avión en las escaleras mecánicas / Mujeres hermosas tosiendo / Ningún contacto con el mundo exterior / Platos y tazas blancas y azules rotos / Todo está brumoso polvoriento muerto sucio / Silencio horadado por las alarmas / Caras despedazadas delante de la máquina de café / Un lugar cerrado con fuego debajo / Nos asamos / Nos estamos asando como pollos / Ahumados como salmones / Alarmas a tope / Dust in the wind / All we are is just / Dust in the wind / Los cuadros figurativos se derriten con el calor / Y se convierten en cuadros abstractos / Lluvia de cuerpos humanos sobre la WTC Plaza.

                                                                                            ♦ Frédéric Beigbeder. Ventanas al mundo. Editorial Anagrama.

«No entendéis o no queréis entender que si no nos oponemos, si no nos defendemos, si no luchamos, la yihad vencerá. Destruirá el mundo que, bien o mal, hemos conseguido construir, cambiar, mejorar, hacer un poco más inteligente,  menos hipócrita e, incluso, nada hipócrita. Y con la destrucción de nuestro mundo destruirá nuestra cultura, nuestro arte, nuestra ciencia, nuestra moral, nuestros valores y nuestros placeres… ¡Por Jesucristo! ¿No os dais cuenta de que los Osama bin Laden se creen autorizados a mataros a vosotros y a vuestros hijos, porque bebéis vino o cerveza,  porque no lleváis barba larga o chador, porque vais al teatro y al cine, porque escucháis música y cantáis canciones, porque bailáis en las discotecas o en vuestras casas, porque veis la televisión, porque vestís minifalda o pantalones cortos, porque estáis desnudos o casi en el mar o en las piscinas y porque hacéis el amor cuando os parece, donde os parece y con quien os parece? ¿No os importa nada de esto, estúpidos? Yo soy atea, gracias a Dios. Pero no tengo  intención alguna de dejarme matar por serlo.»

                                                                                                                ♦ Oriana Fallaci. La rabia y el orgullo. Editorial El Ateneo.

Purifica tu corazón y límpialo de toda mancha. Olvida e ignora eso que llaman mundo”. Mohamed Atta no era religioso; ni siquiera era especialmente político. Se había aliado con los militantes islamistas porque la yihad era, en muchos aspectos, la idea más carismática de su generación. Aunar ferocidad y rectitud en una sola palabra: nada podía competir con eso. Se adhirió a la idea, e hizo cosas que impresionaron a sus padres: coleccionar citas, obras de caridad, peregrinajes, teorías conspirativas, etc., como otra gente colecciona autógrafos o posavasos. Y esa era una idea que se acoplaba muy bien a su carácter. Si quitabas toda aquella broza de fe, el fundamentalismo se acoplaba bien a su carácter, y con casi una siniestra precisión.”

                                                                       ♦ Martín Amis. Los últimos días de Mohamed Atta. El Segundo avión. Editorial Anagrama.

Mohamed Atta, de 33 años de edad, Ingeniero, uno de los autores del atentado contra la Torre Norte del World Trade Center en Nueva York, había escrito en su testamento: “Ha llegado la hora del juicio. Debéis estar convencidos de que nos quedan muy pocas horas de vida. Después viviréis otra mucho más feliz en el paraíso eterno. Aquellos que amortajen mi cadáver, deben cerrar mis ojos y rezar para que vaya al cielo; deben vestirme con nuevas ropas y no dejarme con las que muera; ni las mujeres ni los impíos deben asistir a mi funeral; nadie debe llorar por mi causa, ni gritar, ni arrancarse las ropas, o golpearse el rostro, porque son gestos que carecen de sentido.

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