Si la idea era aparecer juntos para mostrar que aquí no pasó nada, quedó claro que fue una mala idea. Y quedó clarísimo en las fotos. En una, Alberto Fernández lee apuntes de su discurso y Cristina Kirchner mira para otro lado, casi dándole la espalda. Y en las otras, mientras Alberto Fernández habla, ella tampoco lo mira o mira al vacío, siempre con el gesto de no me importa lo que estás diciendo.
No hubo una sola expresión de cercanía ni el mínimo esfuerzo por disimular un clima frío como un freezer. Al entrar, Juan Manzur había pretendido acercarlos con un chiste que ninguno de los dos festejó. Otra mala idea y se notó. Sergio Massa, que no se pierde una, esta vez se borró. El presidente no nombró nunca a la vice y cuando terminó, se fueron por separado, él a su despacho y ella al despacho de Wado de Pedro.
La foto no fue la foto del arreglo sino la del desarreglo. Chau mensaje seguimos unidos como siempre. Hay una tregua y está pegada con engrudo: ¿Cómo llegarán juntos hasta las elecciones? Ni siquiera han podido ponerse de acuerdo sobre cómo sacar adelante la campaña, reemplazada con anuncios improvisados y de apuro. Ha quedado en manos de un hiperactivo Juan Manzur, que se queja de haber encontrado un gran desorden y ministros que trabajan muy poco.
Tal vez por eso esté ansioso por mostrar que arranca temprano y se hace cargo de la gestión. Pero Cristina Kirchner lleva el control más de lo que se supone. Juan Manzur invitó a sus amigos de la CGT para charlar en confianza y les dijo que sumaría a Alberto Fernández. Pero también apareció Wado De Pedro, como un comisario político. Obvio, todo el mundo terminó diciendo generalidades.
Alberto Fernández está haciendo cosas que no había pensado hacer nunca. Lo han convencido de que se muestre cerca de la gente y lejos de los políticos y le arman encuentros para las redes. Paseó por una cooperativa de ex convictos en Lanús y, como los macristas con el timbreo, fue a Ensenada a tomar notas de qué quieren los vecinos y hasta viajó a Luján donde rezó con peregrinos el Ave María. Sólo le faltó pedirle una manito a Dios, como Juan Manzur.
Después de declarar terminada o más o menos terminada la pandemia, Juan Manzur armó una piñata electoralista con formato de anuncios. Doce en una semana, salario mínimo, turismo, jubilados y beneficiarios de la AUH, ganancias, personal doméstico, cepo a la carne, jubilaciones anticipadas, créditos a pymes, vuelta de hinchas a las canchas, Conicet y agroindustria. No apuntan a mejorar la economía sino el desempeño electoral.
Para colmo, algunas son tan poco efectivas como regalar bicicletas. Para el kirchnerismo, son tiempos de escrúpulos afuera. No es por vergüenza de perder en noviembre, es por temor de perder senadores y diputados y que Cristina Kirchner sienta más complicado el prometido desahogo judicial que todavía Alberto Fernández le adeuda. De esta manera, la garantía de impunidad parece quedar cada vez más lejos.
