Si se le quiere encontrar algo de lógica al increíble ganamos de Alberto Fernández, habría que buscarlo por el lado de lo que Fernández no podría decir sin que le tronara el escarmiento, menos mal que Cristina no ganó. Si ganaban las legislativas, ganaba Cristina mucho más que Fernández, con sus intervenciones en el gobierno nacional y en el de Kicillof, sus renuncias fallutas y el plan platita de su hijo Máximo. Y ahí sí, sanseacabó.
El resto suena a sarasa y es sarasa. Lo absolutamente claro es que el gobierno volvió a perder y que el peronismo unido hizo su peor elección desde el regreso de la democracia. El 33,57% es el porcentaje más bajo de las 11 legislativas y 9 presidenciales del 83 para acá. El mejor desempeño fue en 2011 con el 54,11% de Cristina Kirchner presidente. El más bajo, hasta el domingo, era el 36,37% en las legislativas del 97.
Alberto Fernández llamó a festejar y Tolosa Paz superó lo que parecía insuperable. Dijo: “A nosotros nos tocó perder ganando, ellos pueden haber ganado perdiendo”. Realismo mágico kirchnerista, todo puede convertirse en relato. Respecto de 2019, el peronismo perdió el domingo en Buenos Aires más de un millón seiscientos mil votos. El punto es que Alberto Fernández se entusiasma.
Como si las legislativas le hubieran traído tabla y aire nuevos para seguir surfeando, tal vez ahora sin tanta tutela de su jefa Cristina Kirchner. Por algo declara triunfo a la pérdida electoral que le quita a su alianza el manejo del Senado de casi 40 años seguidos. El Senado, más que Calafate, es el verdadero lugar en el mundo de Cristina Kirchner, porque desde allí es de donde calcula que mejor puede sacarse de encima los entuertos judiciales, que persisten.
Ahora habrá hasta un acto para celebrar el triunfo que no fue. O, lo que sería más correcto: para festejar que perdieron en Provincia por poquito. Por donde se lo mire, salvo para la interna, las apelaciones triunfalistas del oficialismo carecen de sentido. Por estas horas, la dura derrota electoral del domingo intenta ser disfrazada de epopeya. Quienes procuran camuflarla no están haciendo otra cosa que desoír la lección de las urnas y evitar interpretar la enseñanza que deja.
Darle la espalda al mensaje de los votantes significa algo más, implica rebelarse ante la imperativa mirada introspectiva, desconocer las razones que llevaron a tamaño castigo. Se entra en una peligrosa simulación, la ficción del aquí no ha pasado nada. Sin embargo, esos mismos tropiezos no deberían hacer olvidar lo que hoy cuenta. Hay un Gobierno que perdió las elecciones.
No le alcanzó la arriada de votantes en base a platita para torcer el rumbo en una provincia diezmada por calamidades del subdesarrollo. La negación de la derrota es otro paso del kirchnerismo en su pérdida de contacto con la realidad de la ciudadanía y los problemas endémicos de Argentina como la inseguridad y la pobreza. La elección del domingo no modificó el rumbo de ese distanciamiento.