Podríamos sugerir que Cristina Kirchner suele aparecer con sus pronunciamientos epistolares cada vez que sucede algo que la puede incomodar, como este 18 de enero en el que el recuerdo, a siete años, del asesinato del fiscal Alberto Nisman la volvía a ubicar en el centro del debate en uno de los señalamientos que más la expone públicamente. Sabe que logra cambiar la agenda con un pronunciamiento.
Lo hizo otras veces; forma parte de su comportamiento de lideresa indolente, como borrarse ante cada tragedia que sucede en el país. Lo hizo con Cromañón en 2004, o con los hechos de conflicto social en Tucumán y en Córdoba en 2013, cuando se la vio bailar en un acto en la Plaza de Mayo mientras la violencia azotaba a esas provincias con problemas con las fuerzas de seguridad.
También en 2011, Cristina Kirchner relativizó los reclamos de las localidades patagónicas que solicitaban auxilio a la Nación por los efectos de las cenizas del volcán chileno Puyehue. “Lo que sucede es psicológico”, dijo aquella vez la Presidenta, y recordó, incluso, la erupción del volcán Hudson en 1991, cuando vivía en Santa Cruz. “Vivíamos allá y salimos los dos presidentes, así que tan malo no debe ser…”.
Siempre en primera persona, nunca en lugar del otro, como los afectados que perdieron tierras, cosechas, animales y, obviamente, calidad de vida. Luego de la tragedia de Once tardó cinco días en aparecer en público y decir algo sobre un accidente ferroviario que dejó un saldo de 52 muertes, decenas de heridos y la caída del velo que cubría ciertos negocios turbios de su gobierno en la política de transporte, que luego la justicia investigó y condenó.
Reapareció el 27 de febrero en Rosario, en el acto del Día de la Bandera, justificando su ausencia: “No esperen de mí jamás ante el dolor de la muerte, la especulación de la foto o del discurso fácil, porque sé lo que es la muerte y sé lo que es el dolor, y no tolero los que quieren aprovecharse de tanta tragedia y tanto dolor”. Expuso su dolor por encima del resto. Una vez más.
Y también lo hizo durante el comienzo de la pandemia, cuando después de mucho tiempo se veía a toda la dirigencia política trabajando unida mientras ella, Vicepresidenta al fin, hacía honor a su cargo con una estadía prolongada en Cuba, atendiendo problemas de su hija, derecho que nadie puede quitar ni discutir, pero mientras esto sucedía no mostró ni un gesto de solidaridad con su pueblo a quien dice defender, con pocos resultados efectivos, por cierto, de todos los males que lo atacan.
Pero la carta de esta semana supera con creces cualquier gesto egoísta del pasado. Es que utilizar la tragedia de la pandemia que, en parte por la mala gestión de su gobierno, nos castiga con más de 118 mil muertes, como una analogía para denostar a su antecesor Mauricio Macri por el acuerdo con el FMI es de un nivel de indiferencia inusitado ante el dolor de quienes sufrieron la pérdida de un familiar o un ser querido.
La indolencia pública en los gestos, posturas y dichos mostrados por líderes políticos también es una forma de maltrato social, es una clara demostración de carencia de empatía con quien espera que sus representantes piensen en soluciones para el bien colectivo porque así demuestran que están pensando en sus problemas y no en escapadas dialécticas que permitan llamar la atención para generar un debate que tape otro de interés social pero que resulta inconveniente que se mantenga mucho tiempo en la palestra.
El endeudamiento con el FMI es un tema que se debate a diario, con cruces y datos entre oficialismo y oposición. El pueblo escucha y elige creer su propia verdad, forma parte del juego cotidiano de la política aquí y en cualquier lugar del mundo. La pandemia es muerte, enfermedad, pobreza, un millón de chicos fuera de la escuela, cambios anormales en nuestra forma de vida, una de las peores etapas que atravesó el mundo moderno.
Utilizarla como una chicana política es banalizarla, denostarla, no otorgarle el nivel de gravedad que tuvo y tiene para todos. Es pretender caprichosamente, y sin una elaboración emocional previa de lo dicho, que se puede ubicar una decisión de gestión económica, justificada o no, por encima de la mayor tragedia sanitaria en mucho tiempo. Los buenos líderes políticos no reaccionan así; no ocultan, no evaden ni menosprecian las tragedias; todo lo contrario, suelen ver una oportunidad en ellas para ser y mostrarse mejores. No fue este el caso.