Alberto Fernández se aflojó la soga que sentía en el cuello. Pero el alivio de haberse alejado de un default dramático le ofrece apenas una emoción pasajera. Al encomendar su gobierno al FMI se resigna a convivir con el peligro de una quiebra si los hombres de negro del organismo detectan incumplimientos y cortan los préstamos. Es un destino de apariencia trágica que durante meses se resistió a aceptar y sin embargo hoy se presenta como una salvación.
El compromiso externo le ofrece un orden que Fernández fue incapaz de imponer en dos años de una gestión marcada por el deterioro de su autoridad, la contradicción sistemática y la ineficacia de un artefacto administrativo distraído por las batallas internas. El FMI le tiende un puente para llegar a finales de 2023 sin un estallido económico. A cambio obliga a acomodar las cuentas públicas con una receta que contradice de lleno la biblia de Cristina Kirchner, cuyo primer mandamiento es “no tomarás ninguna medida que frene el consumo”.
El rumbo elegido el viernes es el germen de un gobierno de supervivencia, auditado por el Fondo y tironeado por la vicepresidenta. “Alberto no podía ir al default, como le pedían algunos gurkas del kirchnerismo. Era su fin. Ellos pueden subsistir en el caos; él no”, resume un funcionario de confianza del Presidente. Nada le importa más a Fernández desde hace semanas que concretar el acuerdo con el FMI.
Hubiera cerrado antes si no fuera por la necesidad de contener al ala dura del Frente de Todos. La tensión del último mes tuvo mucho de “juego de la gallina”. Aunque en este caso era una bicicleta contra un camión. Era previsible quién se iba a asustar primero. En el preacuerdo anunciado el viernes, el ministro de Economía claudica ante lo que pedía el FMI. Si Guzmán hablaba en serio hace tres semanas ahora toca rezar.
Al presentar la noticia el Presidente enfatizó que el entendimiento “no nos impone llegar a un déficit cero”. Y el ministro describió la senda de ajuste del rojo fiscal hasta 2024, como si el mundo terminara allí. Gita Gopinath, número dos del organismo, los corrigió sutilmente en un tuit, al confirmar que lo pactado incluye el equilibrio en 2025. Otro éxito efímero de los autores de “ganamos perdiendo”.
Al fin y al cabo, esas serán preocupaciones del próximo gobierno. El consuelo que ofrece Fernández a los que sufren la sociedad con el FMI es que no se requieren reformas de calado ni se impone una devaluación drástica. Es difícil que el programa que apruebe el directorio del organismo no incluya compromisos de cambios estructurales, pero seguramente impactarán sobre la administración siguiente. Quedan demasiados detalles por revelar.