“Están haciendo la digestión del acuerdo con el Fondo”, le dijo a la prensa este lunes por la tarde un ministro importante de Alberto Fernández para buscar un modo explicar la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados del Frente de Todos. En rigor, la frase sonó acaso inadvertidamente autorreferencial, porque quien está tratando de digerir el misil del hijo de Cristina Kirchner es el Presidente: desde que se conoció su carta, el Gobierno está en shock.
Alberto Fernández ya conocía a la perfección el disgusto que tenían los Kirchner con los primeros resultados que mostraba la negociación con el Fondo. Primero se lo había dicho en persona Máximo Kirchner y luego, en una comunicación telefónica desde Honduras, Cristina Kirchner. Los dos le dijeron a Fernández que, a pesar de los juramentos del discurso oficial, entendían que el entendimiento implica un ajuste del gasto público que les resultaba inaceptable.
Todo el equipo del Presidente había sido anoticiado de ese detalle y por eso estaban esperando alguna reacción distinta al silencio de la vicepresidenta, que ya habían empezado a celebrar. “Estos van a hacer algo. Pueden hacer cualquier cosa”, le dijo el viernes a la prensa un funcionario del Ejecutivo acostumbrado a disputar a diario con La Cámpora.
El lunes, con la respuesta titilando en los portales de internet, en el gabinete apostaban a que la decisión de Kirchner hijo quedara en una disputa personal y no constituyera un vaciamiento irremediable de la alianza de gobierno. Hasta ahora, con las palpitaciones todavía aceleradas, nadie en la Casa Rosada se anima a predecir donde está plantado el final de la crisis.
Lo más grave de la situación es que, por más que quieran matizarla con consideraciones psicoanalíticas, la renuncia de Kirchner es una cuestión, al menos así lo dijo él mismo, estrictamente política, y lo mismo puede decirse de cada herida que tiene el Frente de Todos en su cortísima historia. A esta altura, con toda una colección de conspiraciones internas a la vista, el Presidente ya debe estar convencido de que no hay agrupación política que lo pueda dañar tanto como el Frente de Todos.
Por supuesto, lo paradójico de esa situación es que no puede hacer nada sin el Frente de Todos. Por más disgustos que le traiga el kirchnerismo, Alberto Fernández no puede buscar apoyos en ningún otro lugar. No hay dirigentes del peronismo fuera del oficialismo con el poder suficiente para apuntalarlo, y la oposición acaba de toparse con la comprobación -en el resultado electoral de noviembre- de que cualquier acercamiento al Gobierno le resultará perjudicial.
La vicepresidenta ya usó todos los recursos comunicacionales conocidos para dejar bien claro que el gobierno que integra y que construyó no le gusta. Mandó cartas públicas, hizo declaraciones y discursos, hizo tuits y retuits, habló por teléfono y personalmente con Alberto Fernández, cuestionó funcionarios y aprobó renuncias de ministros. Salvo que comience a experimentar con la telepatía, Cristina ya no debe encontrar manera de hacerse entender.
Ahora, su hijo dejó vacante la jefatura del bloque justo en el momento más delicado del Presidente, cuando necesita con urgencia que el Congreso respalde el pedido de un crédito con el Fondo para afrontar los vencimientos del préstamo que había pedido Mauricio Macri. ¿Votará el kirchnerismo el acuerdo con el Fondo? Si el kirchnerismo no lo vota: ¿Lo votará la oposición? Y algo más inquietante aún: ¿Qué hará el FMI si el kirchnerismo no apoya el acuerdo en el Congreso?
¿Cómo sigue el Gobierno? El propio Presidente admitió que los Kirchner no están de acuerdo con el entendimiento con el FMI. Por eso mismo, podrá esperarse un palazo, una carta o una declaración en contra de cada movimiento que haga Alberto Fernández en relación a ese acuerdo desde hoy hasta el final de su mandato. El acuerdo que está por firmar la Argentina requiere revisiones trimestrales de la marcha de la economía, con visitas de delegados de Washington a Buenos Aires incluidas.
Cada decisión económica que tome el Gobierno de hoy en adelante, será medida con la regla que impone el programa con el FMI. Incluso las medidas que se corran de lo que se espera según ese mismo entendimiento. Para el Presidente, lo que quede hasta el final de su mandato será algo bastante parecido a un calvario.