Alberto Fernández será recordado como uno de los peores -si no el peor- presidente de la democracia argentina. Todo su gobierno es una sucesión de actos inconexos, carentes de un criterio marcado por el rumbo que se debió fijar el 10 de diciembre de 2019. El cambio de diseño de la moneda nacional resume todo el gobierno de Alberto Fernández en un solo acto tan intrascendente como innecesario.
Si el mandato constitucional se cumple, Alberto Fernández entregará los atributos del mando a quien resulte electo, por la voluntad popular, como su sucesor. Le quedan exactamente 560 días. Dieciocho meses en los cuáles deberá caminar por la cuerda y sin red de contención. Tanto la economía como la política interna lucen como obstáculos en una carrera de saltos cada vez más altos para un presidente agotado antes de su tiempo y sin sustento propio.
Cuando Alberto Fernández salga de la Casa Rosada, dejará tras sus pasos dos legados muy importantes e impensados. El primero es haber consumido gran parte del capital político de Cristina relegándola a un lugar secundario en la política nacional. El segundo, la enorme bomba de tiempo en que se ha convertido la economía, que deberá desarmar quien lo suceda en el cargo.
Sin dudas nos dejará un país mucho peor que el que encontró en 2019. Podría parecer prematuro analizar su legado faltando 18 meses para que se cumpla su mandato constitucional, pero, en las circunstancias actuales no lo es. Navegamos hacia una tormenta. Esperemos no terminar en el fondo del océano. Una primera cuestión que marca “el cambio de época” es qué ya están organizando las provincias un adelantamiento cuasi masivo de las elecciones locales.
Otra cuestión a considerar es el manejo del gasto público. Tanto la mayor cantidad de empleados públicos que están contratando a “mansalva” -con un doble objetivo: contener la disconformidad de los feligreses y asegurarse un caudal adicional de votos en 2023-, como el mayor reclamo de los sectores sociales por más recursos, que sumados llegan a la friolera suma de 3,2 “billones” (o sea el 4,3% del PBI).
Una suma similar a la que destinó el gobierno para atender los efectos de la pandemia, imponen una fuerte presión al presidente Fernández quién, a su vez, intenta hacer equilibrio entre cumplir las metas del acuerdo con el FMI para que no termine de explotar la economía y que los sectores sociales no “tomen” la calle en protesta por sus reclamos, lo que podría anticipar el colapso del gobierno antes de su tiempo.
Cada nueva aparición del presidente produce un doble efecto, lo debilita más y al mismo tiempo erosiona el ya menguado poder de Cristina, colocándola en una posición tan incómoda como “novedosa”. La “fiesta de Olivos” y la salida del presidente con dinero son hechos que marcan una época y a un gobierno. El daño autoinfligido, primero con la foto, y luego con la “platita”, dejó su marca en la población, y seguirán al Presidente a donde quiera que su destino lo lleve.
Pero también impactaron sobre Cristina, en el resultado electoral de 2021 y tendrán efectos colaterales en 2023. Todo lo que hace Alberto debilita a Cristina. Lo anterior lleva al primer legado que nos dejará el presidente Fernández cuando se aleje de la Casa Rosada, una Cristina marchita en su ocaso, y diferente a la que el 18 de mayo de 2019 lo impulsó como candidato a Presidente de la Nación.
La septuagenaria dirigente no tiene más remedio que replegarse en la provincia de Buenos Aires, buscar una banca como senadora y los fueros necesarios para quedar a salvo de sus “enemigos” de Comodoro Py. Una candidatura a presidenta sería un salto al vacío sin red de contención. Se equivocó de hombre, lo sabe y está arrepentida. Enojada. En privado dice todo lo que aún no se anima a decir en público.
Alberto terminó siendo el escorpión de Cristina, que, en su plan de jubilarla, se terminará jubilando junto a ella. La diferencia es que Alberto se podrá ir a Puerto Madero con Dylan a tocar la guitarra tranquilo. En cambio, Cristina deberá, derrotada, seguir batallando. No se puede dar el lujo de bajar los brazos. Su libertad está en juego. El segundo legado que nos dejará el presidente Fernández será una economía destrozada.
Una bomba de tiempo muy difícil de desarmar. Los primeros cuatro meses del año dan en promedio una inflación mensual de 5,3%. Para el mes en curso todo parece indicar que también estaremos en 5% o más de inflación. El presidente que suceda a Fernández, quien quiera que sea, tendrá por delante una tarea titánica y un dilema trascendental para el futuro de todos los argentinos: gobernar para ganar la próxima elección o hacerlo para las próximas generaciones.