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La hipocresía de Alberto Fernández de hacer campaña política hablando de corrupción

Toda una audacia porque habló de corrupción en un contexto que invitaba inmediatamente a recordar que su vicepresidenta y electora, Cristina Kirchner.

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Alberto Fernández (Archivo)
Descacharreo

Con las mejillas encendidas, el índice en alto y cerca del máximo agudo de su rango vocal, Alberto Fernández se desgañitó el martes contra los “ladrones de guante blanco”. Desencajado, los acusó de dar “clases de ética y moral en los medios” y dijo que esperaba “que la Justicia se dignifique a sí misma y los llame a rendir cuentas”. El Presidente apuntaba a enlodar a la oposición en general y a Mauricio “el Enemigo” Macri en particular.

Toda una audacia porque habló de corrupción en un contexto que invitaba inmediatamente a recordar que su vicepresidenta y electora, Cristina Kirchner, en este momento es juzgada como jefa de nada menos que una asociación ilícita que, por medio de “diversas irregularidades”, defraudó al Estado en $46.000 millones en 51 contratos viales que su gobierno le otorgó a su exsocio, Lázaro Báez.

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La de Vialidad es una de las causas que investigó la corrupción K que logró avanzar en la Justicia. Al menos otros 25 expedientes que tienen como acusados a exfuncionarios kirchneristas, y que fueron elevados a juicio oral hace más de tres años, todavía no tienen fecha de inicio. Entre ellos el más famoso de todos, los Cuadernos de las Coimas, un esquema ilícito tan grosero que más que blancos en este caso los guantes estarían manchados.

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Aparentemente, Alberto Fernández cree que hablar contra Macri -“subirlo al ring”- le dará rédito, interno y electoral. Es una táctica arriesgada. Si apunta a la supuesta corrupción del macrismo, como hizo el martes, no podrá evitar que se rememoren los bolsos de Julio López, la imprenta de billetes de Amado Boudou, los juicios contra Báez y Cristóbal López, la prisión de Julio de Vido. En ese rubro, parece llevar las de perder.

Además, lo que hasta ahora era su punto fuerte, la malísima gestión económica del anterior gobierno, verdadero talón de Aquiles opositor, comienza a debilitarse ante los desatinos encadenados por esta administración en dos años y medio. Y es allí donde se juega de verdad el partido: de acuerdo con una encuesta publicada en los últimos días, el 37% de los argentinos cree que el principal problema que afecta al país es la inflación.

En ese marco, la corrupción aparece sexta lejos, con el 4%, y después de la inseguridad, el desempleo, la pobreza y la educación. Es natural: cuando solamente en este mes la luz aumentará un 17%, el gas otro tanto, la prepaga un 10% y el alquiler nada menos que un 54%, no hay mucho que discutir. Tratar de llegar a fin de mes con el menor daño posible sepulta cualquier otro interés.

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Desquicia toda planificación, arruina a empleados, empleadores, cuentapropistas y ni hablar de quienes sobreviven en la economía informal. Mejor no abundar en datos. De todos modos, el Presidente cree que los medios “intoxicamos la cabeza de los argentinos”. Lo aseguró ayer, en SMATA: “Todos los días muestran desánimo”, agregó, enojado porque según él los medios “silenciamos” que “estamos entre los mejores del mundo” por cómo enfrentamos la pandemia.

Los 129.000 argentinos muertos por coronavirus podrían haberlo llamado a silencio, pero, fiel a su estilo, Alberto Fernández eligió no callar. Con esa cifra, Argentina es el decimocuarto país con más muertes por Covid, cuando ocupa el puesto 31 en población. ¿Eso sería estar entre los mejores del mundo? La expresión “delito de guantes blancos” sostiene que el comportamiento delictivo se aprende, no se hereda ni se inventa. Y que se aprende básicamente del entorno. Alberto Fernández, profesor de Derecho Penal, debe estar familiarizado con ella.

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