Con intención o sin ella, Martín Guzmán perpetró su venganza. Con su renuncia colocó ayer el nuevo sermón de Cristina Kirchner en un segundo o tercer plano. Justo cuando ella había puesto al país en vilo a la espera de otros de sus shows en escenarios bonaerenses. Fue una sutil venganza y nada más. Guzmán se fue porque su fracaso era evidente y, sobre todo, porque no logró resolver ningunos de los problemas que afligen a la sociedad. La inflación, el primero de ellos. Fue una gestión fallida, más allá de las tensiones internas que su presencia provocaba en el oficialismo. Pero esa renuncia fue también el último síntoma de un presidente débil y abandonado. Guzmán era la línea de combate que Alberto Fernández se había comprometido a defender hasta el final. Ya cayó. Sucedió cuando terminaba una semana en la que el jefe del Estado erró tanto que el propio oficialismo se preguntaba si podría llegar al final de su mandato. El senador peronista José Mayans fue el más sincero: “Creo que llegará”, dijo. Era un acto de fe, no una convicción.
El Presidente venía mezclando opiniones equivocadas, actos extraviados y aseveraciones falsas. Ni hay crisis de crecimiento de la economía ni Milagro Sala es inocente ni el régimen de Venezuela dejó de violar los derechos humanos. Son hechos objetivos que refutan algunos de sus desvaríos verbales (no todos) de los últimos días. Alberto Fernández es ya una figura conmovedora, sola, aislada, convencida de que sus sueños son realidades. Sus palabras tropiezan siempre con la condición inquebrantable de los hechos. Ni siquiera se puede culpar al entorno. Por no tener, no tiene ni entorno. Ni Guzmán estará en adelante. Los gobernadores, que hasta hace poco estaban dispuestos a sostener su liderazgo, terminaron atraídos por la idea de que, aun con sus mañas y taras, es mejor Cristina Kirchner. “Mal”, responde un funcionario albertista a la pregunta de cómo está el Presidente. “Aquí es presidente el que mueve la lapicera”, agrega en referencia al gabinete. Cristina reivindicó ayer la lapicera. Ella y el Presidente podrían hacer un dueto con el hit “la lapicera” y recorrer los teatros del país. No aportan nada.
Nadie, ni siquiera los pocos amigos que le quedan, puede explicar qué le pasa al Presidente. ¿O, acaso, siempre fue así? Hace algunos meses, Beatriz Sarlo dijo, en una irónica respuesta sobre Alberto Fernández, que “hay gente que nace para jefe de Gabinete”. La ironía de la ensayista esconde tal vez una verdad: hay gente que puede ser la mano derecha del que manda, pero nunca el que manda. Quizás la imagen más simbólica de su perpetua distracción haya sido esa foto que lo muestra sentado al lado de la cama de Milagro Sala, en Jujuy. En ese día hábil canceló toda su agenda y voló a esa provincia solo para acompañar a la polémica fogonera de la violencia jujeña. Todos tienen derecho de ocuparse de un enfermo, pero podría haber viajado en la mañana del domingo festivo o hacer un llamado telefónico. El miércoles que eligió para fugarse de la Capital, el valor del dólar paralelo llegó a su pico más alto y más de la mitad del país estaba paralizada por la falta de gasoil. En Jujuy, el viejo profesor de Derecho consolaba a Milagro Sala mientras se olvidaba de párrafos fundamentales de la Constitución. Conminó a la Corte Suprema a expedirse sobre las causas que condenan a Milagro Sala. La Constitución le prohíbe hacer eso. Su artículo 109 dice: “En ningún caso el presidente de la Nación puede arrogarse el conocimiento de causas judiciales pendientes”. Y se olvidó más todavía de un principio fundamental de la república: el Poder Judicial es independiente del Poder Ejecutivo y este debe respetar esa división de poderes. La Corte ya se expidió en una causa que condena a Milagro Sala y respaldó a la Justicia jujeña. Su simpatía política, si es que esta realmente existe, no puede convertir en inocente a una culpable.
Un economista señaló que existe en verdad una crisis de crecimiento, pero por falta de crecimiento. El Presidente cree que la economía escala con velocidad satelital. No es cierto. La actividad económica cayó un 1,2 por ciento en mayo, según la medición mensual que hacen Ferreres y Spotorno. La industria está estancada desde antes que la acosaran dos peligros. Uno de ellos es el cepo a las importaciones de insumos, imprescindibles para que funcione la industria. ¿Hubo festival de importaciones, como dijo la flamante máster en economía Cristina Kirchner? Es probable. Un 1 por ciento de crecimiento del PBI requiere de un aumento del 3 por ciento en las importaciones de insumos. El país creció el año pasado, como rebote de la parálisis pandémica, un 10 por ciento; las importaciones de insumos subieron, entonces, un 30 por ciento. Así trabaja la industria nacional. Es así o no es nada. El otro peligro es la falta de gas, que se está haciendo sentir. El mundo sabía que faltaría gas desde que el déspota de Moscú decidió una guerra por su cuenta y orden. La Argentina no previno el fenómeno y ahora hace cola para comprar gas licuado. El gas será escaso para la industria, no para los hogares. Sucede lo mismo con el gasoil, cuyo precio aumentó también en el mundo por obra de Putin. El precio internacional es más caro que el que se paga aquí y el Gobierno no quiere aumentar la partida de subsidios. Imprevisión y mala praxis en un gobierno donde, en efecto, manda el que tiene la lapicera. A veces, la tienen los albertistas, pero muchas veces, sobre todo en energía, la tienen los cristinistas. Tampoco hay inocentes en el elenco que gobierna una economía en llamas.
La máster en economía no abreva en las lecciones de Axel Kicillof. “Él no tiene tiempo para eso”, lo justifica Cristina Kirchner. “Los números me los pasa Oscar y yo los analizo”, suele explicar entre sus íntimos. “¿Quién es Oscar?”, le preguntan. “Parrilli”, contesta, suelta de cuerpo. Como el Gobierno termina haciendo siempre lo que ella manda desde los atriles, la conclusión es que la economía está en manos de Parrilli. Imposible peor noticia para los argentinos angustiados por la inflación (que crece al ritmo del dólar paralelo), sin dólares y con la actividad económica en retroceso. El ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, un amigo cercano del Presidente, decidió usar la lapicera en el sentido que indicó la lideresa. Está auditando la unidad de gestión y la entrega de alimentos a las organizaciones sociales y, encima, abrió la inscripción para los que reciben planes y quieren trabajar. Ya se inscribieron 130.000 personas que prefieren el trabajo al subsidio y el proceso acaba de comenzar. Esas personas terminarán en poder de gobernadores e intendentes, que son los únicos que pueden ofrecer trabajo, aunque sea temporario. Zabaleta no está haciendo albertismo ni cristinismo; es un jefe territorial bonaerense que solo mira las encuestas. El 80 por ciento de la sociedad quiere que trabajen los que reciben planes sociales. “El 20 por ciento restante no me interesa. No sirve ni para una primera vuelta electoral”, dice otro caudillo del conurbano. Los movimientos sociales de la izquierda y el albertista Evita se enfurecen con Zabaleta. Cristina Kirchner hace lo mismo que Zabaleta, más allá de sus pataletas contra el Movimiento Evita o contra Alberto Fernández. Ella también mira el 80 por ciento más que el 20.
¿Qué pasó con los gobernadores que querían reemplazar a Cristina por Alberto Fernández? Ocurrió que no pasó nada. “Cristina y La Cámpora hacen política de día y de noche. Nosotros, se resigna un albertista, no hacemos nada. No sabemos adónde ir ni con quién hablar. Y tampoco sabemos qué hacer”. El albertismo es un sueño vacío, la historia de un camino no tomado. Es una esperanza vieja, no una voluntad política.
Ante ese bloque sombrío, la candidatura presidencial de Cristina es solo un intento de mostrar una noción de liderazgo donde no la hay. Ella está tan mal como Alberto Fernández en las encuestas y con una imagen negativa igual o peor que la de él. Desde que era presidente electo, Alberto Fernández consideraba a Guzmán su hallazgo más notable. Un hallazgo frustrado, un gesto inútil de independencia presidencial. Resucitar a Cristina, aunque sea una causa perdida, será la única obra del Presidente perdido en sus vacilaciones.
Por: Joaquín Morales Solá