Desde el larretismo aseguran que la postura del jefe de Gobierno fue “terminante”, pero se quiso evitar una tragedia: “Los kirchneristas querían probablemente un muerto en los episodios de Recoleta y teníamos que evitarlo para que quedara en evidencia que los violentos eran ellos”, sostuvieron en la sede porteña de la calle Uspallata. “Si no negociábamos, iba a haber más sangre”, agregaron.
Detrás del acampe en Recoleta, está el drama de la Ciudad de Buenos Aires con los piquetes. Este julio volvió a quebrarse el récord: 146, casi cinco por día si se cuentan sábados y domingos. El kirchnerismo hizo de los piquetes algo con lo que hay que convivir. Aprovechó unos cuantos y fomentó otros. El macrismo los condenó, pero no quiso o no pudo transformar ese mundo como le vino dado.
Lo normal sigue siendo lo anormal: grupos mínimos y protegidos que toman de rehenes a decenas de miles desprotegidos. Sucedió luego del discurso de la vicepresidenta Cristina Kirchner ante los militantes K. La pirotecnia explotó peligrosamente cerca de los vecinos. La oposición no consigue aprovechar las debilidades del oficialismo, como sí aprovecharon los peronismos en la oposición.
Y eso que la tienen servida. La última: el plan confidencial de estabilización del vice ministro de Massa, Rubinstein, que es puro ajuste. Lo redactó a mediados de julio y, sintetizado, propone una devaluación del 50% del dólar oficial para achicar la brecha con los paralelos, subir 100% las tarifas, eliminar el déficit primario y recortar las transferencias discrecionales de fondos de la Nación a las provincias.
Apenas publicado, el consultor Fernando Marull anunció “100 por ciento” que se venía una “devaluación del 50%”. De sobrepique, el mismo Rubinstein de las disculpas por los tuits contra Cristina, salió a cubrirse con un mensaje de audio desmintiendo todo. O más o menos todo: “Les aseguro 100% que no va a haber devaluación, por lo menos este jueves”. Y en el medio, Massa hizo circular que iba a demandar a Marull por “terrorismo económico”.
Es decir, matar al mensajero, que para más datos integró el equipo de Dujovne. Otro retroceso, de olor dictatorial, a tiempos y costumbres que se creían superadas. Cristina encontró en el delirio del santuario de la calle Juncal una forma de tapar las pruebas de la corrupción y la crisis y el ajuste, y la oposición su incompetencia: no se cansan de tirar afuera los penales sin arquero que les regala el Gobierno.