A poco de tomar estado público el grave acontecimiento registrado en la noche del jueves, la dirigencia política respondió, con contadas excepciones, de forma ejemplar para condenar el atentado. Así lo hizo un representativo grupo de senadores y diputados nacionales que, sin distinción de banderías políticas, se unieron para repudiar el ataque sufrido por la vicepresidenta.
Lamentablemente, con el correr de las horas, se hizo sentir la imprudencia y la irresponsabilidad de algunos actores políticos que buscaron llevar agua para su molino, sucumbiendo ante la tentación del maniqueísmo. Algunos diputados sostuvieron públicamente que el fiscal Diego Luciani y ciertos representantes del periodismo debían “hacerse cargo” del atentado contra Cristina Kirchner.
En su mensaje al país, el presidente de la Nación se apartó una vez más de la prudencia cuando consideró que la convivencia democrática “se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”. Paralelamente, volvió a exhibir su escaso respeto por la independencia del Poder Judicial y la Constitución, cuando anunció que se había comunicado con la jueza que interviene en la causa para darle instrucciones.
Volvió a olvidar que, según nuestra Ley Fundamental, el titular del Poder Ejecutivo no puede ejercer funciones judiciales ni arrogarse el conocimiento de causas pendientes. Al margen del repudio que merece, el cobarde ataque contra Cristina Kirchner no puede ser utilizado para silenciar voces críticas ni para entorpecer las investigaciones judiciales sobre los delitos de corrupción que se le imputan a la vicepresidenta de la Nación.
Tampoco, para seguir dividiendo a la sociedad cuando tantos necesitan trabajar; disponer un feriado nacional fue otra medida tan injustificada como demagógica. Nada de lo acontecido puede ser argumento para que el oficialismo intente someter a la Justicia a sus designios, con el propósito de sortear los escándalos de corrupción, ganar impunidad y cargar sobre los críticos, incluidos periodistas a quienes se les pretende vedar su derecho a informar con el pretexto de que solo infunden odio.
La vecina de Cristina Kirchner que saltó a la fama con sus mensajes colgados en su balcón ofreció días atrás un buen ejemplo, cuando invitó a un grupo de jóvenes para asistir en su departamento a una militante kirchnerista que se había descompensado en la calle en medio de los incidentes. Uno de ellos le agradeció en las redes sociales “la buena onda”. “Ni ella ni nosotros actuamos desde el odio”, reconoció.
Pensar distinto no es un pecado. De hecho, la referida escena confirma, como tantas otras, que el altruismo y la solidaridad pueden superar barreras que, a priori, parecen infranqueables. Denostar al otro porque no comparte nuestro ideario no debería ser una opción a la hora de construir juntos. Sin embargo, a eso apuestan quienes fogonean los choques y los enfrentamientos en beneficio propio. Es momento de actuar con serenidad y no atolondradamente; de entender que la violencia nunca será una alternativa y que sin Justicia no habrá futuro.