Su infancia no tuvo clemencia ni amor. A los 9 años quiso quitarse la vida ingiriendo sustancias tóxicas que venían junto a un juego de química. Sería el primero de los veinte intentos de suicidios que acumularía en su vida, como aquél que pretendió realizar clavándose un par de tijeras en la cabeza, que derivó en una cirugía de horas que lo salvó. Pero Charles Cullen aún vive y tiene 62 años, situación opuesta a la de sus víctimas, que según sus propias cuentas serían 300 y de acuerdo a lo que se pudo probar son 29.
Siempre consideró a su vida como miserable, especialmente su infancia. Había nacido en West Orange, Nueva Jersey. Era el menor de ocho hermanos. Su padre, Edmond, trabajaba como chofer de ómnibus y su madre, Florence, era ama de casa. Edmond apenas conoció a su hijo menor, pues murió siete meses después de nacer Charles.
Para el pequeño la vida era una tortura, porque era víctima del maltrato de los novios de sus hermanas y de sus compañeros de la escuela. Dos de sus hermanos varones murieron cuando él todavía era un chico.
Estaba por terminar la secundaria cuando murió su mamá en un accidente automovilístico. Desde el hospital llamaron a su casa y solo le dijeron que fuera a verla porque estaba malherida y recién al llegar se enteró que había fallecido al momento del accidente. Entonces hizo un escándalo porque no le avisaron de entrada de la muerte de Florence y tampoco pudo llevarse el cuerpo porque, contó, lo habían incinerado. Estaba devastado y descontrolado. Fue enviado a un hospital psiquiátrico, donde permaneció algunos meses. Dejó la escuela y se alistó en la Marina. Era 1978.
Su primer destino fue en el submarino de misiles balísticos USS Woodrow Wilson. Cullen ascendió al rango de suboficial de tercera clase como parte del equipo que operaba los misiles Poseidón, que tienen capacidad nuclear. Sin embargo, este alentador comienzo no disimuló sus signos de inestabilidad mental. Una vez cumplió un turno con una bata quirúrgica verde, una máscara quirúrgica y guantes de látex robados del gabinete médico del barco. Lo mandaron al buque de suministros Canopus. Sus intentos de suicidio se sucedieron hasta que en marzo de 1984 la Armada le dio la baja.
Charles decidió que su destino sería la medicina y se inscribió en la Escuela de Enfermería del Hospital Mountainside. Se recibió en 1986 y comenzó a trabajar en 1987 en la unidad de quemados del Centro Médico St. Barnabas, en Livingston, Nueva Jersey (años después obtendría su licencia de enfermero también en Pensilvania). Ese mismo año se casó con Adrienne Taub. La pareja tuvo dos hijas. Pero Adrianne no soportó el comportamiento descabellado de su esposo: maltrataba a los perros de la familia y llenaba las bebidas con líquido para encendedores. La mujer, espantada, se llevó a sus hijos y pidió una orden que dispusiera que él tenía prohibido acercársele.
Los asesinatos de Charles Cullen
A los dos primeros pacientes que Cullen asesinó fue en su primer trabajo, o sea en el Centro Médico St. Barnabas, en 1988. Utilizó el goteo intravenoso para matarlos, aplicándoles una dosis fatal de insulina, que les provocó un cuadro grave de hipoglucemia, es decir, la bajada extrema del nivel de azúcar en sangre. Con un exceso de insulina en el organismo, el cuerpo y el cerebro pierden su principal fuente de energía, que es la glucosa, y la consecuencia directa es la entrada en coma y la muerte. La insulina tiene la capacidad de ser prácticamente indetectable, ya que desaparece rápidamente del torrente sanguíneo.
Para cuando las autoridades del hospital sospecharon e inspeccionaron las bolsas intravenosas, Cullen ya había matado allí a once pacientes en total durante 4 años. No todos eran enfermos que estaban a su cargo, pero eso era lo de menos. La desconfianza del consejo directivo del hospital llegó tarde, pues en 1992 Cullen ya había renunciado y comenzado a trabajar en el Hospital Warren, en Phillipsburg. Aquí empezó a utilizar digoxina, un medicamento para tratar la insuficiencia cardíaca. Una sobredosis puede ser mortal. Cullen lo sabía bien y de esa manera, aplicando la digoxina en las bolsas intravenosas, asesinó a tres ancianas.
En marzo de 1993, se metió en la casa de una compañera de trabajo mientras ella y su hijo dormían, pero se fue sin despertarlos. Así empezó el acoso. Cullen, luego, la llamaba por teléfono a cada rato y le dejaba mensajes, la perseguía hasta en el propio hospital y cuando salía de su casa. La mujer hizo la denuncia y Cullen se declaró culpable de allanamiento. Su condena fue un año de prisión en suspenso o condicional. Se tomó dos meses de licencia y fue tratado por depresión en dos centros psiquiátricos. Intentó suicidarse tres veces más antes del fin de ese año.
Cuando regresó al hospital de Warren, una mujer de 91 años que padecía cáncer les dijo a las autoridades que un hombre que no era su enfermero designado había entrado a su habitación y le había inyectado algo en el suero. Ella murió al día siguiente, y cuando su hijo presentó una denuncia contra el hospital, Cullen fue sometido a una prueba con el detector de mentiras. Le fue bien, tal vez porque había estado usando medicamentos para regular el corazón que le permitieron no sobresaltarse ante ninguna pregunta.
No volvió al Hospital Warren, sino que a principios de 1994 se empleó en el Centro Médico Hunter en Rarity Township, Nueva Jersey, y allí trabajó en terapia intensiva durante tres años. No se sabe la cantidad de pacientes que asesinó en este centro porque los archivos correspondientes a los años ‘94 y ‘95 fueron destruidos en 2003. Pero durante los primeros nueve meses de 1996 mató a cinco pacientes aplicándoles sobredosis de digoxina. Cullen permanecía algunos años en un hospital y luego obtenía empleo en otro. Del Centro Hunter pasó por otros cuatro hospitales donde asesinó a catorce personas siempre con el mismo método.
Dos circunstancias favorecieron a “El Ángel de la Muerte”, como se lo conocería con el tiempo a Cullen, mientras asesinaba pacientes, algunos con enfermedades terminales pero muchos otros no. Una de ellas era la escases de enfermeros. La otra el hecho de que no existía una base de datos de referencias cruzadas del personal médico que pasaba de un hospital a otro. Además, cuando una persona denunciaba que dudaba de la atención de Cullen o sospechaba de sus procedimientos y cuidados, especialmente si el denunciante era familiar de algún paciente fallecido, los hospitales no le daban curso a sus quejas. No lo escuchaban. Cullen siguió saltando de hospital en hospital y siguió matando.
Charles Cullen fue de hospital en hospital
Después de provocar una muerte y de dejar agonizando a otro paciente en Lehigh Valley Hospital–Cedar Crest, Cullen fue a trabajar al St Luke’s, en Bethlehem, Pensilvania. Ya era el año 2000. Fue en este lugar donde otro enfermero sospechó de él cuando encontró paquetes vacíos de drogas durante sus turnos, incluido el vecuronio, que es un relajante que se utiliza para facilitar la anestesia. Cullen fue citado por los abogados del hospital. De los pacientes que él atendía les realizaron pruebas de laboratorio a tres de ellos, que demostraron la presencia de vecuronio en su organismo, pero no hubo evidencia concreta de que Cullen les hubiera administrado esto. Los abogados le ofrecieron rescindir el contrato de mutuo acuerdo, le darían referencias ni buenas ni malas sobre su actuación como enfermero y el incidente no quedaría registrado en los archivos del hospital.
Su nuevo trabajo fue en el St. Luke’s Hospital, pero de aquí lo echaron a patadas en junio de 2002 cuando descubrieron que robaba medicamentos. Siete enfermeras de St. Luke que trabajaron con Cullen fueron a ver al fiscal de la jurisdicción para contarles de sus sospechas de que Cullen había usado drogas para matar a los pacientes. Revelaron que, entre enero y junio de 2002, Cullen había estado presente en el 70 por ciento de las muertes inesperadas ocurridas en el hospital. Pero los investigadores nunca investigaron el pasado de Cullen, y el caso se abandonó nueve meses después por falta de pruebas. Cullen siguió matando y continuó con sus intentos de suicidio.
En setiembre de 2002 trabajó en el Somerset Medical Center en Somerset, en Nueva Jersey. Asesinó a ocho pacientes más con sus fármacos preferidos, digoxina e insulina. Poco después, los sistemas informáticos del hospital mostraron que Cullen había accedido a los registros de pacientes que no tenía asignados. Los enfermeros del centro médico declararon que lo veían en las habitaciones de pacientes que él no atendía. La farmacia del hospital tenía un sistema computarizado de los medicamentos y este registro mostraba que Cullen había solicitado remedios para pacientes que no los tenía recetados.
Para julio de 2003 los funcionarios de salud de Nueva Jersey habían advertido al Centro Somerset que en cuatro casos de muerte por sobredosis de medicación era posible que estuviera involucrado un enfermero. El hospital respondió a esta advertencia recién en octubre. Para entonces Cullen había matado a cinco pacientes más y luego tuvo relaciones sexuales con sus víctimas. Somerset Medical Center despidió a Cullen el 31 de octubre de 2003. Sospechaban que era el culpable de las muertes en el hospital, pero la causa del despido fue administrativa: haberse equivocado en las fechas de ingreso y egreso de sus otros trabajos. Por temor a demandas judiciales, el hospital decidió llevar su propia investigación interna, pero pasaron meses y nada sucedió. Finalmente, se alertó a dos detectives, Timothy Braun y Danny Baldwin, acerca “del caso Cullen”. El asunto era ¿cómo atraparlo?
La investigación para atrapar a Charles Cullen
Comenzaron investigando el sistema Pyxis, que es una base de datos informática que los enfermeros utilizaban para poder acceder a los medicamentos, es decir, para que se abra el estante donde estaba aquello que necesitaban retirar. Si ese sistema les informaba que Cullen había retirado digoxina o insulina, lo tendrían. Pero resultó que revisado el sistema Cullen aparecía retirando solamente paracetamol, y que con frecuencia cancelaba el pedido después de hacerlo. ¿Cuál era la maniobra, entonces?
Quien le dio la solución fue una enfermera que trabajó con Cullen, y se había hecho amiga incluso, en el St., Luke, llamada Amy Loughren. Ella les explicó a los policías que el sistema Pyxis tiene un pequeño retraso. Si un enfermero ingresa un medicamento en la computadora y poco después elimina el pedido (como hacía Cullen con el paracetamol), el cajón que contenía el medicamento no se cerraba enseguida, sino que seguía abierto brevemente. En ese período el enfermero podía tomar el medicamento que hubiera en ese estante. En el mismo estante donde estaba el paracetamol también estaba la digoxina. Y eso es lo que hacía Cullen. Cancelaba el pedido de paracetamol y, rápidamente, antes que el estante se cerrara, tomaba la digoxina.
Los policías Braun y Baldwin repasaron (y era la primera vez que la policía lo hacía) los antecedentes laborales de Charles Cullen y se dieron cuenta de todo. Le pidieron a la enfermera Loughren que citara a Cullen para hablar de bueyes perdidos. Ella llevaría un micrófono oculto. En la conversación Cullen no confesó. Ninguna muerte. Pero los policías lo detuvieron de todas maneras. En diciembre de 2003 estaba detenido. En el interrogatorio, Charles Cullen confesó haber haber asesinado a unos 400 pacientes. Dijo que no se acordaba de todos los casos, pero dio referencias sobre 40 asesinatos. De esta cantidad la administración de justicia logró probar 29. Para evitar la pena de muerte se declaró culpable, es decir, que no iba a haber juicio porque el acusado admitió su culpa. Entonces, solo restaba que el juez impusiera la pena. Así es el sistema judicial penal de los Estados Unidos.
En marzo de 2006, Charles Cullen, uno de los más prolíficos asesinos seriales, fue condenado a 17 prisiones perpetuas consecutivas. Podrá pedir la libertad condicional en el año 2388.