La Casa de Moneda china tiene siete edificios monumentales repartidos por todo su territorio que imprimen a una escala que ninguna otra fábrica de dinero puede soñar.
Allá, a 19.255 kilómetros de distancia, se están preparando para producir el último anuncio monetario del Gobierno: el billete de $2000 con la cara de Cecilia Grierson y Ramón Carrillo.
Prolijamente acomodados en containers, navegarán océanos hasta llegar a Buenos Aires. Cuando este invierno, los cajeros finalmente nos entreguen los billetes nuevos con olor a tinta fresca, gran parte de ese dinero habrá salido de una máquina en China.
Es la primera vez en la historia que la Casa de Moneda argentina recurre a China para que le produzca el billete completo. Pero la demanda es tal que ya hace tiempo que no alcanzan las veinticuatro horas ni los siete días de la semana que usan las dos plantas – la ex Ciccone y la casa central- para fabricar; y tampoco son suficientes las compras que hacen a Brasil y a España donde se está produciendo el 60% de la moneda que circula en nuestro país.
Los billetes en números
Cada mes, se imprimen 100 millones de billetes acá y otros 200 millones se compran afuera. Es un monoproducto: sólo se hacen los de $1000. La demanda de billetes es tanta, que a esa ecuación entra ahora China, el proveedor más grande del planeta.
Mientras tanto, la decisión de fabricar los de $5.000 y $10.000 quedó en la nada. Nada. Lo anunciaron como un proyecto a corto plazo en febrero, pero el Banco Central no volvió a tratar el tema ni a firmar ningún contrato.
El de $2000 va a estar en nuestros bolsillos a partir de mayo, cuando salga la primera tanda, mientras que otra más grande vendrá a fin de año.
La historia real, pero insólita, del billete de 2000 pesos
Los papeles que se usarán para la fabricación con el diseño, que incluye a dos médicos memorables de la historia argentina, estaban listos para ser impresos con el valor de $5000. Eso fue en 2020, en plena pandemia, cuando la distribución del IFE ya requería una producción épica de billetes.
La Casa de Moneda recibió entonces la orden del Banco Central, compró el papel, la tinta, se hicieron los trabajos y todo estaba listo para sacarlo a la calle hasta que un día, a una hora, todo quedó en la nada.
Los papeles sin imprimir se guardaron en un depósito del que fueron rescatados para este anuncio inexplicable: a pesar de que la inflación acumulada de los últimos tres años es casi del 300%, decidieron hacer un billete de $2000.
El motivo de una decisión
Si la pregunta es por qué, la respuesta es política. No hay consenso en el triángulo de poder que componen Cristina, el Presidente y Sergio Massa sobre cuánto afecta subir la denominación de la moneda en la percepción de la inflación.
Ya había pasado en 2015, cuando en pleno año electoral, la discusión era la misma, pero sobre los billetes mayores a $100. Entonces, el Banco Central tenía la decisión de lanzar uno de $200, objetivo que nunca cumplió porque la entonces Presidenta dijo que no.
Fue una pena para Daniel Scioli que, en el vértigo de la campaña, soñaba con ganar la elección y lanzar un billete de $500 con la cara de Juan Perón, así como Cristina había tenido el de Eva con $100.
El ministro de Economía, Sergio Massa, anunció el supercanje de la deuda en pesos, un fantasma oscuro que vuela sobre el futuro de todos los argentinos y que depende su estabilidad de la buena voluntad de Gobierno y bancos.
A nadie le hace falta ver esa tecnología financiera ni conocer el vértigo con que se imprimen billetes para saber de qué se trata la inflación. Pero si se mira de cerca esa producción descontrolada de moneda, asusta.