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Súper inflación K en alimentos: primero está la gente, pero no se nota

Ya llega al 388% desde que asumió el Gobierno. Esto es, 40 puntos porcentuales más que el índice general. Obvio, el saque cae sobre las clases de bajos recursos y desparrama desigualdad y pobreza.

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Cristina Fernández de Kirchner en Río Negro.
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No hay manera de encontrar una buena noticia o una al menos alentadora, en el mar de datos que existe al interior del índice de precios de febrero. Y si lo que queda entonces es buscar entre las desalentadoras, una notable, cargada de connotaciones sociales y políticas, es el violento incremento del costo de los alimentos.

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Según la estadística nacional, hay 9,8% en febrero; 102,6% anual y nada menos 388% desde que el kirchnerismo volvió al poder. Si se prefiere poner la lupa en el empobrecido, postergado Conurbano bonaerense tenemos: 10,9% para febrero o casi 11% en un solo mes y 385% contra los comienzos del 2020.

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Un par de muestras del desborde dentro del desborde saltan cuando se va a la diferencia entre lo que subió el costo de los alimentos versus el 348% que aumentó el índice general. Igual de impresionantes, en el primer caso la brecha da 40 puntos porcentuales redondos y 37 en el GBA.

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Estamos hablando, por si hace falta decirlo, de consumos la mayor parte de las veces insustituibles, de esos que pesan fuerte en el bolsillo de las familias de menores recursos y expresan, como pocos, la caída del salario real.

Datos del INDEC cuentan, justamente, que para quienes ocupan el escalón inferior de la pirámide social los alimentos representan el 34,5% del gasto, hasta el 36% si se baja al primer subsuelo.

Expresión de la diferencia en ingresos y poder adquisitivo, el impacto se achica al 15,7% en el escalón superior de la pirámide. Y como en ambos segmentos la porción que se va en transporte, vivienda y servicios es semejante, el excedente se llama capacidad de ahorro o acceso a formas de vida por cierto desparejas.

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De una especie parecida, el 25% de los hogares de mayores recursos concentra sus compras en supermercados, o sea, en comercios donde abundan cartelitos del plan Precios Justos y donde, se supone, los precios son más bajos. Del otro lado, un 35% paga más caro y en efectivo en los negocios especializados o de cercanía, como panaderías, carnicerías y verdulerías.

En tren de machacar sobre las desigualdades del mundo desigual y siempre a puro dato, tenemos ahora que, medidos por el costo de los alimentos, los ingresos de 9,2 millones de asalariados informales, en negro, han caído un 39,5% desde 2017.

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Vale insistir en que se trata de la mitad de la fuerza laboral del país, de trabajadores que carecen de coberturas laborales y sociales básicas, que no están sindicalizados sino al revés, que en unos cuantos sentidos están marginados.

Según el mismo metro de la desigualdad, para los empleados privados en blanco la pérdida retrocede al 23% y ronda el 27% en el sector público. En los dos casos, asalariados sindicalizados y por lo tanto cubiertos por paritarias.

Pasa a menudo, con la economía y con algunas de las consideradas ciencias sociales, que los números cuentan las cosas mejor que unas cuantas palabras. Y pasa también que esta aclaración sirve para seguir disparando números.

Dicho esto, lo que viene, también del INDEC, dice que el 40,9% de los 9,2 millones de asalariados informales son del Conurbano bonaerense. Esto es, casi 3,8 millones de trabajadores precarizados, seguramente en situación de pobreza.

Problemas del territorio al que el cristinismo apuesta fuerte y destina recursos en cantidad, el indicador de la pobreza anotó 39,8% en los comienzos de 2019. Y como el último registro señaló 42%, el resultado plantea que pese al empeño que pone el Gobierno la pobreza no cede o peor, crece.

Algo anda mal, en la gestión de Axel Kicillof. Y no lo resuelven los elogios ampulosos que el gobernador le dedica a la vicepresidenta cada vez que se le presenta una oportunidad. Eso es otra cosa.

Números duros, nuevamente, que no es posible barrer con planes ni con discursos interminables. Y que sobreviven a las parrafadas que prometen crear trabajo y que exaltan el papel igualador del trabajo, que ponderan la función de las pymes y hablan de un crecimiento económico sostenido que cuesta encontrar.

Tareas para el Ministerio de Desarrollo Social que maneja Victoria Tolosa Paz, una funcionaria que ha dado de baja 80 mil planes Trabajar y que presume de estar ahí para “cuidar a los más vulnerables”, o sea, a varios millones de personas ostensiblemente descuidadas.

En el mientras tanto, la inflación sigue su ruta. Cifras de la Canasta Alimentaria Básica, de subsistencia, marcan 115% en los últimos doce meses y 111% en el caso de la canasta más amplia que define la pobreza. Todo claramente jugado al 100 por ciento largo.

Aportes al cuadro general, estimaciones de consultoras que hace años siguen el movimiento de los precios advierten que el índice de marzo pinta para empezar con 7 y que el de los alimentos anda en los alrededores del 7,4%. Luego, el primer trimestre de 2023 marcha derecho hacia la zona del 20% o a la del 25% si se trata del siempre empinado costo de los alimentos.

Solo para comparar y usar las cifras al gusto de cada cual, enero-marzo de 2022 había dado 16,1% y el mismo período del inicial 2020, un a esta altura increíble 7,8%.

En el camino de la súper inflación K no faltó nada: hubo precios máximos, controlados y regulados, aprietes, premios, castigos y trueques diversos y no muy claros. Nada o casi nada que no sepamos y nada ni por asomo parecido a un plan.

Todo, al fin, del gastado, definitivamente ineficaz arsenal kirchnerista.

Comentario de un economista que conoce el paño: “Algo raro está pasando con las paritarias. Como si hubiesen movidas acordadas con ciertos jefes sindicales, pareciera que la idea es pisar las negociaciones, no hacer olas y presentar los arreglos con el sello del 60% para ver si así la inflación empieza a aflojar”.

Puesto de otra manera, lo de pisar paritarias o manipularlas suena a convertir los salarios en variable de ajuste. O a insistir con un método que ya se usa, y se usa a todos los efectos, incluidas las jubilaciones, con la inflación en las nubes.

Y aun cuando haya protagonistas del palo kirchnerista, la onda es con Sergio Massa y, más precisamente, apunta a bancar a Sergio Massa y a sus aspiraciones presidenciales.

Sigue el economista que conoce el paño: “Sergio anda muy golpeado con la inflación descontrolada y le quedan cada vez menos balas, pero todavía conserva el aval de Cristina, quizás porque a ella le parece el candidato mejor plantado para sostener la parada electoral y conservar el 30% del electorado”. O, sencillamente, porque no tiene uno mejor.

Vale aclarar que es la mirada de alguien que estuvo cerca de Massa y se distanció de Massa.

Otras miradas sobre la escasez de alternativas K van sobre la capacidad-incapacidad de Cristina para armar y construir estructuras sólidas y calificadas, pese a sus dos presidencias y a la actual vicepresidencia. Si se prefiere, pese a los 11 años en la cima del poder más el tiempo en que fue senadora número uno.

Obvio, no califica para esa función La Cámpora, un conglomerado confuso, poblado de oportunistas, que se presenta en papel de herederos. Tampoco el Instituto Patria, famoso por la chapa y algunos oropeles y desconocido por sus aportes al debate político y económico.

Es lo que hay en el centro del escenario, desordenado e improvisado por todas partes. Y entre lo que hay cuesta encontrar de dónde se agarra el Gobierno para sostener eso de que “Primero está la gente”. En realidad, primero está la propaganda.

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