Estaba todo preparado al detalle. Las instrucciones habían sido impartidas de antemano y viralizadas por las redes sociales, como para que nadie se confunda. A la hora señalada, ni un minuto antes ni un minuto después, debían soltarse las tiras plásticas, agitarse los globos y desplegarse las banderas. Entre ellas, ese enorme telón que cubrió la tribuna de la Laprida y parte de la Chile.
Un lujo para la vista, no sólo para los miles que estuvieron anoche en el Monumental, sino para los tantos miles que lo vieron por televisión desde todo el país y que quedaron nuevamente asombrados por el despliegue que sabe darle la hinchada “decana” a esta clase de espectáculos.
Como era de esperarse, el Monumental fue un circo romano intimidante que encendió los sentidos. La gente jugó su partido ya desde el calentamiento, cuando le hizo sentir el rigor al plantel de River. Por más que fuera el puntero y que llevara ocho partidos sin recibir un gol, había confianza en el aire: después del gran triunfo sobre Racing, había razones para creer.
Además, Tucumán es una tierra en la que el “millonario” se siente muy incómodo. Basta recordar que aquí fue donde hace un par de años se le escapó un título que terminó en manos de Boca.
Al final, el Monumental no pudo festejar un triunfo que sintió que merecía, pero no dudó en ponerse de pie para aplaudir el esfuerzo de sus jugadores. Lo habían dado todo.
