Cuando al principio del pasado mes de mayo, Sergio Massa afirmó ante empresarios que él era un técnico y que hacía nueve meses que ya no se dedicaba a la política, dijo una verdad a medias, básicamente por dos cuestiones. La primera es que, como técnico, le estarían fallando las herramientas.
La segunda, que –como diría Axel Kicillof– “se le nota mucho” la desesperación por conseguir al menos una arandela que calce en el tornillo para aliviar el desastre económico del país y conseguir así que Cristina Kirchner lo elija como único candidato presidencial del Frente de Todos.
El empleador de Massa como técnico, Alberto Fernández, no lo está pudiendo ayudar. No solo no lo quiere como su eventual sucesor en la oficina de contrataciones, sino que se volvió por segunda vez con las manos vacías de Brasil, donde fue a pedir a los Brics –la asociación económica y comercial entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– que le brindaran a la Argentina una garantía para ayudar a aliviar nuestras reservas.
Massa, quien fue a China también a buscar auxilio económico –embarcado en el flamante avión presidencial que Alberto no llegó a estrenar– consiguió algo de efectivo. El punto es que ese dinero, que obviamente habrá que devolver con intereses, le va a servir para remendar la pérdida de la cañería (la falta de dólares), pero no le va a ser útil para solucionar el problema de fondo.
Es decir, la inflación y otras cositas que llevaron a la situación de tremenda crisis de la que el Gobierno suele no hacerse cargo y prefiere culpar a la herencia política que recibió hace ya tres años y medio, a la pandemia, a la guerra en Ucrania y a la sequía. Y eso porque no se les cruzó un ovni.
El mayor problema de este servicio técnico es que no solo no da garantía. Ni siquiera emite factura A ni B, ni un ticket de morondanga con el que el ciudadano común pueda pedir que lo resarzan algún día, en vez de tener que seguir bancando la fiesta de los técnicos de la política, pagando los platos rotos como viene haciendo desde hace décadas.
“Los oficialismos ganan las elecciones gobernando, no yendo a la televisión”, le escucharon decir a Massa en China al tiempo que intentaba asir con palitos un sashimi más resbaladizo que su propia carrera política. “Que gobiernen, entonces, que no pierdan más tiempo”, susurraba por lo bajo un asistente de la gira oficial, quien, mientras festeja que Máximo Kirchner se haya puesto por fin un traje, suele decir de él que “es tan pobre que lo único que tiene es guita”.