Ya sabemos que Cristina ya no espera y se desespera buscando una impunidad que no llega. Para lograr ese objetivo, la vice condenada a seis años de prisión por corrupción, es capaz de hacer cualquier cosa. No tiene problemas en empujar a la doctora Ana María Figueroa para que cometa todo tipo de tropelías de extrema gravedad institucional. Se trata de dos abogadas que se niegan a obedecer las leyes y que ponen por encima de las reglas su fanatismo político.
La doctora Figueroa se puso la camiseta partidaria, resiste en su cargo y actúa como si fuera una brigadista de La Cámpora. No duda en incinerar su diploma universitario en el altar de Cristina. Ana María Figueroa cumplió 75 años el 9 de agosto pasado. Hace veinte días que, según la Corte Suprema de Justicia, dejó de ser jueza en la Cámara Federal de Casación Penal. La única posibilidad de extender su mandato por 5 años más era que antes de esa fecha, el Senado de la Nación lo aprobara.
Cristina y sus senadores lo intentaron en dos ocasiones y fracasaron por falta de quorum. Pero ni Cristina ni Figueroa aceptaron la derrota. Decidieron forzar las reglas e ir por la banquina. Apelaron a groseras irregularidades y a mamarrachos escandalosos. La jueza, primero dijo que se quedaba en su cargo, aunque no iba a firmar resoluciones. Se atrincheró contra la ley alguien que debe garantizar el cumplimiento de la ley. Estamos hablando del máximo tribunal penal del país.
Eso solo fue un papelón sin antecedentes. Pero no conforme con eso, la ex jueza Figueroa fue a un acto institucional en Bahía Blanca y pronunció un discurso y se presentó como presidenta de la Cámara de Casación. Fue una clara usurpación de cargo. La doctora Figueroa ya tiene dos denuncias penales, pero no se rinde. ¿Cuál es el motivo de tantos despropósitos? Ese tribunal tiene que decidir sobre dos causas que le quitan el sueño a Cristina.
Estamos hablando del repugnante y tenebroso pacto con Irán y el caso Hotesur-Los Sauces donde además de Cristina están acusados de lavado de dinero sus dos hijos, Florencia y Máximo. Esto confirma lo que ya sabíamos: Cristina está dispuesta a todo y la doctora Figueroa, también. Mientras la hecatombe económica y la inseguridad se están cobrando víctimas todos los días y parte de la dirigencia está dedicada a buscar votos, Cristina, casi desde la clandestinidad, no tiene otro interés que colonizar la justicia para borrar de alguna manera los delitos que cometió.
La normativa no se lo permite, pero Ana María Figueroa quiere ser juez y parte. A esta altura, el esperpento es tan evidente que, en lugar de convertirse en un salvavidas para Cristina, se transformó en una mochila de piedras. La inmensa mayoría del pueblo, sabe que Cristina es la mujer más corrupta de la historia democrática. Fue de tanta magnitud la montaña de dólares sucios que se llevaron que les alcanzó para enriquecer a su familia, a gran parte de sus funcionarios, a sus secretarios privados y a algunos empresarios amigos y testaferros.
Esa es una verdad indiscutible. La condena a 6 años de prisión que pesa sobre Cristina es la primera de otras condenas que van a venir cuando la justicia avance sin prisa, pero sin pausa. El histórico testimonio del fiscal Diego Luciani habla por sí solo. Cristina es la persona que más daño le hizo a la democracia argentina y la que más daño le puede seguir haciendo. El papel de Cristina ha sido y es clave en la destrucción del país que ahora estamos padeciendo.
Tiene que ver con la negación de la realidad, la simpatía por los delincuentes de todo tipo. Y hablamos de los violadores o criminales comunes que con el zaffaronismo siempre les ofrecen el lugar de víctima y no de victimario y de los asaltantes de la democracia en Cuba, Venezuela, Nicaragua e Irán. Siempre del lado del eje del mal. De los delincuentes de cabotaje y de los dictadores internacionales. Todo eso y mucho más dejan a Cristina en el lugar más oscuro y destructivo de la historia.
Pero su adicción por el dinero ajeno es su principal característica. Es la campeona mundial de la corrupción. Cristina vive como magnate y nunca pudo explicar las joyas carísimas que usaba y ahora ocultó. Ni siquiera se atreve a confesar cuánto cobra por su doble jubilación de privilegio. Todos dicen que ya supera los 10 millones de pesos. Su voracidad por el poder y el dinero no tiene límites. Y Ana María Figueroa ya no puede hacer nada con eso.