El relato kirchnerista, que marcó las pautas de lo que se podía decir y hacer en la política, parece haber llegado a su fin. Desde el llano, sin las palancas del Estado, el discurso hegemónico del engendro peronismo progresista comienza a desaparecer de la vida cultural de los argentinos. ¿Era inevitable que todo quedara en la nada sin los dineros públicos y el Estado como bolsa de trabajo para la militancia?
Este marco conceptual, del que nadie se movía para evitar problemas o mantener los privilegios, fue impuesto desde lo más alto del poder y no tuvo absolutamente nada de espontáneo. Como el lenguaje inclusivo. Cabe mencionar que, con la llegada de Néstor y Cristina Kirchner a la Casa Rosada en el año 2003, se destinaron enormes cantidades de fondos gubernamentales para sostener el dogma.
El relato estuvo sostenido en buena parte por la pauta publicitaria para periodistas, medios públicos y entes gubernamentales (tanto dependientes del Poder Ejecutivo como de supuestas entidades “autárquicas”). Es decir, todo justificado dentro de lo “legal”. Puede que por esto haya sido necesaria la llegada de un nuevo referente como Javier Milei, que comenzó a cuestionar los tentáculos del estatismo desde una perspectiva “moral”.
Al ver el enorme retroceso del relato kirchnerista que tiene lugar por estos días, uno comprende el grave error de Mauricio Macri. Entre 2015 y 2019, en materia discursiva, no se animó a cuestionar ninguna de las vacas sagradas. Desde los 30.000 desaparecidos hasta la necesidad de un “Estado presente”. En materia de gestión, no desarticuló ninguna de las entidades que servían de amplificación del discurso kirchnerista.
Por eso, todo el aparato quedó activo y latente, esperando el retorno de Cristina (ya con Alberto Fernández) para volver a las andadas. Aunque es temprano como para saber si Milei tendrá éxito o no en desarticular este monstruo arraigado en todas las dependencias estatales argentinas, al menos tiene una cuestión para ser optimista. Fue a fondo desde el primer día y está haciendo lo que no se hizo antes.
Lo cierto es que así empezó a anular ministerios, suspender pauta oficial y cerrar entidades como el INADI o la agencia de noticias Télam. Lo que muchos “no veían” es que estas iniciativas están teniendo más respaldo de lo que se podía suponer hasta hace un tiempo. Ante estas ambiciosas propuestas (que no son más que acciones de absoluto sentido común), las piezas se van acomodando en Argentina.
Las voces del debate público empiezan a sonar más razonables y de a poco se va comenzando a dejar de defender lo indefendible. Es que algunos ya están perdiendo el miedo de hablar y otros se dieron cuenta de que mantenerse apegados a un relato del pasado, que les dio buenos beneficios en su momento, puede no ser redituable a futuro. Los argentinos comenzamos a transitar un camino incierto.
Pero, mientras damos los primeros pasos para dejar atrás el relato kirchnerista, uno mira alrededor y se da cuenta de que las cosas van cambiando progresivamente. Al menos, es menester dar cuenta acerca de que van desapareciendo de la discusión política las estupideces que fueron incuestionables por unos veinte años en el país.