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Era gobernador de Tucumán y fue degollado: su cabeza estuvo clavada en la plaza Independencia

Se llamaba Marco y su apellido era Avellaneda. Su hijo Nicolás, fue más adelante presidente de la Nación Argentina. Tres mujeres tucumanas fueron las que recuperaron el cráneo y lo guardaron por años.

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Casa de gobierno de Tucumán
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Una cabeza con expresión de bronca está clavada en la plaza. Ancianos, adultos y niños pasan y ven con asombro al que fuera hasta un par de días atrás el gobernador de la provincia de Tucumán. El miedo, el asco y el morbo se hacen presentes con toda la fuerza de la vida misma en la plaza Independencia. A tan solo metros de lo que fuera su oficina, ahora yace una parte de su cuerpo.

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El enfrentamiento entre los unitarios y lo federales, fue sin duda alguno uno de los episodios más sangrientos y extensos de la historia argentina. Mientras que los unitarios eran un partido liberal que proponía un gobierno centralizado en Buenos Aires, los federales eran un partido de oposición que defendía la autonomía de las provincias. Fueron casi 50 años los que duraron estos enfrentamientos en toda la extensión territorial de Argentina, entre momentos de guerra y de paz, con batallas ganadas y pérdidas de un bando y del otro.

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Una de las rectas finales de este enfrentamiento, se dieron en la década del 40, cuando Catamarca, Jujuy, Salta, La Rioja y Tucumán se hermanaron en contra del régimen autoritario de Juan Manuel de Rosas, formando la conocida Liga del Norte, que duró más o menos un año, hasta su derrota en suelo famaillense (suceso conocido  como “la batalla de Famaillá”).

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Marco Manuel Avellaneda era gobernador de la provincia de Tucumán, y líder de este movimiento. Había nacido en Catamarca en 1813, hijo de Nicolás Avellaneda Tula, destacada figura de la Revolución de Mayo. En ese seno político se crío y así guió sus pasos entre libros y estudios. Cuando tenía apenas 10 años y recientemente mudado con su familia a Tucumán, fue enviado a Buenos Aires para finalizar sus estudios secundarios y luego universitarios, graduándose de doctor en derecho a muy temprana edad y con notas sobresalientes.

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Con 25 años y ya de vuelta en Tucumán, fue elegido presidente de la Sala de Representantes de la Provincia. Ya era conocido por su poder de oratoria y su gran inteligencia. Además, presentó un avanzado proyecto de reforma constitucional para la época. Se ganó la confianza del exgobernador tucumano Alejandro Heredia, ascendiendo rápidamente en la escala social y política de la provincia. Sin embargo, habría conspirado en el asesinato de Heredia, hecho que sucedió un 12 de noviembre de 1838, perpetrado por Gabino Robles y sus secuaces, todos en caballos presuntamente  provistos por Marco Avellaneda.

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El catamarqueño, apenas tres años después y tras un año de gestión de la Liga del Norte o Coalición del Norte, es capturado por aviso de un traidor: el unitario iba a pagar de la peor manera el precio por la muerte de Heredia y por rebelarse contra Rosas.

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La muerte le llegó en Metán, Salta, un 3 de octubre de 1841, el mismo día que Nicolás, su hijo y futuro presidente de la Nación cumplía 4 añitos. Su ejecución fue una de las más sangrientas, crueles y significativas del régimen rosista.

Junto al coronel Lucio Casas, Marco Avellaneda fue ferozmente degollado ese 3 de octubre. El historiador Bernardo González Arrili relató que ese día, Mariano Maza, el ejecutor, fue especialmente cruel: “El degollador se demora, empieza con un tajito, luego con otro, hasta que don Marco se harta y le dice: ‘¿Qué? ¿Se está burlando de mí? ¡Termine de una vez!’”

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Oleo que retrata el degüello de Marco en manos de Mariano.

Manuel Oribe era el jefe de los ejérctios federales. A él le habían sido entregados en persona los líderes de la Liga del Norte, tras la derrota en Famaillá junto al Gral. Lavalle. El capitán García, quien acompañaba a Oribe, describió con detalle la horrorosa escena: “Seis soldados con sus cuchillos en mano les cortaron la cabeza estando de pie (el plural incluye a Lucio Casas); los cuerpos cayeron, el de Avellaneda, con la cabeza completamente separada, se afirmó en las manos apenas cayó y por largo rato estuvo como quien anda a gatas. Mientras tanto, la cabeza separada y tomada por un soldado de los cabellos, hacía las más extrañas gesticulaciones: los ojos se abrían y cerraban girando de izquierda a derecha y viceversa y echando de frente, sin apagarse, mientras el labio inferior se colocaba muchas veces debajo de los dientes, con un movimiento natural y poco forzado como cuando la ira nos hace contraer de ese modo la boca. La cabeza vivió de este modo doce minutos y el cuerpo del mismo, después de estar inmóvil, presentó otro fenómeno de vitalidad. Un tal Bernardino Olid, capitán allegado al general Oribe y uno de los hombres más feroces y carniceros, sacó el cuchillo y observando la blancura y delicado cutis de Avellaneda, dijo ‘de este cuero quiero una manea’, y dando un tajo todo a lo largo del cuerpo del decapitado señaló la piel, haciendo correr por el lomo lentamente el cuchillo: el cadáver se enderezó nuevamente apoyado en las palmas de las manos y hasta donde le es posible a un hombre vivo levantarse en esa actitud, se mantuvo por más de tres minutos; finalmente Olid corrió nuevamente el cuchillo y sacó la lonja para la manea; el cadáver ya no se movió”.

La historia de que  con la piel de Avellaneda Olid se fabricó una Manea y un fiador era conocida. El mismo Sarmiento había intentado comprársela a Bernardino Olid u Oliden, sin éxito.

El dolor y el flagelo innecesario que sufrió Marco, sin embargo, no había terminado ni aun muerto. Para expectación de toda la sociedad tucumana, su cabeza fue colgada en una pica en la plaza Independencia. Fueron varios días en los que el espectáculo y el horror se hicieron parte del paisaje del Jardín del Universo, de frente al cabildo de Tucumán. Hasta que una mujer tomó coraje y le dio fin.

En medio de la noche, entre enaguas y una trabajosa falda, la tucumana Fortunata García junto a sus hermanas Trinidad y Cruz se escabulleron desde su casa ladera al Cabildo (actual casa de Gobierno), hasta el lugar donde continuaba la cabeza de quien fuera su amigo, Marco. Con trabajoso esfuerzo, entre arcadas y llanto, logró sacar la cabeza de esa pica, envolverla en trapos, y cruzar corriendo como una criminal hasta su casa. Una vez allí, limpió y escondió la cabeza en un cofre reservado únicamente para las prendas íntimas de la mujer. Cuando ingresaron a su domicilio en busca del cadáver, no la encontraron pues ni la milicia era capaz de revisar el cofre de intimidades de una distinguida dama, pese a que ella misma habría insistido que comiencen por sus prendas más íntimas. Algunos años más tarde, siendo Nicolás ya un hombre adulto, Fortunata se encarga de entregar la cabeza de su padre al presidente. Sus restos descansan desde ese momento en el cementerio de la Recoleta.

La ¿ejecución? del ejecutor 

Mariano Maza, el degollador, era hijo y hermano de dos personas que habían sido ejecutadas un tiempo después por haber quedado complicadas en un complot contra Rosas. En esa sangrienta época, tener la cabeza sobre los hombros sonaba a un milagro.

Se exilió en la república oriental del Uruguay tras la batalla de Caseros. Allí estaba  en 1879 cuando el dictador Latorre encargó a un pintor un retrato de Marco Avellaneda para regalárselo a Nicolás, hijo de Marco y ya presidente de la nación Argentina. ¿Quién tenía la tarea de entregárselo?  Nadie más y nadie menos que Maza. Al día siguiente de su partida, corría la noticia de que había muerto víctima de una apoplejía fulminante.

En la plaza Independencia, una placa señala el lugar donde sangró la cabeza de Marco Avellaneda, titulado gobernador de Tucumán al momento de su ejecución, cargo conseguido tras la muerte de Heredia. El crimen que cometió, además de su colaboración en el asesinato de su antecesor, fue la de revelarse al régimen Rosista, al igual que miles de coterráneos de la época. A poco tiempo de haber asumido su puesto como gobernante de estas tierras, le había declarado la guerra a Juan Manuel de Rosas. Cuando fue capturado, estaba huyendo hacia Bolivia. Su muerte, conmocionó a todo el Norte y aleccionó a miles de ciudadanos sobre las consecuencias de ir contra el régimen.

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