La familia de Miguel Gómez, un hombre de 55 años asesinado brutalmente tras ser atacado a la salida de una fiesta en el barrio del Abasto, exige avances en la investigación para identificar y detener a los responsables del crimen. El hecho, que ha conmocionado a sus seres queridos, ocurrió el 29 de junio, cuando Miguel intentó intervenir en una pelea, y hasta la fecha, no ha habido arrestos.
El 28 de junio, Gómez trabajaba en un local bailable donde se desarrollaba una Fiesta Retro en la zona del Abasto. Luego de finalizar su labor en el evento, alrededor de las 6 de la mañana del día siguiente, recogió sus pertenencias y se dispuso a regresar a casa. Sin embargo, cuando apenas había avanzado unos metros, fue testigo de una violenta situación: su amigo Germán Herrera y la pareja de este estaban siendo atacados por cuatro individuos que descendieron de un Renault Clio gris.
Sin dudarlo, Miguel decidió intervenir para frenar la agresión y proteger a su amigo y a la novia de este. “Mi papá no estaba peleando, solo quería evitar que siguieran lastimando a Germán y a su pareja”, relató Gerardo Gómez, el hijo de la víctima. Pero la situación empeoró rápidamente. Los agresores se ensañaron con Miguel, golpeándolo con brutalidad hasta que uno de ellos lo impactó en la cabeza con la culata de un arma. Gómez cayó al suelo, inconsciente y gravemente herido.
Tras el violento ataque, los delincuentes robaron los celulares de Herrera y su novia, y escaparon en el Renault Clio, sin dejar rastro hasta el día de hoy.
Miguel fue trasladado de urgencia al hospital, donde se le sometió a una delicada cirugía para extraer un hueso craneal dañado por la golpiza. A pesar de los esfuerzos médicos, las lesiones fueron demasiado graves y, tras pasar más de dos meses en estado crítico, Miguel falleció el 9 de septiembre sin haber recuperado la conciencia.
Desde el momento del ataque, la familia de Gómez ha buscado incansablemente testigos que puedan aportar detalles sobre lo ocurrido, así como cámaras de seguridad en la zona que pudieran haber captado a los agresores o el vehículo en el que se desplazaban. Sin embargo, hasta ahora los resultados han sido escasos. “Las personas que estaban presentes dicen no recordar bien lo que pasó, algunos estaban alcoholizados, y su amigo no pudo dar una descripción clara porque no llevaba sus anteojos en ese momento”, explicó Gerardo.
A pesar de la colaboración de la familia para identificar posibles pruebas, como la búsqueda de cámaras de seguridad, los avances han sido limitados. “Hay una cámara que registró el automóvil, pero no se puede ver bien la patente”, señaló Gerardo con frustración. La falta de testigos claros y de evidencia contundente ha complicado el trabajo de la Fiscalía de Homicidios II, a cargo del fiscal Carlos Sale, que tomó el caso tras la muerte de Gómez.
Para la familia, la espera ha sido dolorosa y desesperante. “Durante todo el tiempo que mi papá estuvo internado, no hubo ninguna novedad en la investigación. Pareciera que esperaron a que falleciera para empezar a moverse”, declaró Gerardo con indignación. La familia siente que no se ha hecho lo suficiente para dar con los asesinos y teme que el tiempo que ha pasado juegue en contra de la posibilidad de encontrar justicia.
Gerardo Gómez ha sido una de las voces más firmes en el pedido de justicia por su padre. “Lo único que queremos es que encuentren a los asesinos de mi papá. Él ya no está, pero igual queremos justicia”, expresó, dejando en claro que la familia no cesará en su reclamo hasta que los culpables sean identificados y castigados.
Una de las mayores frustraciones de la familia es que, según Gerardo, los celulares robados podrían haber sido rastreados para localizar a los agresores. Sin embargo, hasta ahora, no ha habido avances en ese aspecto. “Tiene que haber alguna forma de encontrarlos. Tienen los celulares que se robaron, se podría haber intentado rastrear la ubicación, pero hasta ahora no hay noticias y el tiempo sigue corriendo”, dijo Gerardo, pidiendo a las autoridades que tomen medidas más firmes.
Miguel Gómez era descrito por su hijo como “una persona buena y trabajadora” que no merecía un final tan violento. Para su familia, la impotencia crece a medida que pasan los días sin respuestas, y el dolor por la pérdida de un ser querido se mezcla con la angustia de no ver avances en la búsqueda de justicia.
