Los sanguchitos de miga de la tía, los discursos del pariente borracho, las discusiones familiares y el momento mágico del reencuentro. ¿Cómo es nuestra navidad soñada?
* Nota publicada originalmente el 24 de diciembre de 2020.
En la zona de El Bajo, los arbolitos nevados se retuercen ante el calor implacable en una especie de oasis surrealista. Los transeúntes colman las veredas, van y vienen, más apurados que de costumbre. Alguno se detiene a relojear el precio de una Pelopincho, pero no hay tiempo para la utopía en el vértigo que imponen las últimas compras. Los ecos ansiosos de las bocinas se mezclan con los gritos de los vendedores ambulantes que procuran llevar el pan dulce y la sidra a sus mesas. Todos buscan algo que les falta: un juguete, una bombacha rosa o las almendras bañadas en chocolate que tanto le gustan a la tía Pocha. Acaso eso que llaman espíritu navideño ha puesto en movimiento los cuerpos o quizás es la promesa de tener algo que festejar en un año difícil. ¿Cómo es la navidad con que sueñan los habitantes de esta comarca? ¿Qué hubo antes y qué viene después de que choquen las copas a la medianoche? Sin nieve, ni renos, ni chimeneas encendidas, pero con excesos celebratorios de todo tipo, la navidad tucumana tiene condimentos que la vuelven única. Ya lo dijo Berugo: atrévase a soñar.
Los días previos están signados por el calor, el apuro, el tumulto y una agenda plagada de compromisos sociales: la juntada con los compañeros del colegio, de la facultad, del laburo, del barrio, del fútbol de los martes. Aunque la situación sanitaria lo desaconseje, la pandemia seguro no será excusa para no encontrarse con esos a quienes vemos todos los días y aquellos otros a los que sólo vemos una vez al año: esta vez. La gula y la sed etílica van en aumento a medida que se acerca la nochebuena y el cuerpo parece adaptarse como puede al exceso. La moderación no existe en estas fechas donde se quiere todo y se lo quiere ya. Si hay que ofrendar el aguinaldo, se lo quema con la presteza de un pirómano en una fábrica de fósforos. Si hay que endeudarse, se endeuda uno en cuantas cuotas sean posibles hasta la navidad del 2021. Pero si de gula y voracidad hablamos, todo tucumano de ley sabe muy bien que en estas fechas tiene que andar con mucho cuidado de no caer en las garras angurrientas de los zorros que forman parte de la fauna autóctona de nuestro tránsito. Lo que antes era para la Coca, ante la cercanía de las fiestas, se vuelve para el ananá fizz y el vitel toné. Todos quieren morder algo, aunque sea uno de esos turrones que sobraron de alguna navidad menemista y que el almacenero del barrio ofrece a un precio al que es imposible negarse, aunque después palmen los plomos de las muelas.
De brindis en brindis, llega el día tan esperado; el cónclave del consorcio familiar: los viejos, hermanos, el primo que vino desde lejos, la prima con su nuevo novio, los changuitos a la espera de los regalos, el tío peronista, el tío gorila, el tío al que no le importa la política y sólo va para mamarse, la tía que siempre regala calzoncillos y la que espera el momento indicado para meter a alguno de la parentela en el telar de la abundancia. Reuniones multitudinarias y más reducidas, mesas abundantes de carnes y confituras exóticas, también de las más frugales. Pero hay un elemento que no puede faltar en toda navidad ideal, ese que descansa en la heladera tapado por el santo sudario de un repasador húmedo y que goza de una custodia más celosa que la que vigila a la Gioconda en el museo del Louvre: los sanguchitos de miga. En Tucumán podemos prescindir de Papá Noel, los renos y toda esa parafernalia, pero no de los suaves, esponjosos, sensuales y adictivos sanguchitos. De los comprados que no faltan en las mesas de más alcurnia y de los caseros, elaborados por manos hacendosas. Hay quienes desde bien temprano acechan el preciado manjar navideño y no les importa ligarse uno que otro chirlo en el dorso de la mano al grito de “son para la noche” con tal de garronear alguno.
Pasan las horas, llega la cena y la reunión transcurre animada y amena. De fondo, se escucha la infaltable banda sonora con la voz aterciopelada de Gary en Trulalá a la cabeza. “Con los pies helados y la cara blanca, el chiquillo estaba sin poder hablar”, canta directo al corazón el ídolo de la canción y esa escena navideña repleta de nieve y desolación nos estremece, aunque nuestros termómetros se acerquen a los cuarenta grados. En algún momento antes o después de la medianoche, los canales de aire ofrecerán, qué duda cabe, alguno de los grandes clásicos del cine de fines de los ochenta y comienzos de los noventa como “Mi pobre angelito” y “Vacaciones de navidad” que retrata la traumática celebración navideña de Clark Griswold y su familia. No importa que se hayan visto más de una docena de veces, todavía volvemos a sonreír con esas desventuras de las navidades del primer mundo. Pero si hay algo que amerita primerear el dominio del control remoto son los especiales de TyC Sports. Horas y más horas plagadas de goles y jugadas extraordinarias en el programa que conduce Fernando Lavecchia. Esta vez, todos depositan sus expectativas en algún segmento especial dedicado a Diego Armando Maradona. Mientras se espera al niñito Dios, todavía se extraña al niño Diez.
El momento más emocionante es el instante de chocar las copas. No falta el pariente con dotes de poeta que hace gala de su elocuencia y dedica unas palabras emotivas al auditorio. Otros, prefieren el silencio y dirigen los ojos vidriosos al cielo para reencontrarse por un instante con aquellos que ya no están entre nosotros. Después de ese momento mágico, los changuitos corren a abrir sus regalos y son los adultos quienes les enseñan cómo usar los nuevos juguetes. Ellos también serán niños por unos minutos para luego volver a recuperar sus lugares en la mesa. De ahí en más, luego de fracasar en los sucesivos intentos de elevar uno de esos globos aerostáticos de papel, la velada no estará exenta de algún que otro exabrupto conforme aumentan las libaciones alcohólicas. La sidra y el espumante aflojan las lenguas y en cualquier segundo la paz navideña puede llegar a resquebrajarse cuando se tratan temas polémicos como la herencia de la abuela, las chicanas futbolísticas o la legalización del aborto. A esa altura de la noche, el tío que se escabia ya está escabiado. Tan histriónico como sincero, sus frases cargan con el filo hiriente de las verdades que no se ventilan en público y, mucho menos, entre familiares. Su show será breve, pero contundente.
Los más jóvenes y vivaces no tardarán demasiado en eyectarse de la mesa familiar para buscar nuevos puntos de ranchada. Ananá fizz en mano, recorren las calles visitando a vecinos y buscando con quien brindar. En algunos barrios, tiempo atrás se estilaba cortar la cuadra y convertirla en improvisada pista de baile. Este año, sin fiestas multitudinarias (al menos legales) ni boliches abiertos, algunos se refugiarán en la clandestinidad y otros apelarán a esos beberajes eternos que suelen terminar con las luces del nuevo día cuando los parlantes en la vereda ya han pasado de las cumbias del recuerdo al folclore y del folclore a los grandes éxitos de Dyango y de los grandes éxitos de Dyango al tango. Para entonces, sólo queda volver a casa para reencontrarse con los sanguchitos que seguirán ahí en la salada espera.
Con la jornada del 25 llega la resaca y la indigestión, pero todavía hay botellas llenas y sobras de la cena. Los más conservadores, apelarán a las bondades del aire acondicionado y a una maratón de capítulos de Los Simpsons, acaso a las virtudes refrescantes de una pileta, siempre con la bandeja de sanguchitos a mano. Pero también habrá quienes, ya arrancados, no verán alternativa mejor que recurrir a la meca de los festejos postnavideños: El Cadillal. La música volverá a sonar en las inmediaciones del dique en un clima de relajación que se extenderá hasta la caída del sol. Así, con calor, con alegría, con penas, con lágrimas, con abrazos, con reencuentros, con desencuentros, con regalos, con sidras, con garrapiñadas, con éxtasis, con exceso y con derroche, habrá pasado otra navidad, una navidad de las nuestras: una navidad tucumana.