“Evitando el exceso de ruido escuchará los sonidos de la naturaleza y respetará la tranquilidad que otros vienen a buscar”. La frase puede leerse en un cartel cuidadosamente colocado en medio de la espesa vegetación selvática, en la que se adentran quienes buscan conocer la cascada del río Noque.
Este cautivante rincón escondido en medio de las 14.000 hectáreas protegidas del Parque Sierra San Javier, es una elección muy popular entre locales y turistas que en esta época buscan escapar del calor sofocante de la ciudad.
“Es un lugarcito muy interesante que pertenece a la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y cuyas características lo hacen único en toda la extensión de esta sierra”, cuenta Silvio Díaz, el guardaparque nacional que hace 35 años vigila la zona con ojo de halcón y mate en mano.
“Es especial porque si retrocedemos en tiempo geológico, hace 60 millones de años el arroyo iba a 30 metros más arriba de lo que va hoy. Entonces, con el correr de las etapas geológicas se fue socavando la tierra hasta llegar a la roca madre de la sierra; la más profunda que es la que ahora estamos pisando”, afirma.
Mientras Silvio habla se escucha el cantar de las aves, el correr del agua y la risa de los visitantes que casi nunca son pocos. De hecho, quienes reciben a las familias y amigos que pasan el día en la zona cuentan que en los fines de semana más calurosos llegan hasta allí unas 300 personas.
Aguas cristalinas
La cascada del río Noque se encuentra en una zona que actúa como regulador climático. El motivo es que la sierra de San Javier atrapa los vientos húmedos que entran al continente y los convierte en nubes que aportan gran humedad a su ladera oriental.
Sus aguas son cristalinas y frías, ya que viene de vertientes que viajan desde una zona ubicada detrás del Cristo Bendicente, a través de distintos afluentes que son pequeños arroyos. Su color, en tanto, puede verse algo verdoso cuando hay mucha gente ya que el musgo de su superficie sale a flote.
En cuento a su temperatura, el guardaparques detalla: “Esta gran masa boscosa, aparte de tener el rol de ser ‘secuestrador’ del carbono, disminuye la temperatura y hace que los sitios donde no llega el sol se mantengan húmedos y frescos”.
No es común cruzárselos pero tampoco sería raro si durante un paseo los visitantes se encuentran con fauna autóctona, como chanchos del monte, corzuelas, zorros, osos meleros y hormigueros. Y también hay especies de reptiles anfibios y una variedad muy importante de aves.
“Para que se entienda la importancia de cuidar y preservar esta cascada y toda la sierra se debe conocer que del total de aves que hay en la República Argentina, un 25% e incluso un poquito más, está representados en este parque”, señala Díaz.
No menos importante para Mario es mencionar que, debido a la buena conservación que se ha realizado de esta zona, la sierra es apta para también prestar servicio ambiental al Gran San Miguel de Tucumán. “Como ya lo dijo Juan Benjamín Terán, el padre de la UNT, esta sierra tiene un rol sistémico y bastante aprovechable para los tucumanos, por lo que hoy en día aporta agua potable a 1.500.000 ciudadanos de la Capital”, enfatiza.
Para llegar a esta cascada se debe tomar la avenida Aconquija en Yerba Buena, y continuar luego por la ruta 340. Una vez arriba hay que seguir por la ruta en dirección norte; es decir, por el camino hacia el valle de La Sala, hasta encontrar los viejos monoblocks de la Ciudad Universitaria, el Bosque de la Memoria y el Monumento a Mercedes Sosa. Inmediatamente después, en el kilómetro 10,5, aparece un cartel, a la izquierda, que indica el acceso al río Noque.
Desde ahí, una escalinata, demarcada con barandas de madera hace de guía hasta el descenso al río. También hay carteles señalizadores que son mantenidos por el Ente de Turismo de Tucumán. El primer tramo suele ser exigente debido al desnivel (ya sea para bajar o para subir). No obstante, luego el trekking se vuelve ameno por lo que tras unos 20 minutos de una caminata selvática se llega a la cascada donde el agua se escurre entre enormes piedras para finalmente caer en un piletón natural en el que, en verano, se puede nadar.
La entrada es de $1.000 y la ganancia se destina a la preservación de la zona. “Se abre a partir del 15 de diciembre al 15 de febrero de cada temporada, desde las 10 hasta las 18”, expresa Silvio.
En los Valles
Para llegar a otro tesoro natural enclavado entre las montañas del Valle Calchaquí hay que transitar ocho kilómetros desde el corazón de Amaicha del Valle, atravesando las casas de Los Zazos. Hay quienes eligen recorrerlo en vehículo, mientras que otros prefieren caminar, dejando que la calma del paisaje impregne su andar. La cascada El Remate es el destino final.
Abierto el paso desde las 8 hasta las 19.30, es el sitio elegido por lugareños y turistas que lo visitan para escapar del calor. A 2.300 metros sobre el nivel del mar se encuentran dos caídas de agua en medio de un cañón al que la erosión y el tiempo moldearon a su antojo.
La casa del viento
Hay un alto obligado al final de Los Zazos, antes de llegar a la cascada. Hacia la derecha, delante del majestuoso horizonte con los cerros como vigía y los cielos abiertos que parecen no tener final, una construcción solitaria de adobe con un cartel de madera anuncia: “Bienvenidos a Wayra Wasi”, que en quechua significa “La casa de los vientos”. Es el parador donde los visitantes dejan los vehículos y mochilas para llegar al agua despojados de cargas y pagan un arancel de $5.000 para ingresar, ya que el sitio es resguardado por la comunidad indígena. Otro cartel advierte que está prohibido el ingreso con bebidas alcohólicas y comida. Tampoco se pueden llevar mascotas.
En el sendero espera un cuidador. “A principios de mes vino poca gente. La última semana llegaron hasta 70 personas, entre turistas y lugareños. Es un lugar que atrae a todo tipo de visitantes”, comentó. La temporada de verano empezó lenta, pero Amaicha ahora tiene las plazas hoteleras completas.
Luis Lacroix nació y creció en Amaicha hace 20 años. Dice que conoce el lugar como la palma de su mano. “Desde el parador restan 200 o 250 metros hasta llegar a la primera cascada. El sendero está en buenas condiciones. Hay rocas, pero no representan un riesgo”, detalla el joven, que llevó a su novia capitalina, Rocío Torres Urquiza (18), a conocer el valle.
“En la parte baja, cerca de la entrada, el agua es fría porque no siempre da el sol allí”, describe. Las rocas rodean la primera caída de agua por muchos metros hacia arriba.
El camino tiene algunas escalinatas hechas con raíces de árboles. También cuenta con sectores con alambre y piedras que permiten detenerse y tomarse fotos sin correr peligro de caerse. El agua baja por las piedras enormes, formando una quebrada.
La primera cascada, de pocos metros de altura, cae y forma una piscina natural no tan grande. No es peligrosa y el agua es fresca, aunque no helada. Además, todo el sitio está rodeado de montañas y piedras. Las rocas dibujan ondas grandes, el viento no llega y se forma un microclima cálido. A la derecha de esa cascada, hay una rústica escalera de madera con nueve escalones que dirigen al segundo salto o, mejor dicho, al primero si se sigue el curso del agua. Aunque a algunas personas les da vértigo, está bien asegurada y no se mueve.
Cerca de esa subida el agua es bastante profunda. “Yo mido 1,82 metro y allí me cubría casi por completo”, cuenta el muchacho. Es como un piletón de aproximadamente dos metros de profundidad. “Hay gente que se tira desde arriba porque sabe que no toca el fondo”, agrega su novia.
Nueve escalones después se halla la segunda cascada, donde el sol calienta más el agua. Es un sitio familiar. “Suelen ir niños y familias a disfrutar. Sólo hay que tener cuidado porque algunas piedras son resbalosas”, aclara Luis.
Agua sagrada
A todos los visitantes se les entrega un folleto con indicaciones: “Protegemos, preservamos y conservamos, con nuestra propia cosmovisión indígena y autonomía, nuestro territorio, recursos naturales (geología, flora, fauna, arqueología), nuestra cultura, historia, prácticas ancestrales, espiritualidad y nuestra identidad como pueblo indígena”. Además, resaltan el respeto hacia la Madre Tierra y piden que no se arroje basura. “Nuestra Pachamama es sagrada, cuídela”.
Quien llegue a El Remate no sólo encuentra cascadas, sino también un refugio y la paz del entorno que hace eco. Una experiencia que no sólo se ve, sino que se siente.
Otras opciones
– Los Pizarro
Requiere una caminata de una hora aproximadamente, con esfuerzo físico, pero al final hay recompensa. La cascada de Los Pizarro tiene una caída aproximada de 90 metros, rodeada por una espesa vegetación y bañada por las vertientes. La mayoría de los tucumanos no conoce el paraje. Lo recomendable es hacer la travesía con un guía experimentado para no perderse en el trayecto de las yungas.
– Aguas Chiquitas
A tres kilómetros de El Cadillal, dos vertientes escondidas resultan irresistibles para los amantes de la naturaleza. La reserva provincial Aguas Chiquitas se encuentra sobre las Sierras de Medina. Se llega al inicio de la travesía por la autopista (ruta nacional 9) que permite acceder hacia el dique El Cadillal.
Se recomienda llevar a un guía.
– Rumi Punco
Con su imponente cascada, sus misteriosos túneles y un entorno natural que parece salido de un cuadro, Rumi Punco invita a los visitantes a descubrir un paraíso escondido en Tucumán.
Al sur de la provincia, el punto inicial se encuentra en la Represa Recursos Hídricos y la distancia que hay que recorrer es de 1,9 kilómetros.
Aunque la dificultad del camino es baja, el tramo a recorrer no es corto, sino que se debe caminar por 45 minutos, por lo que se aconseja ir con guías y prestadores habilitados.