Mientras el calendario cristiano marca la Semana Santa, en otras latitudes y familias también se vive un tiempo sagrado: Ramadán para los musulmanes y Pesaj para los judíos.
En estas semanas, no solo las iglesias se colman de fieles por Semana Santa. En muchas casas, mezquitas y sinagogas también se honra lo sagrado. Aunque en nuestro país la Pascua cristiana es la celebración más visible, no es la única que marca el calendario religioso de marzo y abril. El Ramadán, para los musulmanes, y Pesaj para la comunidad judía, coinciden en esta época y convocan a millones de personas en todo el mundo a detenerse, recordar y agradecer.
El Ramadán: más que ayuno, una reconexión espiritual
La luna creciente anunció el inicio del Ramadán el pasado 1 de marzo. Durante este mes sagrado, los musulmanes se abstienen de comer, beber, fumar y tener relaciones sexuales desde el amanecer hasta la puesta del sol. Pero la práctica va más allá de lo físico: también invita a controlar los pensamientos negativos y purificar el alma a través de la oración, la reflexión y la generosidad.
“El ayuno me conecta con otros musulmanes igual que los rezos de la noche”, expresó Yara Ibrahim, joven egipcia que vive en El Cairo y atravesó este Ramadán con una mezcla de exigencia y gratitud. Explicó que al finalizar el día se reúnen en la mezquita para compartir largas oraciones especiales que solo se recitan en esta época.
Durante el mes, las familias se preparan con anticipación. Se limpian las casas, se compran alimentos especiales y se ajustan los horarios para poder sostener la rutina sin descuidar la dimensión espiritual. “Estar todo el día sin comer y rezar más veces de noche me hace concentrarme en el lado religioso de mi vida”, sostuvo la joven.
Además, compartió que una parte clave del Ramadán es la preparación de comidas típicas para romper el ayuno en familia. “Una comida especial de Ramadán es knafeh, que es un postre tradicional de Medio Oriente que consiste en una especie de pastel hecho de fideos y relleno de queso, horneado, luego bañado en almíbar aromatizado y decorado con pistachos triturados”, relató la joven. Agregó que también preparan samos, unos triángulos de masa rellenos de carne de cordero picada y especias. Contó que esos momentos en torno a la mesa tienen un sentido profundo: “No comer ni beber agua, tampoco hablar mal de nadie, es la parte más difícil de hacer”, declaró Yara, y agregó que todo se hace con un objetivo claro: “para aprender a controlarse a sí mismos y para obedecer a Dios”.
El cierre del Ramadán se celebra con el Eid al-Fitr, una fiesta que dura hasta tres días. En ella se comparte comida, se intercambian regalos y se honra a los familiares fallecidos. Pero lo que más destaca Yara es la atmósfera única que se genera en la ciudad durante esas semanas: “Acá, en El Cairo, se celebra el mes por todos lados. Se ponen decoraciones, la comida es especial y se transmiten series de televisión exclusivas para Ramadán”.
Consultada sobre cómo vive cada jornada, detalló que muchas personas intentan adaptar su rutina para tener más tiempo para el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. “Yo trato de leer una parte cada día. Muchas personas logran terminarlo durante el Ramadán, porque lo leen cada noche”, relató Yara.
Uno de los desafíos más grandes, reconoció, es sostener el ayuno mientras se cumplen tareas cotidianas. “Tener que cocinar, limpiar o trabajar sin haber ingerido comida toda la mañana es difícil, especialmente después de los primeros diez días”, indicó. A pesar del cansancio, remarcó que la experiencia tiene un sentido profundo: “Me desconecto de la vida diaria y me cuestiono los caminos que estoy tomando”.
Pesaj: recordar para transmitir
El sábado pasado, al anochecer, comenzó otra de las celebraciones sagradas de estas fechas: Pesaj, la festividad judía que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto. En cada hogar, las familias se reunieron para compartir el Seder, una cena ceremonial donde se leen textos tradicionales y se transmiten valores a través del relato oral.
“Sacamos el jametz, que es todo alimento leudado porque representa el ego, y comemos matzá, el pan ázimo, que simboliza lo simple y lo humilde”, explicó Tania Cohen Imach, mujer judía tucumana, al describir el profundo mensaje que guía estos días. Dijo que para ella Pesaj representa “una fiesta de mucha reflexión”.
Durante la cena del Seder, se leen pasajes de la Hagadá, un texto que reconstruye el éxodo bíblico. En el centro de la mesa, el platón llamado keara contiene elementos simbólicos que evocan el pasado de esclavitud y la esperanza de libertad: hierbas amargas, jaroset (una mezcla de manzana y nueces), un hueso asado, un huevo duro y las tradicionales matzot.
Tania recordó con especial cariño las celebraciones de su infancia: “Cuando era niña la celebración era en la mesa de mis abuelos. Con toda la familia, cantábamos y se preparaba comida típica de Pesaj. Esta festividad me recuerda mucho a esa época”. Hoy, el legado continúa con sus hijos y se transmite cada año como una herencia viva.
El momento más emotivo del Seder, según ella, llega con las cuatro copas de vino que se toman durante la ceremonia. “Cada copa nos acerca más a un objetivo que es la libertad y nos cuenta una parte de nuestra historia”, afirmó Cohen Imach. Dijo que el recorrido que trazan esas copas también tiene un eco personal: “Nos marca que hay etapas y momentos, que hay procesos para todo en la vida”.
Celebraciones que cruzan fronteras
Aunque con ritos y lenguajes distintos, tanto el Ramadán como Pesaj comparten una misma raíz: la necesidad de reconectar con lo esencial, de compartir en comunidad y de honrar el pasado para proyectarse hacia el futuro. Son fiestas que interpelan, que invitan al cambio, que enseñan desde la práctica cotidiana.