A lo largo del tiempo, los parques han expresado las aspiraciones y necesidades de cada sociedad. En la antigüedad, fueron jardines cerrados y sagrados: espacios de contemplación espiritual en Egipto, Persia o China, concebidos para armonizar con la naturaleza o brindar descanso a las élites. Durante la Edad Media europea, adoptaron la forma de reservas de caza privadas, más como símbolos del poder feudal que como lugares de disfrute colectivo. Con el Renacimiento y el Barroco se transformaron en jardines geométricos y ornamentales en palacios y castillos, creados para exhibir el control sobre el entorno. Pero fue recién con la Revolución Industrial, en el siglo XIX, cuando comenzaron a pensarse como espacios públicos: necesarios para mitigar el hacinamiento urbano, mejorar la salud y ofrecer un respiro en medio del avance del cemento. Bajo esa misma lógica, y con motivo del centenario de la Independencia, nació en 1916 el Parque 9 de Julio, cuya planificación se había iniciado una década antes, siguiendo el modelo francés de paseos, fuentes y esculturas.
El Parque 9 de Julio, principal pulmón verde de San Miguel de Tucumán, fue diseñado por el paisajista y botánico Carlos Thays, autor también del Parque Sarmiento en Córdoba y del 20 de Febrero en Salta. En sus orígenes ocupaba unas 400 hectáreas, una superficie incluso mayor que la del famoso Central Park de Nueva York, que tiene 341. Pero con el paso del tiempo perdió gran parte de su extensión debido a la cesión progresiva de terrenos a distintas instituciones. Hoy subsisten poco más de 170 hectáreas.
Concebido como un refugio natural para el bienestar de la comunidad, fue pensado para ofrecer aire puro, calma y belleza. Sin embargo, esa esencia se fue desdibujando. La incorporación de construcciones ajenas a su propósito original alteró el entorno, deterioró la calidad ambiental y provocó la desaparición de aves y otras especies que le daban vida. Dejó de ser el oasis sereno que invitaba al paseo, la contemplación o las reuniones familiares entre árboles exóticos, pérgolas y esculturas.
Este gran espacio arbolado siempre formó parte del debate público en Tucumán. Como recordaba en 2013 el periodista e historiador Carlos Páez de la Torre (h), ya en 1941 se había propuesto incorporar un lago artificial al parque. Ese año, LA GACETA publicó un editorial titulado “Necesidad de dotar de un lago al parque”, donde se sugería construir un espejo de agua navegable, con zonas habilitadas para baños, inspirado en el parque Independencia de Rosario. “La gente quiere ver agua, aunque más no sea para alegrar el espíritu y darle la sensación de frescura en los bochornosos días del estío”, decía el artículo del diario. Luego de dos décadas, ese deseo colectivo se materializó: la excavación del lago San Miguel comenzó en 1960 y fue inaugurado oficialmente el 26 de febrero de 1961.
Ciudad y naturaleza
El parque centenario siempre fue un reflejo del vínculo entre ciudad y naturaleza. Hoy, esa conexión se redefine. Con un nuevo plan de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán en marcha, surgen preguntas sobre el rumbo de este espacio emblemático. ¿Podrá recuperar su rol como lugar de encuentro y contemplación? ¿O las transformaciones en curso consolidarán su fragmentación, alejándose cada vez más de su diseño original?
Como parte del programa para “naturalizar la ciudad”, el municipio plantó más de 3.000 especies en uno de los bordes del Parque 9 de Julio, junto a la avenida Soldati. La intervención no solo mejoró visualmente el sector hotelero, sino que también forma parte de una estrategia más amplia para revitalizar este espacio público clave. La recuperación del Palacio de los Deportes fue otro paso importante: con iluminación LED, mantenimiento integral y presencia de seguridad, el microestadio volvió a abrir sus puertas. Su reinauguración, con el recital de Andrés Calamaro, el pasado 10 de abril, permitió reconectar a los tucumanos con un rincón que parecía condenado al abandono.
Camping municipal
A pocos metros, sobre avenida Coronel Suárez y Benjamín Aráoz, avanza uno de los proyectos que la intendenta Rossana Chahla anunció apenas asumió: la puesta en valor del camping municipal “Las Lomitas”. El predio, que ocupa unas 3,5 hectáreas, llevaba años abandonado y fuera de uso, incluso desde antes de la pandemia. Actualmente ya cuenta con un cierre perimetral y se llamará a licitación para ejecutar obras de infraestructura. Entre los trabajos previstos se incluye la instalación de nueva luminaria LED, mejoras en la caminería y la reforestación del entorno. Además, el plan contempla un perfil turístico y recreativo: se proyectan 12 parcelas para motorhomes y la construcción de ocho glampings, una modalidad que combina el contacto con la naturaleza con las comodidades de un hotel. La iniciativa busca reactivar el espacio, ampliar la oferta de alojamiento y acercar nuevas experiencias a tucumanos y a los turistas.
El proyecto, que se ejecutaría en un plazo estimado de entre 12 y 18 meses, contempla también la construcción de un salón de eventos con capacidad para 200 personas. El espacio estará destinado principalmente a recepciones institucionales del municipio, lo que permitirá dejar de depender de hoteles u otros espacios privados, como ocurre actualmente, dijo el secretario de Servicios Públicos, Luciano Chincarini. De acuerdo al plan, luego será el turno de otro lugar icónico del parque: la confitería del lago.
Además, el funcionario detalló que actualmente se encuentran en renovación tres de los siete baños públicos del entorno más emblemático de la ciudad. Estos sanitarios, que presentaban un grave deterioro y eran frecuentemente utilizados por personas sin hogar, sufrían problemas similares a los que afectaban a la estación del tradicional tren turístico, recientemente remodelada.
El Parque 9 de Julio atraviesa un nuevo capítulo en su historia, con promesas de obras, mejoras y modernización. Pero más allá de las inversiones puntuales, lo que está en juego es el sentido de lo público. ¿Será este un espacio accesible, pensado para el disfrute de todas las generaciones, o se convertirá en un mosaico de intervenciones sin cohesión ni propósito común? La memoria urbana está llena de proyectos que, con buenas intenciones, terminaron fragmentando aquello que pretendían revitalizar. La oportunidad, ahora, es construir una mirada integral que combine conservación patrimonial, cuidado ambiental y uso comunitario. El parque puede y debe transformarse, sí, pero sin perder su alma. En su centenario, merece más que maquillaje: necesita planificación, escucha ciudadana y una política que entienda que el futuro es verde.