Opinión:
Claudio Jacquelin | LA NACION
Mientras el tiempo corre, los problemas de fondo se acrecientan y los conflictos se agravan, el oficialismo parece haber elegido “la solución del paquidermo” para abordar la crítica situación que enfrenta. Si la mejor forma de disimular un elefante en medio de la calle es llenar la calle de elefantes, sumar problemas asoma como la inquietante táctica elegida por la coalición gobernante.
Como si el ascenso sin freno de los números negativos del Covid-19 y de la cotización del dólar blue no fueran suficientemente acuciantes, tres nuevos hechos generados, tolerados o impulsados por el oficialismo suman tensión a una agenda pública al borde del estrés. Un nuevo avance sobre la Justicia, la escalada en las tomas de tierras con asistencia oficial y un choque frontal con la Iglesia componen la nueva trilogía de contratiempos autoinfligidos.
La serie la encabeza, y no solo por motivos cronológicos, el proyecto de Oscar Parrilli, ventrílocuo oficial de la vicepresidenta, destinado a facilitarle al kirchnerismo la designación de un nuevo procurador general de la Nación. La iniciativa, que propone eliminar la mayoría especial requerida para el nombramiento del jefe de todos los fiscales federales, solo logra otorgarles verosimilitud a las denuncias más extremas sobre la existencia de un plan en marcha de domesticación de la Justicia (o de impunidad). Oportuno presente para los miembros de la Corte que aún deben decidir si avalan el apartamiento de tres jueces incómodos para Cristina Kirchner.
En segundo lugar, se ubica la profundización del proceso de ocupaciones o demandas de entrega de propiedades públicas y privadas en distintas regiones del país, de las que no solamente participan dirigentes y organizaciones oficialistas, sino que cuentan con la asistencia de funcionarios nacionales.
Último pero no menos importante, el Gobierno abrió un nuevo frente con uno de sus aliados claves en lo interno y externo: la Iglesia del papa Bergoglio, cuyos obispos se pronunciaron ayer duramente contra el anuncio de enviar al Congreso el prometido y demorado (por Alberto Fernández) proyecto de legalización del aborto. El Episcopado no solo rechazó la iniciativa, en consonancia con su dogma. También, le enrostró el apoyo dado en este tiempo de pandemia, le cuestionó la falta de sentido de la oportunidad por ese mismo motivo, y le marcó una aparente contradicción entre el envío de ese proyecto y la declamada opción por la salud y la vida por parte del Gobierno.
Cuando se visualiza en su totalidad la suma de conflictos desatados se abren infinitos interrogantes(y se alimentan preocupaciones) respecto de la estrategia, la aptitud y los propósitos del Gobierno ante la crítica situación económica, social y sanitaria que atraviesa el país. Para encontrar alguna explicación solo cabe desagregarlos.
Como disparador de muchos de los problemas, en primer lugar emerge, cada vez con más fuerza, la asimétrica correlación de fuerzas de la coalición gobernante. El capital mayoritario sigue sin radicar en la figura presidencial, lo que lo obliga a ajustar los objetivos y las urgencias por atender necesidades que no necesariamente responden al interés general (ni al suyo).
Ayer, Parrilli terminó por confirmar lo que la reforma judicial prenunciaba: las necesidades personales de Cristina Kirchner suelen marcar la agenda de la gestión, al margen de las contingencias que sacudan al Gobierno.
El papel de Massa
En segundo lugar, asoma la larga cadena de demandas y expectativas de la compleja y en muchos casos contradictoria estructura del Frente de Todos. Así como en la cúpula hay visiones y criterios diferenciados, como lo expresan con frecuencia y cada vez con menos disimulo la vicepresidenta y el titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, lo mismo ocurre en las bases.
Eso explica tanto las tomas de tierras como la demanda urgente por el tratamiento y la aprobación de la legalización del aborto. A pesar de todos los esfuerzos y la práctica cotidiana, a veces Fernández no logra mantener el equilibrio. En los diez meses de su presidencia no ha ganado peso y volumen suficiente (político y simbólico, claro) como para contrarrestar las fuerzas contrapuestas a las que se ve sometido. Es más, algunos creen ver cierto adelgazamiento. Efectos visuales.
En tercer lugar, asoma una variable que día a día gana espacio en las explicaciones y las justificaciones de las acciones políticas: las elecciones legislativas. En medio de la crítica situación social, laboral, económica, financiera y sanitaria,la preocupación por el resultado electoral explica muchos de esos frentes abiertos.
En el caso del aborto, más allá del compromiso asumido por Fernández, el incentivo que aporta la necesidad de contener y satisfacer a los sectores urbanos más progresistas de su electorado se retroalimenta con la demanda y la presión de estos votantes. Temen que el año electoral conspire contra el tratamiento en el Congreso del proyecto de interrupción legal del embarazo. No es una decisión sencilla. En el oficialismo no hay certezas respecto de si Cristina Kirchner jugará e impondrá su liderazgo para sumar los votos de algunos senadores oficialistas que representan a provincias donde la Iglesia sigue teniendo un peso social decisivo. En la Cámara alta fue donde pereció el anterior proyecto de legalización del aborto. Su composición no ha cambiado tanto desde hace dos años.
También el calendario electoral juega un rol determinante en el caso de las tomas de tierras y en los avances sobre la Justicia. En el caso de las ocupaciones, los referentes sociales y políticos que las alientan y las ejecutan juegan su construcción política y su posicionamiento interno de cara al armado electoral, más allá de fines superiores esgrimidos. Saben, también, que en un año de elecciones la conflictividad no será un aliado del Gobierno. El kirchnerismo ya le ha dado suficientes motivos para el descontento a la voluble clase media, para la cual la propiedad privada no está en discusión. Su voto suele ser decisivo.
Por las mismas razones, al cristinismo se siente urgido a asfaltar el camino judicial. Un eventual cambio en la correlación de fuerzas, derivado de las elecciones, puede volver a ser un bache en el camino de Cristina Kirchner. Ella no quiere tropezar otra vez con la hipersensibilidad política de la Justicia.
A esos tres elementos, debe sumarse la variable internacional. El reciente triunfo en Bolivia de Luis Arce, el candidato de Evo Morales, es tomado como un triunfo casi propio por el Gobierno. Lo ven como una reivindicación de su decidida y temprana condena al golpe y la asistencia para que Morales pudiera exiliarse. Pero sobre todo es interpretado por el cristinismo y los sectores más extremos del Frente de Todos como un cambio de clima político regional y un reverdecimiento del bolivarianismo, al que el vecindario le había dado la espalda en los últimos años. A través de ese prisma hay que ver algunos comportamientos locales.
El ala oficialista más populista, menos desarrollista y menos apegada al republicanismo se siente empoderada por lo ocurrido en Bolivia y se ilusiona con lo que pueda ocurrir en las siguientes escalas electorales, compuestas por el referéndum constitucional en Chile y las elecciones presidenciales de Ecuador. No importa si el socialismo del siglo XXI ya no vuelve a ser lo que fue, sino una versión aggiornada y moderada, como anticipa Arce. Lo que para ellos cuenta es la traducción vernácula que puedan hacer del nuevo giro a la izquierda. Un nuevo dilema para el Presidente.
Ser un “buen socio sobrio” de ese resurgimiento de la izquierda es lo que algunos expertos influyentes sugieren a Fernández que sea. Entienden que le permitiría aprovechar esa posición (de equilibrista) con varios objetivos, entre los que está la negociación en curso con el Fondo Monetario Internacional. No es lo que sueñan y demandan los bolivarianos del oficialismo y algunos amigos internacionales del Presidente que le reclaman una identidad más clara, menos ambigua y más progresista.
La desagregación de conflictos resulta útil para encontrar explicaciones y razones que permitan entender su gestación y su dinámica, pero también es terreno fértil para perder la visión sistémica y desatar un serio problema de conjunto. Lo padece el Gobierno.
Como han dicho reiteradamente Fernández y su ministro de Economía, Martín Guzmán, si una prioridad absoluta era tranquilizar la economía, poco y nada de lo que acontece, genera, propicia, permite y desata el Gobierno por estas horas ayudaría a concretar aquel objetivo urgente. Y de él dependen casi todas las demás variables.
La “solución del paquidermo” puede fallar. El riesgo es que la acumulación de problemas irresueltos termine con un elefante dentro del bazar. Ya se sabe lo peligroso que puede ser.