El Presidente se perdió en su laberinto. Lejos del sistema radial de conducción que aprendió de Néstor Kirchner, el jefe de Estado se encerró para buscar una solución a la trampa que él mismo tendió cuando anunció la salida de Marcela Losardo del Ministerio de Justicia. La agonía que provocó el interminable recambio desgastó la imagen presidencial. Nunca como en esta semana Alberto Fernández transitó el poder en soledad.
“Ya lo tiene casi decidido”, soltó ayer un importante funcionario, luego de que Fernández aterrizara en Buenos Aires tras la accidentada visita a Chubut, que terminó con una apedreada a la comitiva presidencial en Lago Puelo. El nuevo ministro (o ministra) de Justicia, reconocieron en Olivos, no puede parecer una imposición. Debe ser una elección del Presidente, tras la cuota de autoridad que perdió con la salida de su amiga del gabinete.
“Tiene que tener pertenencia a Alberto, pero mayor presencia que Marcela, algo más intermedio”, comentó ayer un colaborador cercano al jefe del Estado.
El nombre genera un intríngulis de difícil solución: cómo dar con alguien propio que pueda convivir con el beligerante organigrama kirchnerista que tiene el Ministerio de Justicia sin convertirse en un funcionario “de cartón”, sin poder real.
Es que, además de tener que liderar un área en extremo sensible para Cristina Kirchner, quien ocupe la silla tendrá que cohabitar con el poderoso secretario de Justicia, Juan Martín Mena; el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, y la interventora del Servicio Penitenciario Federal, María Laura Garrigós de Rébori, todos funcionarios que tienen terminal en la vicepresidenta.
Más de un colaborador de Fernández ya manifestó su preferencia por la jurista especialista en derecho Civil, Marisa Herrera, que suele defender sus causas con pasión. Era, hasta ayer, la favorita. Aunque proviene del Derecho, ella es abiertamente simpatizante del kirchnerismo e incluso tuvo alguna incursión política en esas filas. A esta altura de la “búsqueda laboral”, Fernández no sabe si eso es un activo o un problema.
Tristeza y espera
Aquellos que conocen al Presidente desde hace décadas no están sorprendidos con la dilación para cerrar el capítulo. Es en los momentos difíciles donde más le cuesta abrirse para escuchar, según confiaron desde su entorno más íntimo. El Presidente sabe que cometió un error y busca subsanarlo.
Ensimismado, Fernández no repartió el juego entre sus colaboradores más cercanos. “La Justicia es un tema de él y no tiene apuro”, explicó un hombre de su máxima confianza. Su círculo más cercano mira azorado desde hace días sin saber qué hacer.
La salida de Losardo generó tristeza en la troupe albertista. “Es una cagada que Marcela se vaya así”, advirtió un alto funcionario cuando promediaba la semana. La abrupta pérdida de una ministra del riñón de Fernández, impacta sobre aquellos que lo acompañan desde la primera hora y que tienen voz autorizada en materia de Justicia. La secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra, y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, son algunos de ellos.
Según pudo reconstruir La Nación, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, e Ibarra intentaron romper el aislamiento y persuadir al Presidente de terminar con las aspiraciones de algunos que, en el revoleo de nombres, buscaron instalar nombres. Uno de ellos fue el diputado de Río Negro, Martín Soria. Fernández dijo conocerlo “mucho” pero en la Casa Rosada reconocen que no existe semejante confianza.
Los acontecimientos fueron desprolijos. Cuando comenzó la semana, Soria -que tuvo una conversión al kirchnerismo en el último tiempo- ya se había probado el traje del ministro. Así lo transmitieron quienes tuvieron oportunidad de hablar con el diputado y lo escucharon muy entusiasmado. Aunque no salió de carrera (es defendido puertas adentro por Fernández), su candidatura fue bajando las acciones con el correr de los días.
“A corazón abierto”
El Presidente hizo del recambio en Justicia una operación “a corazón abierto” tras exponer el último lunes en C5N que, “agobiada”, Losardo dejaría su cargo. Todavía está fresca en la memoria de los principales colaboradores de Fernández la entrevista: nadie esperaba que blanqueara la situación, máxime cuando el fin de semana pasado el Gobierno estaba resuelto a ahuyentar rumores y sostener a la ministra hasta el último día. “Es mejor cuando Alberto da entrevistas con la guardia en alto, no cuando habla con los medios afines”, se lamentaba un portavoz oficial.
La ida de Losardo terminó de decantar con el combativo discurso del Presidente del 1 de marzo ante la Asamblea Legislativa. Quienes siguieron de cerca el proceso recuerdan con sorna que hubo un primer borrador del discurso, centrado en la economía y las vacunas -los “problemas de la gente”- y que alguno que lo leyó para chequear datos incluso lo consideró “un poco blando”. Pero que horas antes de ir al Congreso, Fernández dio vuelta el texto y agregó los bombazos hacia la oposición, hacia los medios y, sobre todo, hacia la Justicia.
En el Gobierno hay quienes creen que obedeció a una necesidad de complacer a sus socios políticos, al núcleo duro de su base electoral. Otros abonan la teoría que indica que Fernández está “desencantado” porque se imaginaba un tratamiento distinto de parte de esos tres sectores.
En el Congreso, además, el Presidente anunció una batería de proyectos de reformas judiciales, aunque nadie había siquiera comenzado a redactarlas. A Losardo toda esa información la tomó por sorpresa. Sintió que no tenía más nada que hacer y que le soltaron la mano. Y Fernández la dejó ir.
“Si decís vamos para allá, vamos todos. Pero anunció todo eso y no tenía los proyectos hechos para presentarlo, ese es el problema”, lanzó a este medio un referente del oficialismo de interlocución directa con Fernández. El Presidente palió parte de ese vacío el viernes, cuando oficializó la mentada “querella criminal” contra Mauricio Macri por la deuda con el FMI.
La vacante en Justicia generó un efecto muy peculiar en la Casa Rosada. Todos los colaboradores del Presidente que sonaron como posibles reemplazantes, se fueron autoexcluyendo rápidamente, como si se tratara de una brasa caliente.
“Imposible”, dijeron cerca del secretario General de la Presidencia, Julio Vitobello. Al jefe de asesores, Juan Manuel Olmos (otro albertista con ascendencia en la Justicia) se lo vio caminar raudamente entre el despacho presidencial y su despacho cuando promediaba la semana, esquivando la prensa. Ante los requerimientos, desde su entorno se ocuparon de aclarar que él no será ministro.
Además de Soria y Herrera, en la short list hoy aparecen el ministro de justicia bonaerense, Julio Alak; el diputado massista, Ramiro Gutiérrez; el senador cristinista, Marcelo Fuentes y el embajador en Uruguay, Alberto Iribarne. Mena, que sonó como un modo de sincerar su poder de hecho, seguirá en el ministerio. Pero no le interesa ser titular.
“Sea quien sea… no va a cambiar nada”, se sinceró un estrecho colaborador presidencial sobre el crispado escenario judicial que enfrenta el Presidente y que hace casi imposible avanzar con reformas. “¿Qué lograron los que pretenden operar más fuerte en la Justicia? No se ve que hayan tenido mucho éxito”, apuntó otro colaborador sobre la impotencia para introducir cambios.
Los interlocutores de Cristina Kirchner aseguran que no es ella con su injerencia la que está demorando la decisión. Que el nombramiento del ministro es un tema del Presidente. Aseguran que está “preocupada”. Si quiere mejorar su situación judicial, necesita que a Fernández le vaya bien en las elecciones de octubre.