Opinión. “Lo que nos dejó la semana“
Con la suspensión de las clases presenciales decidida por el presidente Alberto Fernández en el ámbito metropolitano, triunfó la posición más dura dentro del oficialismo, la que encarnaban el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y los gremios docentes liderados por Roberto Baradel. Pero ni Kicillof ni Baradel ganaron, sino que ambos lograron hacerlo perder al jefe del Estado, que cada vez más se asemeja a un títere de Cristina Kirchner.
Pocas veces hemos visto, como en el discurso del miércoles, a un Fernández tan solo y aislado. El Presidente buscó hacer una demostración de fuerza, pero ofreció en cambio un retrato de su debilidad. Con el endurecimiento de los cierres, con la suspensión de las clases presenciales, contradijo lo que habían dicho poco antes sus ministros de Salud y de Educación, todo es debilidad.
Más grave aún, demostró haber desarrollado una preocupante insensibilidad hacia las angustias de la gente. Ofuscado, encerrado en sí mismo, parece un hombre perdido en un laberinto al que entró sin brújula ni mapa, y por eso mismo se lo ve cada vez más sometido a cantos de sirena que, en lugar de conducir a la salida, profundizan su extravío. Es por ello que salió a ofender a médicos, chicos con discapacidad, etc.
El jefe de Estado cometió varios errores políticos severos, influenciado por el kirchnerismo. Errores que son horrores. El primero de ellos fue servirle en bandeja una oportunidad al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, para que este se ponga al frente de una causa muy sensible para demasiada gente, como la defensa de la escuela presencial. Es así de obvia la confusión que sufre el presidente.
La segunda equivocación presidencial fue insinuar la posibilidad de una militarización de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, al anunciar con bombos y platillos que las fuerzas de seguridad federales garantizarían la prohibición de circular entre las ocho de la noche y las seis de la mañana. Un tercer error fue su alusión al relajamiento de los centros de salud, por atender otras necesidades quirúrgicas cuando estaban recrudeciendo los contagios por Covid-19.
Aunque ayer intentó aclarar que no quiso ofender a nadie, aquella afirmación provocó enorme malestar y derivó en una ola de posteos de médicos y profesionales de la salud en las redes sociales contra el Presidente. El primer mandatario pareció olvidar que hay muchas patologías que matan y que deben ser atendidas con urgencia, más allá del coronavirus. De nuevo, esto se debe a que Fernández se perdió definitivamente.
El divorcio de la realidad, propio del kirchnerismo, acabó entrampando al presidente, que carece por lo visto de discernimiento y voluntad como para ensayar una dirección propia. El problema del Presidente es que no escucha a la sociedad, sino a quien lo puso en el poder. Acata lo que le indica la vicepresidenta, porque supone que bajo su sombra están los votos capaces de sostenerlo.
Sin embargo, ese pragmatismo mecánico abrazado como único credo político lo lleva de error en error hacia una alienación cada vez mayor y podría provocar una importante sangría electoral. Fernández parece no advertir que la crisis aguda que vive el país pide exactamente lo contrario, un líder empático que conecte con las necesidades de una población que está física y anímicamente agotada, cuando no quebrada económicamente.
El recrudecimiento de los contagios llegó cuando el Gobierno estaba concentrado en el plan de impunidad y en las elecciones. Desde el principio, el supuesto “cuidado”, mentado siempre en un inevitable tono paternalista, fue solo parte de un discurso que no tuvo correlato en los hechos. Polarización mediante, el kirchnerismo ha gestionado la pandemia en clave electoral y de espaldas a los padecimientos sociales.
La desconexión del Gobierno con la gente explica en buena medida la mala gestión de la pandemia, desde el modo oscuro en que el país se perdió la posibilidad de acceder a millones de vacunas de Pfizer hasta el escándalo de los vacunatorios vip, resignificado ahora en la condena moral de la opinión pública ante la escasez de vacunas en plena escalada del virus. Las nuevas medidas de encierro son, también, la velada admisión de un fracaso.
Por eso es que ahora, estando solo Alberto Fernández y con la papa caliente en la mano, sale a tomar medidas de gran impacto, algunas de ellas inconstitucionales, sin consensuarlas antes. Para peor, con una autoridad dañada a causa de su sometimiento al Instituto Patria y de su inclinación a justificarlo todo con un tono entre altanero y pedagógico que solo contribuye a devaluar su palabra todavía más.
Lo cierto es que la ciudad de Buenos Aires, por ser autónoma, tiene plena decisión en materia de cuestiones educativas. Para sostener el cierre de las escuelas, el gobierno nacional debería demostrar que hay un interés superior a la autonomía porteña. Para postergar un derecho tan esencial como la educación, tendría que exhibir evidencias de que las clases presenciales conllevan un riesgo sanitario capaz de propagar gravemente la pandemia.
Pero las estadísticas no lo demuestran. Por el contrario, apenas el 1,03% del personal de las escuelas y el 0,16% de los estudiantes sufrieron contagios en estos meses, de acuerdo con la información dada a conocer recientemente por el Estado nacional. Del mismo modo, la Sociedad Argentina de Pediatría y Unicef han coincidido en que la escuela es un lugar seguro y no un espacio de aumento del peligro sanitario.
El Gobierno comprobó que la sociedad está alerta y sale a la calle a golpear cacerolas cada vez que se siente avasallada en sus derechos por decisiones del poder. La ciudadanía, la presión social, es hoy un obstáculo definitorio al vamos por todo. Sin embargo, no habría que perder de vista que la pelea de fondo del Gobierno es otra, las elecciones, debido a que allí el kirchnerismo se juega su destino.
En este sentido, la pandemia es para el oficialismo un problema subordinado a una preocupación mayor, la conquista de la impunidad y la transformación de nuestra frágil democracia en una autocracia dinástica. También la Argentina se juega su destino en ese voto. Otra urgencia. Estas no serán unas elecciones de medio término más. Se vota populismo o república. Dos caminos opuestos, aún abiertos, para un solo país.