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La culpa siempre es del otro…

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Presidente Alberto Fernández
Vacunación Dengue

Opinión. “Lo que nos dejó la semana

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La Argentina se ha convertido en un país que disputa la mayor cantidad de muertos diarios por cada millón de habitantes, ranking en el que ahora compite con la India y Brasil, diezmados por dos cepas mortíferas que se iniciaron en sus territorios. Las vacunas prometidas por el Presidente para el verano pasado nunca llegaron. Vinieron con cuentagotas cuando empezó el otoño y ahora hay que pasar el invierno.

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Alberto Fernández no necesita asesores con honorarios espectaculares para saber que su caída comenzó cuando se recostó en los vicios institucionales del kirchnerismo. Sus ataques a la Ciudad, la entrega mansa de ministros que le respondían, la proliferación de la vacunación VIP y la genuflexión ante el proyecto judicial de Cristina Kirchner derrumbaron su credibilidad hasta los niveles más bajos de los peores momentos de la democracia.

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“Para mi pesar, tuve razón”, sorprendió el jueves el ineficiente Presidente, durante el anuncio de un nuevo encierro total como única herramienta para contener la ola de contagios y muertes de la segunda ola. Alberto Fernández pretendió centrar la responsabilidad de la suba de casos sobre el funcionamiento de las escuelas porteñas. Pero una vez volvió a errarle como siempre el Jefe de Estado.

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Y es que no mencionó que la ausencia de clases presenciales en las aulas bonaerenses no impidió que la Provincia se mantenga al frente en cantidad de contagios. Y olvidó hacer alguna referencia al descalabro sanitario que Formosa recién da a conocer en estos días. La culpa siempre es del otro. Como ha sido costumbre desde que se deslizó en la curva descendente, no hubo ninguna autocrítica.

Recolección de Basura

Apenas una descripción de las cifras escalofriantes de la Argentina, como si no fuera él quien gobernara. El lock down nacional de nueve días refleja, al menos, la reacción de la dirigencia argentina frente a la tragedia del coronavirus sin consenso y la apuesta a un atisbo de racionalidad. Sin embargo, los esfuerzos son desperdigados y, por lo tanto, insuficientes de parte del oficialismo.

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La única verdad es la realidad y, en ese sentido, desde que el coronavirus llegó a la Argentina, el Gobierno Nacional ha tomado un sinfín de decisiones por medio de Decretos de Necesidad y Urgencia. Solo en 2020, Alberto Fernández emitió 76 DNU. Nuestra Constitución exige que al menos una de las Cámaras (Diputados o Senadores) apruebe los DNU del Presidente. De los emitidos el año pasado, apenas la mitad lo hicieron.

Y pasaron por el Senado, Cámara afín si las hay. La otra mitad nunca tuvo aprobación alguna. Desde que el kirchnerismo volvió al poder, gobiernan por decreto. Es decir, todos los derechos y libertades de los ciudadanos dependen de lo que quiere quien ejerce la presidencia.
Repasemos. El 11 de marzo de 2020, Alberto Fernández restringió el ingreso de extranjeros y ciudadanos argentinos al país.

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Después le dio licencia a todos los trabajadores del Estado Nacional, lo que limitó la capacidad de atención para resolver cualquier tipo de trámite. También suspendió las clases presenciales, reguló el precio del alcohol en gel y suspendió las elecciones sindicales. Todo por DNU. Pero la lista no termina ahí. Declaró la emergencia sanitaria, con la que otorgó poderes extraordinarios a sus funcionarios para realizar compras sin licitación.

Y llegó al colmo de los colmos cuando estableció una cuarentena que duró casi 9 meses. Por esta, los argentinos nos vimos imposibilitados de ejercer nuestro derecho al comercio, al trabajo, a la libertad de circulación y de reunión. Alberto Fernández también decretó que los privados no podían echar gente, además de imposibilitar la presentación de quiebras. Hace más de un año que el COVID-19 llegó a la Argentina y es imposible seguir considerándolo una emergencia.

DNU significa Decreto de Necesidad y Urgencia. Catorce meses son más que suficientes para fortalecer el sistema de salud y adquirir vacunas. El Gobierno, desde el principio, inculcó el miedo en la gente aduciendo una guerra contra un “enemigo invisible”. Y en muchos lo han logrado. Si bien hubo manifestaciones masivas, la lucha por los derechos y las libertades de todos los ciudadanos es una pelea que se da día a día.

No se puede vivir permanentemente en emergencia. La Constitución Nacional asegura derechos a todos los habitantes del suelo argentino y ningún decreto puede pasar por encima de ella, por más pandemia que haya. Los argentinos necesitamos menos DNU y más República. Sin embargo, Alberto Fernández volvió a utilizar esta herramienta para decretar restricciones tan severas como las implementadas en marzo del año pasado.

La realidad es que la ola de COVID-19 agarró a la Argentina con la guardia baja. La gente muere en menos de una semana. Hay una gran politización de la pandemia, ya que se acercan las elecciones legislativas. La vacunación avanza lentamente y el panorama parece sombrío. Los pobres resultados de la Argentina contra la pandemia saltan a la vista de todos y lo peor es que nadie sabe si las nuevas restricciones durarán 9 días o si se extenderán de nuevo.

Estamos inmersos en un verdadero desastre sanitario, con más de 71.000 muertos, de 147 países, la Argentina está en el puesto 22 en cuanto a víctimas mortales por millón de habitantes. Además, se ubica en el puesto número 11 en cantidad de contagios. No en vano, según un estudio de la consultora Fixer, la imagen positiva de Alberto Fernández cayó, entre abril y mayo, de 33% a 31%.

Esta caída se explica casi en su totalidad por el votante duro del Frente de Todos, donde Fernández pasó de tener un apoyo del 62 al 59 %. Desde que asumió perdió la mitad de los apoyos del kirchnerismo duro. Es decir, ya ni los propios le creen. Si la lucha contra la pandemia es una guerra, como metafóricamente se ha citado en tantas oportunidades, debe actuarse consecuentemente.

Esto requiere que todos los recursos del país deben ser puestos a disposición para reducir drásticamente los contagios en el período de tiempo más corto posible, mientras se fortalece el sistema de salud y se acelera la vacunación de una buena vez por todas. Sin embargo, el país tiene a un sinvergüenza e ineficiente pusilánime al frente cuando la pandemia pega más fuerte, entre otras cosas, por su pésimo manejo sanitario.

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