Todavía perduran las repercusiones luego de que Alberto Fernández se despachara contra la Patria Grande en pleno, borró de un plumazo a las comunidades originarias de nuestro país y descalificó a mexicanos y brasileños en una mezcla de ignorancia y desatino. O como lo que piensan en este momento en los países hermanos, racismo. El Presidente debió darse cuenta de que estaba diciendo una barbaridad.
Porque el Presidente es su palabra también. Y es tal la volatilidad y la levedad de la palabra presidencial que así como cambia de opinión no calibra que el poder no le da licencia para decir cualquier cosa y tener razón. Y que su palabra legitima su poder. Y si usa su palabra como una moneda falsa, que cambia según la ocasión, eso también habla de él. El Presidente se degrada a sí mismo cuando ofende.
Y también nos avergüenza porque representa al país al que todos pertenecemos. Y cuando muestra que no registra el peso de lo que dice como si no tuviera la obligación de la consistencia, nos hace preguntar lo que nos preguntamos desde que llegó al gobierno, ¿Quién es el Presidente? Porque si los argentinos venimos de los barcos, queda claro que Alberto Fernández viene de Cristina Kirchner y nada más que eso.
Alberto Fernández habló con el presidente de España y se repitió lo mismo que ocurrió cuando el Presidente estuvo en Francia. En ese momento, Alberto Fernández se declaró europeísta ante Emmanuel Macron. Ayer hizo lo mismo ante el jefe del gobierno español y terminó usando esta otra frase desafortunada. Y es que el Presidente va y habla a la medida del interlocutor. Habla ante Putin y dice que el capitalismo fracasó.
Pero habla ante Macron y se declara europeísta y dice que Francia expresa lo mejor del capitalismo. ¿En qué quedamos? Esta contradicción la hizo de nuevo Alberto Fernández cuando ejecutó su habilidad para la obsecuencia sin medir daños. Y tuvo que salir a pedir perdón porque del ridículo no se vuelve. En lo que corresponde al sentir de nuestro país, el Presidente con sus dichos de ayer no sólo borró a los pueblos originarios.
Sino que fue falso al invocar a la Argentina de la inmigración. Porque esa Argentina representa en gran parte la impronta de trabajo duro, de mérito y de progreso que su gobierno se encarga de intentar destruir cada día un poco más. Si al Presidente le importaran los valores de quienes vinieron con un brazo adelante y otro atrás en los barcos a poner lo mejor para hacer de esta tierra su hogar, ese espíritu se notaría en sus políticas.
Y la verdad es que no se nota. Y lo único cierto es que los nietos de los que vinieron en los barcos se están yendo en avión porque el gobierno de Alberto Fernández no deja de expulsarlos. Una verdadera vergüenza de parte de una administración gubernamental ineficiente y de parte de un mandatario que se avergüenza a sí mismo y con él hunde en el abismo del bochorno a la sociedad y al país ante el mundo.