Seguramente antes de que termine el verano, salvo algún imponderable político, el Gobierno volverá a cambiar el rostro que estará al frente de la Jefatura de Gabinete, donde Juan Manzur cumple apenas cuatro meses en esa función.
Oficialmente, la información fue negada y la desmentida será casi ineludible. Sin embargo, fuentes muy cercanas al gobernador tucumano, en uso de licencia, admitieron en reserva que su salida del cargo es inexorable.
Hay allí una de las pocas coincidencias entre el Presidente y su jefe de Gabinete: ninguno de los dos está satisfecho con el rol de Manzur. Por distintos motivos, claro.
Alberto Fernández y su grupo más allegado considera que, de alguna manera, Manzur intentó “copar la parada” de la gestión gubernamental tras el sopapo electoral de las primarias.
En todo caso, sería un pecado de origen. Manzur se instaló en la Casa Rosada tras esa derrota y, sobre todo, ante la peor crisis interna que vivió el oficialismo, detonada por los planteos públicos de Cristina Fernández de Kirchner y la presentación de las renuncias de sus alfiles en el gabinete.
La salida no es urgente y será acordada con el Presidente antes del fin del verano
El desplazamiento de su antecesor, el hoy canciller Santiago Cafiero, venía siendo una demanda creciente en casi todos los sectores del FdT que no estaban enrolados en lo que simbólicamente se podría llamar albertismo.
El desembarco de Manzur fue seguido de una puesta en escena, que consistía en mostrar hiperactividad en la toma de decisiones, en especial de él mismo. El concepto oficial era que el Gobierno reaccionaba porque había escuchado el mensaje de las urnas. La oposición lo llamó el “Plan Platita”, gracias a un equívoco del ex ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollan.
Así, Manzur empezó a convocar reuniones de gabinete a las 7 u 8 de la mañana, un horario prohibitivo en el albertismo. Y su jornada laboral era frenética de reuniones, actos, viajes, audiencias. Con esmerada difusión.
La vorágine incluyó subirse de prepo, vía avión no comercial, a una visita que Martín Guzmán desarrollaba a Nueva York y Washington a mediados de octubre, en el marco de las negociaciones con el FMI por la deuda.
Al Presidente y a su círculo áulico no les causó mucha gracia ese estilo acelerado y abarcador. No solo porque lo consideraban artificial, sino porque podía exhibir que antes había lentitud, demoras o inacción. “Juancito es así”, explicaban con sorna.
Pero lo que menos gustó, en especial a Alberto F, es que informalmente Manzur dejara trascender sus expectativas de correr la carrera de una candidatura presidencial.
Lo bueno fue breve. El vendaval Manzur duró lo que una brisa tucumana a la hora de la siesta en verano. Pronto, el funcionariado más próximo al Presidente empezó a evitarlo, le vaciaron las reuniones de gabinete (que se terminaron) y sus apariciones públicas se ralearon.
El Presidente lideró, obviamente, esa suerte de boicot. Ello se hizo más evidente luego de la derrota en las legislativas, cuando Alberto F se sintió empoderado pese al resultado, que celebró como si hubiera ganado.
Ya no hubo marcha atrás en el vínculo y el ninguneo hacia Manzur fue in crescendo. En la escalada hubo situaciones cumbre, como cuando no fue subido al viaje presidencial a Roma y Glasgow (por ahora tampoco está previsto que vaya al de Moscú y Beijing), o cuando acompañó a Alberto F y Guzmán en las casi tres horas de reunión con gobernadores provinciales para compartir vagamente en qué situación estaba el diálogo con el FMI y fue el único de los tres funcionarios del estrado que tuvo imagen pero no sonido, como los viejos televisores de nuestros abuelos.
Las maldades incluyeron que trascendiera, vía oficiosa, que integrantes del elenco gubernamental concurrían y concurren asiduamente al despacho del canciller Cafiero, convertido en una virtual Jefatura de Gabinete paralela.
Amén de aquel periplo a EE.UU. para acompañar a Guzmán, Manzur no talla siquiera en el tema más acuciante para el Gobierno desde hace semanas: la discusión con el FMI. Más allá de su alto cargo, resulta llamativo por sus presuntos contactos. Entre ellos, Gustavo Cinosi, un lobbysta de trayectoria oscilante. O el financista Diego Zuckerberg, cuya instalación en una oficina cercana a Manzur se frustró cuando la filtración de los Pandora Papers expuso algunas de sus actividades, no todas.
Manzur no come vidrio. Lo incomoda en demasía este no lugar en el que se encuentra desde hace semanas. Lo ha tratado de aclarar con el Presidente, que le niega cualquier inquina en su contra, aunque los hechos reflejen lo opuesto.
El último de ellos ocurrió días atrás. El jefe de Estado lanzó el martes 18 en San Juan un cluster público-privado de energías renovables junto al anfitrión, Sergio Uñac, y quienes gobiernan otras cinco provincias involucradas: Río Negro, Neuquén, Mendoza, Catamarca y La Rioja. Viajaron con él los ministros Guzmán, Kulfas y De Pedro, y el secretario de Energía, Darío Martínez. Manzur, que iba a ser el puente central con las gobernaciones, no fue invitado.
Por eso es que tiene decidido el regreso a Tucumán, en una salida sin premura acordada con Alberto F, prevista para febrero o marzo, según los tiempos que marque la negociación con el Fondo.
En la dilación hay también un componente personal. Por un lado, Manzur quiere darle al jefe de Estado el tiempo para que prepare el reemplazo en el cargo.
Por el otro, su vuelta como gobernador podría no estar exenta de conflictos. Osvaldo Jaldo, su vice a cargo del Ejecutivo provincial, es su enemigo íntimo y la tregua que establecieron para su llegada a Buenos Aires podría estallar por el aire. Acaso ese conflicto latente frene más su partida que el propio Presidente.