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Alberto Fernández: ¿Es maligno o no está bien?

El Presidente tiene toda la libertad de ejercer el derecho al ridículo. Lo que no puede, o al menos no debería, es embarcar a la nación que representa en la senda de los países dictatoriales o autocráticos.

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El presidente Alberto Fernández en el acto del Frente de Todos en Chaco
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Alberto Fernández tiene toda la libertad de ejercer su derecho al ridículo. Es más, siendo el ridículo según la RAE algo “que provoca risa o burla por resultar, grotesco, vulgar y extravagante o que es escaso, menor, pequeño”, podría decírsele al abogado presidente que el artículo 19 de la Constitución le da derecho a ampararse en las acciones privadas que no perjudiquen a un tercero. Puede tocar la guitarrita en un acto o asistir a una clase de acuagym con las ropas de la primera magistratura nacional porque el ridículo es constitucional.

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Lo que no puede, o al menos no debería, es embarcar a la nación que representa en la senda de los países dictatoriales o autocráticos. Resulta sencillo adjetivar sus canciones desentonadas de Lito Nebbia. No vale la pena. Es imprescindible poner todas las energías ciudadanas para reclamarle qué significa esto de “No me callo más” defendiendo a la Nicaragua con presidente electo y sus opositores presos.

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A la Cuba de Díaz Canel que encarcela disidentes u homosexuales o a la Venezuela que impone a las madres abandonar a sus niños como la sobrina de esa mujer que contaba la dictadura en su país. Esto no es ridículo. Es perverso o propio de alguien que no está bien. ¿No es hora de preguntarse si Alberto Fernández está ubicado en tiempo y espacio proponiendo una contra cumbre de las Américas a la que ni se suma el mexicano López Obrador?

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¿Está bien el presidente que se sigue enfadando cuando se le pregunta sobre la fiesta de Olivos y al día de hoy no ofreció ni disculpas ni una reparación razonable por violar la ley que él mismo pensó en decreto ni un argumento para rechazar una vacuna hoy y aceptarla en 8 meses por decreto sin justificar? ¿Está bien el presidente que pide un crédito porque luego de trabajar de abogado, lobbista, funcionario y demás no pudo ahorrar 6 o 7 mil dólares para pagar esa caricatura de sentencia pergeñada por el fiscal Fernando Domínguez y homologada por el juez Lino Mirabelli sin ponerse colorados?

¿Está bien el presidente que se ampara en la caricatura de sentencia que dice que, cuando sopló las velitas Fabiola él no estaba trabajando de presidente, pero hacía la fiesta en la quinta presidencial a la que sólo se accede por ser presidente? ¿Está bien el presidente que dijo blanco de su mentora vice, negro luego, blanco de vuelta y ahora grita negro sin inmutarse mientras el país mira de cerca una inflación de tres dígitos y una inseguridad imparable?

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Los “está bien” podrían ser eternos teniendo en cuenta que su autor milita en la corriente de decir no lo que desea el que escucha, sino lo que él mismo fantasea o imagina con verba diletante. Caerle por la guitarrita es hacerles precio a sus dislates. Si alguien pudiera, sería bueno que, al menos, lo asomara a Ezeiza y lo hiciera escuchar en el hall de espera las historias de una tía que habla de países sin libertad con las que el guitarrista se alía.

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