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Alberto Fernández es un presidente a la deriva

Dos años por delante tiene el presidente en su función y deberá sostenerse en el cargo sin poder alguno y, lo peor, sin credibilidad

alberto fernández
Alberto Fernández
Descacharreo

Un Presidente de la Nación que se expone a diario como lo hace Alberto Fernández, termina siendo un peligro tanto para sí mismo como para el espacio político que representa y para la nación entera. ¿Nadie de su entorno le aconseja que se llame a silencio?, ¿Debe un presidente hablar de todo, todo el tiempo? La prudencia indica que no. Se exhibe a sí mismo y sus propias miserias de manera cruda y a diario.

Su desprestigio no cesa de crecer. Imputado, indefenso y repudiado, ¿Le queda margen de actuación para gobernar una nación devastada? Si lo hay, es muy escaso, y eso es precisamente lo que nos coloca en riesgo a todos los argentinos. Es un problema grave. Ya nos ha dado muestras suficientes de que la ética de la virtud le es ajena. La de la templanza también. El carácter del Presidente se encuentra resquebrajado.

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Y en plena campaña electoral no hace más que echar un balde de nafta al fuego de la grieta que nos enferma cada día un poco más. Se autoinvolucra en tantos problemas que le quitan tiempo útil para lo que realmente importa: gobernar un país roto. Su presidencia será recordada por muchas cosas, menos por estar entre las mejores. Con más de dos años por delante deberá sostenerse en el cargo sin poder alguno y, lo peor, sin credibilidad.

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alberto fernández profesora adoctrinando
Alberto Fernández elogió a la profesora que adoctrina a sus alumnos.

La historia reciente de Alberto Fernández lo condena en su calidad de confeso ofensor de las mismas normas que impuso al resto de la población, respecto de las cuáles se estima, hay unas cuarenta mil causas en curso actualmente a lo largo y a lo ancho de nuestra fracturada nación. Fernández como aspirante a presidente ejemplar ya fracasó. Sus virtudes, si alguna tuvo, se esfumaron junto con su credibilidad, mucho antes de ahora.

Dijo hace tiempo que saltarse la fila de la vacuna era solo una picardía, apañando las conductas inmorales de quienes se beneficiaron con el vacunatorio VIP. Ya superamos los 112.000 fallecidos, muchos se hubieran evitado si tuviéramos menos pícaros. Sus constantes errores ponen en jaque el proyecto de la dueña del poder y los votos al mismo tiempo que escandaliza cada día a un nuevo sector de la sociedad.

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Nos quita paz social y calidad de vida a todos los argentinos con sus ya permanentes desaciertos. A Alberto Fernández el traje de líder le quedó grande. Demostró carecer de los atributos necesarios. Solo tiene la investidura institucional que debe preservar, más que por su propio futuro, por el de la Nación misma. El anacronismo de sus apariciones públicas son el fundamento mismo de su hecatombe.

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Se lo terminó comiendo el personaje que pensó que era, pero que jamás será. Ya nunca más volverá a ser el mandatario que explicaba con enjundia las “filminas” a un pueblo entero que lo escuchaba con atención las primeras semanas de pandemia. Pasó en poco tiempo de profesor de Derecho a devaluado abogado que se representa equivocadamente a sí mismo en una causa de trascendencia nacional que lo tiene como imputado.

Su exaltación vuelve a ganarle a la templanza, mesura y moderación que debería primar en todos sus actos. Lamentablemente lejos está de eso. Alberto Fernández se sepultó a sí mismo en el océano de la impericia. Con cada aparición pública se hunde un poco más. ¿Nadie se lo dice? ¿No lo entiende? Los desencuentros discursivos de nuestro mandatario, que chocan de frente con la realidad, son los que lo dejan “grogui” y a la deriva.

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