Como quien sabe que está en la víspera de un hecho histórico, Eduardo “Wado” de Pedro se tomó el trabajo de escribirles un mensaje personalizado a cada uno de los gobernadores el lunes pasado. La ocasión reclamaba evitar el reenvío de un texto prearmado, algo que notaron los jefes provinciales. El ministro del Interior los invitaba en nombre del presidente Alberto Fernández a una reunión en la Quinta de Olivos el jueves siguiente a las 16.
Aunque desconocían el motivo del encuentro, casi todos pusieron en marcha gestiones de apuro para asegurarse un vuelo, provincial o privado, que los llevara. Fue una tarea más difícil que lo habitual porque, en tiempos de pandemia, los cielos están vacíos.
La presentación de la oferta argentina para reestructurar la deuda soberana en manos de tenedores privados, el jueves pasado, fue el fracaso más exitoso de los últimos tiempos, como hizo notar a un grupo reducido un expresidente del Banco Central. El propio ministro de Economía, Martín Guzmán, reconoció que había discutido con los acreedores de la Argentina sin poder llegar a un acuerdo. Por eso hacía pública la propuesta del país, que como él mismo anticipó, será rechazada a menos que en cuestión de días muchas personas cambien de opinión.
El jueves fue, de todas maneras, un encuentro político casi perfecto. Estaba Cristina Kirchner, la mayor espada del peronismo si se la mide en votos, pero mantuvo un silencio protocolar cuando estuvo cerca de los gobernadores, algo apropiado para una persona cuyas palabras despiertan amores y odios sin términos medios. Y el Presidente, que parece haber heredado de Néstor Kirchner la costumbre de preguntarles qué opinan a todos, sólo se encontró con unos pocos gobernadores curiosos.
Aunque la foto de Olivos es importante, mucho más peso tendrá el devenir del reloj que comenzó a correr anteayer. Es la bala de plata que tiene Alberto Fernández para marcar el destino de su Gobierno: va al default o se garantiza parte de la caja para gobernar. Otra herencia de Kirchner, para quien la política se hacía con dinero. El Presidente la refrendó en los primeros días de su gestión, cuando mandó a subir los impuestos.
El fracaso fue exitoso porque el Gobierno aún tiene instancias para negociar. Se descuenta que no pagará el 22 de abril próximo US$503 millones, algo que le abre un período de gracia de 30 días para evitar el default. Es riesgoso, pero conocido. La tradición argentina dice que en el país se negocian millones con el regateo de una compra por cantidad en el comercio amigo.
Los organizadores de la reunión estaban mirando la jugada siguiente. Quizás por eso les dijeron a los equipos de comunicación de los gobernadores que acompañaran la puesta en escena con un tweet auspicioso. Sucede que la red social cumple ahora lo que entre 2003 y 2015 se le encargaba a la agencia oficial de noticias.
Un viejo lobo de la política los listó. Sus anotaciones dan otro filtro para ver la foto de Olivos: anotó 14 gobernadores que se expresaron claramente a favor de la propuesta, cinco tibios y otros cinco que mantuvieron el silencio.
Conversaciones informales entre asesores de Economía, especialistas del sector privado y operadores de Nueva York arrojaban el miércoles por la tarde que del denominado valor presente neto que, traducido, era de 36%. Esa denominación, indescifrable fuera del mundo financiero, es el norte de un inversor privado. Asesores privados top que suelen ser consultados por los acreedores, pero también lo eran por Néstor Kirchner, por Mauricio Macri y ahora por Alberto Fernández, aseguran que nadie está dispuesto a cerrar por debajo de 46%, por lo que la oferta de Guzmán debería mejorar.
Ayer, Economía difundió su propuesta con los detalles que faltaban y desató el trabajo de una multitud de operadores en distintos países. El cálculo al que llegaron varios de ellos en la Argentina, según le transmitieron a LA NACION, es que el número promedio había mejorado con una exit yield del 10%. El problema de este último número es que afecta todos los cálculos y lo ponen las personas que hacen la cuenta del lado acreedor.
La situación anterior deja al país lejos de un arreglo, pero más cerca de acordar. Hay margen, decían, si se mejora la oferta por el lado de los intereses, y Alberto Fernández se quedaría con lo que más necesita: tiempo para que pague el que sigue.
Desde el punto de vista de la contabilidad pública, la plata de la deuda no es dinero que el Gobierno tendrá para hacer política económica, sino que no necesitaría obtenerlo para pagarles a los acreedores. Dicho de otra manera, Alberto Fernández se evitaría el esfuerzo fiscal de corto plazo para hacerse de los fondos a través de una reducción del gasto o de un ahorro por mayor recaudación, algo que le costó la reelección a Mauricio Macri. Y, en caso de tenerlo, podrá volcarlo a la calle para hacer política, como indicaba el manual de Néstor Kirchner.