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Alberto Fernández se convirtió en un presidente golpista

El mandatario a los gritos produjo una suerte de linchamiento público, un fusilamiento conceptual al presidente y vice de la Corte Suprema de Justicia.

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Descacharreo

Ayer la República Argentina sufrió un ataque de extrema gravedad institucional. El victimario, lamentablemente, fue el presidente de la Nación con un golpismo prepotente casi sin antecedentes. Alberto Fernández, a los gritos produjo una suerte de linchamiento público, un fusilamiento conceptual al presidente y vice de la Corte Suprema de Justicia. No solamente violó la independencia de los poderes. Fue mucho peor.

Directamente amenazó con tomar por asalto a la justicia para reducirla a la servidumbre o transformarla en un Unidad Básica. Alberto Fernández, poseído por el chavismo de Cristina Kirchner, culpó a la Corte casi casi de todos los problemas que tiene nuestro país. Fue un acto cobarde porque hizo que las cámaras de Tristán Bauer apuntaran con primeros planos de los doctores Horacio Rosatti y Carlos Rozenkrantz que estaban a metros de Alberto.

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Los escrachó desde su investidura presidencial, puso a los legisladores talibanes del kirchnerismo en modo barra brava con insultos y se aprovechó de que los integrantes de la Corte no podían contestar semejante hijoputez. Por eso hablo de cobardía. Nadie dijo tantas mentiras en tan poco tiempo. Fue el guarda espaldas de una corrupta de estado condenada como Cristina Kirchner y llegó a plantear que su jefa fue perseguida, en un juicio simulado y absurdo, con el solo objetivo de inhabilitarla políticamente.

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Acá apareció el doble discurso del peor presidente de la democracia, porque antes había destacado que él no tenía ni una sola denuncia por corrupción, ni se había enriquecido en un claro intento de diferenciarse. Alberto Fernández inventó una conspiración intergaláctica. Según él, los jefes son los miembros de la Corte Suprema. Y son la vanguardia que maneja a los medios de comunicación, políticos opositores y los servicios de inteligencia.

Provocador y pendenciero, Alberto Fernández aseguró que es la Corte la que atropella las instituciones de la República. Un delirio del tamaño de la Patagonia. Alberto Fernández es el político con mayor imagen negativa del momento. Eso se vio reflejado en la soledad de la plaza, con una módica concurrencia de los que, encima, se cuidaron de decir que no apoyan su reelección.

Antes de ayer, uno de los comandantes de La Cámpóra, el Cuervo Larroque dijo que Alberto Fernández “había mordido la mano de Cristina que le dio de comer”. Ni hablar de las caracterizaciones de tibio y cobarde que le propinó Juan Grabois. O las famosas definiciones de mequetrefe, ocupa y enfermo que le dedicó la ex diputada Fernanda Vallejos. Nadie insultó ni descalificó tanto al presidente como sus propios compañeros.

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Nadie insultó ni descalificó tanto a la Corte Suprema como lo hizo Alberto Fernández ayer. Solo se lo puede comparar con varias embestidas de Cristina Kirchner. Por eso digo que, por las agresiones verbales y las exigencias, Alberto pareció poseído por Cristina. Se enfureció cuando intentó destrozar a la Ciudad de Buenos Aires y el fallo de la justicia que la favoreció con los fondos coparticipables.

Apeló a la demagogia de fingir ser un remedo de Robin Hood para darle a las provincias más pobres lo que le quiere sacar a las provincias más ricas y opulentas. Dijo sarasa pura sobre la inflación a la que le declaró la guerra hace un año. Los resultados fueron catastróficos. Dato mata relato. En febrero se superó el 100% de inflación y llegamos a los tres dígitos por primera vez desde 1991.

Perdimos por paliza esa guerra y los que más las sufren son los que menos tienen. No sorprendió el discurso anti democrático de Alberto Fernández. Es mucho menos que Cristina Kirchner, pero tiene el mismo ADN autoritario y adicto a las falacias. No en vano, ayer día martes quiso ser Cristina Kirchner y adoptó su misma prepotencia golpista. Pero sigue siendo un títere, un espantapájaros, menos de los mismo.

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