Un Presidente con funciones casi de un canciller, sin estructura política propia, con un número más acotado de incondicionales, y consciente de que ya no tiene margen ni siquiera de plantear seriamente la idea de intentar ir por la reelección. A un año de las elecciones, la decisión de habilitar el ingreso de Sergio Massa al Gabinete dejó a Alberto Fernández en una situación de debilidad extrema, hace mella en su entorno y obliga al Frente de Todos a adelantar su reconfiguración.
Se trata, al cabo, de una situación sin precedentes para un jefe de Estado con el peronismo en el poder en las últimas décadas. Quienes lo escucharon en las últimas horas, tras el desembarco de Massa, admiten que Fernández quedó “muy golpeado en lo personal” por los cambios a los que se vio obligado a hacer en la última semana. La frase plasma un punto sobre el que los albertistas habían esquivado definiciones en los últimos tiempos.
Incluso en plena turbulencia de los mercados. Desde las PASO, luego de la estrepitosa caída a nivel nacional y en territorio bonaerense, cada vez que algún funcionario cercano a Alberto Fernández planteaba públicamente su ambición de ir por la reelección, puertas adentro concedían que se asemejaba más a una quimera. Sin embargo, se utilizaba como recurso para mantener cierta expectativa de poder a su alrededor.
En el marco de una administración en la que hasta sus incondicionales le reprochan que nunca hizo ejercicio pleno de la lapicera. La reelección está archivada. No se imagina un escenario en el que Alberto Fernández pueda dar vuelta esto y ser un candidato de consenso. Y tampoco hay una masa crítica que nos pueda hacer pelear una PASO. Más que enojo, en la tropa de leales que rodea a Alberto Fernández hay frustración y fastidio.
No desestiman “muchos errores propios”, pero apuntan que el jefe de Estado recibió un “ataque sistemático”. Interno y externo. De cara a lo que viene, pronostican que Alberto Fernández profundizará su agenda internacional, el ámbito en el que se movió con más comodidad. Con Massa manejando íntegramente la economía y el jefe de Gabinete, Juan Manzur, con un rol más marcado de delegado de las provincias en la Casa Rosada que de coordinador de ministros.
Luego del scrum que tejieron en su favor los gobernadores, Alberto Fernández podrá mostrarse apenas como un articulador y deberá hacer equilibrio para no generar nuevas tensiones en un peronismo en el que inevitablemente se anticipará el proceso reconfiguración. “Es imposible que no quedes golpeado después de todo lo que pasó, pero Alberto hizo lo que tenía que hacer: no podíamos seguir sin cambios. Él está muy tranquilo con las decisiones que tomó. El tiempo ordena todo”, fue la reflexión de un dirigente de peso que estuvo en contacto durante el fin de semana con Alberto Fernández.
El aspecto personal no es un asunto menor. El mandatario ha perdido varios de su tropa en las últimas semanas. El desmembramiento de su entorno se aceleró el 4 de junio, cuando se vio forzado a exigirle la renuncia a Matías Kulfas en Desarrollo Productivo. La intempestiva salida de Martín Guzmán y el portazo de Gustavo Beliz, otros dos de su extrema confianza, fueron los últimos dos golpes difíciles de procesar.
Dicen, quienes lo escucharon en las últimas horas, que todavía le dura el enojo con ellos por dejarlo en un momento tan complejo. Con todo, en los próximos meses podría haber más bajas. No son pocos los que ya especulan con un dato concreto: los ministros Gabriel Katopodis (Obras Públicas) y Juan Zabaleta (Desarrollo Social), intendentes en uso de licencia de San Martín y Hurlingham, deben defender sus territorios.
Sin proyecto presidencial 2023, ¿Adelantarán su regreso? Una buena entre tantas pálidas: por ahora Alberto Fernández logró bloquear el intento de Cristina de correr a Vilma Ibarra de la Secretaría Legal y Técnica. Igual, aclaran, “esto es día a día”. El único que curiosamente no suena más es Claudio Moroni (Trabajo), que por sobrevivir a tantos rumores se ganó el apodo de “Highlander”, porque es “inmortal”.