Cristina Fernández de Kirchner detesta, desconfía y necesita de Alberto Fernández.
Lo detesta desde hace años. Desde que Alberto Fernández renunció a la Jefatura de Gabinete y se dedicó a lanzarle dardos envenenados desde los medios de comunicación. Peor aún: desde los micrófonos del Grupo Clarín. Ese sentir explica los castigos públicos que ella le propina a sus más estrechos colaboradores. A su jefe de Gabinete, a su vocero, a los “ministros que no funcionan”.
Ella también desconfía de él. La permanencia de Carlos Zannini, Gerónimo Ustarroz, Juan Martín Mena, Félix Crous y otros alfiles con terminales judiciales lo confirman.
¿Por qué?
Porque Cristina Fernández de Kirchner está convencida de que los tribunales argentinos se mueven al ritmo del poder. En esa lógica, si ella cediera ahora esos cargos, otros los ocuparían. Otro sería el jefe máximo de los abogados del Estado nacional, otro sería el emisario del Poder Ejecutivo en el Consejo de la Magistratura, otro sería el verdadero ministro de Justicia y otro lideraría la Oficina Anticorrupción. Y esos otros podrían alinearse muchísimo menos -o nada- con ella.
Ese riesgo explica, también, por qué sus operadores también redoblan esfuerzos por estas horas. Explica, por ejemplo, que la Cámara Federal porteña le ordenara ayer al juez Sebastián Casanello que defina la situación procesal de Fernández de Kirchner en la “ruta del dinero K”. Es la misma Cámara que en su momento le ordenó que la indagara cuando el magistrado creía que no había pruebas suficientes para citarla. Pero debió acatar la orden superior y terminó por dictar su falta de mérito. Ahora, sin que medien nuevas evidencias, si la Cámara le ordena definir sobre ella, ¿qué otra opción le queda más que sobreseerla?
Y eso lleva al último eje.
La vicepresidenta necesita del Presidente. Porque ella lo llevó a la Casa Rosada, sí, como le recordó en su carta pública. Pero ella omitió escribir, también, que lo necesitaba allí. No sólo para ganar aquella elección de 2019 -¿recuerda aquello de “sin ella no se puede; con ella sola no alcanza”?-, si no porque sólo con él como Presidente podría lograr quizás algún día su objetivo máximo de reivindicación judicial.
¿Cómo es eso?
Ella no quiere un indulto. Si no, lo tendría hace rato en sus manos. Ella quiere el complemento tribunalicio de la frase que le espetó a un tribunal oral, el 2 de diciembre de 2019, cuando el Frente de Todos ya había ganado las elecciones y restaban ocho días para que asumieran. “A mí me absolvió la historia”, les gritó a los jueces. Les gritó aunque ella quiere la absolución firmada por esos mismos jueces. Quiere un certificado de buena conducta judicial, emitido por todos los tribunales competentes que la investigan, con todos los sellados y visados.
Pero para que esa absolución judicial sea completa, conviene remarcar, ella lo necesita a Alberto Fernández. ¿Para qué? Para afirmar que los tribunales la absolvieron mientras otro ocupaba la Presidencia. Si no, el círculo no se cerraría. Siempre podrían endilgarle que la Justicia la absolvió por su influjo, manejo y apriete. Siempre podrían reprocharle que sus operadores judiciales –los mismos que Norberto Oyarbide contó que lo agarraron del cogote u otros-, volvieron a hacer de las suyas.
Eso explica que Cristina Fernández de Kirchner haya ordenado a sus alfiles políticos que renuncien esta semana. Explica también que haya estado dispuesta a ceder las fabulosas cajas de la Anses y el PAMI. Y explica por qué, de ningún modo, bajo ninguna circunstancia, sus alfiles con terminales judiciales se movieron de sus sillas. En palabras de la diputada Fernanda Vallejos, permanecen “atrincherados” en sus puestos.
Si Alberto Fernández quisiera llevar la situación actual hasta el punto de ruptura le bastaría con pedir una sola renuncia: la de Zannini.
Pero él la necesita a ella para presidir. Y ella lo necesita para completar su círculo absolutorio.