En 1975, un gobierno democrático, acosado por terroristas que secuestraban y asesinaban a mansalva, que atacaban cuarteles militares y ponían bombas en toda nuestra geografía, ordenó a las fuerzas armadas aniquilar a esos subversivos que intentaban transformar a la Argentina en un “paraíso” comunista.
Cuarenta y cinco años después, los hijos de esos mismos criminales, reciclados como funcionarios y legisladores, parecen estar logrando su objetivo: el kirchnerismo, en pos de la impunidad de su líder y para habilitar su venganza, ha tomado por enemigo a la Nación y pretende aniquilarla.
Y en esa guerra que lleva adelante contra la República y la Constitución, los campos de batalla que ha elegido son los que constituyen los cimientos sobre los cuales se construyeron la convivencia, el progreso común, la familia, la vida y el respeto a los más elementales derechos individuales.
En nuestro camino inexorable de decadencia, mientras los políticos crean o agrandan cada vez más impuestos confiscatorios para financiar su inoperancia y sus prebendas, el Estado paquidérmico que hemos sabido darnos por este inexplicable suicidio colectivo que tanto nos esforzamos en concretar ha hecho abandono de todas sus obligaciones básicas: salud, justicia, seguridad, defensa y relaciones exteriores.
Nadie duda, después de la “cuareterna” más larga del mundo que, habiendo entrado en el cuadro de deshonor de mayor cantidad de muertos por millón de habitantes, el sistema de salud pública está quebrado y el sector de la sociedad que puede permitírselo debe hacer frente a la medicina privada.
Tampoco que carecemos de justicia y que, lo poco que queda de ella, desaparecerá cuando Cristina Fernández y su esbirro presidencial logren “reformarla” con la indigna e inmoral complicidad de la Corte Suprema; que la inseguridad campea por la liberación de miles de presos y que el narcotráfico ha copado territorios y policías; que la defensa nacional no ha sido una prioridad para los políticos que nos gobiernan desde hace 37 años y que las fuerzas armadas tienen hoy una capacidad ofensiva comparable a los boyscouts; que las relaciones exteriores se subordinan, siempre, a los preconceptos ideológicos del Instituto Patria; y que ha renunciado a tener una siquiera razonable política migratoria.
Pero, sin olvidar a las demás, la más trágica es, sin duda, la educación pública primaria y secundaria, donde su más eficiente sicario, Roberto Baradel, impone una devastación cultural que afecta a los más pobres y desprotegidos, aquéllos que no tienen posibilidad alguna de recurrir a los establecimientos privados o parroquiales para que sus hijos dejen de ser rehenes de los delincuentes disfrazados de gremialistas. Los “maestros” se han convertido en “trabajadores de la educación” y, también por ideología propia y flagrante cobardía ajena, espantan a los chicos y a sus padres, dejándolos sin clases por huelgas permanentes y utilizan la pandemia como excusa para no concurrir a la escuela.
La brecha entre esos niños sin aulas y aquéllos otros cuyos padres gozan del privilegio de poder pagar la enseñanza privada se ha transformado en un verdadero abismo y condena a nuestro país a una tragedia incomparable con cualquier país civilizado. Y ese fosa destruye, en un mundo cada vez más exigente con los requisitos de empleo, cualquier posibilidad de recuperar esa movilidad social que nos fuera tan característica. La ciudadanía, hipócrita y pusilánime como siempre, no reacciona y guarda silencio cuando el Gobierno, aliado a los gremios, permite la apertura de los casinos de Cristóbal López y habilita el fútbol mientras demuele las bases del genial proyecto sarmientino. Y todo eso se produce como efecto deseado del movimiento de pinzas con el que la PresidenteVice quiere aniquilar a la Argentina, para convertirla en un territorio poblado por súbditos muy poco instruidos y cada vez más pobres que dependan siempre del Estado presuntamente benefactor y en el que los únicos triunfadores sean sus propios líderes, mamarrachos saqueadores.
Su meta es el sometimiento a China; el sonriente Xi Jinping no se limitará esta vez a instalar una base militar en la Patagonia -con indigna sesión de soberanía, sino que implantará un sistema tan extractivo como el que utiliza para expoliar al Africa Subsahariana. Y creo que los últimos movimientos epistolares y legislativos del kirchnerismo, que tanto complican la inversión y el crédito, tienden precisamente a justificar que el gigante asiático se convierta en la única fuente de financiamiento, aunque ello implique entregarle el transporte de granos en la hidrovía y la energía con las nuevas centrales atómicas y transformar al país en un simple proveedor de materias primas. Nada le importa a Cristina Fernández que ese camino nos aísle definitivamente del mundo occidental ni, menos aún, que nos convierta en un país hostil comparable a Venezuela, donde Nicolás Maduro respalda su salvaje tiranía en los ayathollas iraníes, los barbudos cubanos y en las desafiantes fuerzas armadas rusas.
¿Tampoco sobre estos temas tiene nada que decir la oposición, más allá de contestar individual y puntualmente las falsedades del relato? ¿Cuál es el plan nacional que propondrá a la ciudadanía como una alternativa al modelo de dominación kirchnerista? Creo que la sociedad no merece esta inopia.