¿Dónde estás Diego?, se preguntaban los hinchas argentinos mirando al cielo. Caía el sol en Doha y caía una lágrima de emoción por el Diez. Así de melancólica se puso, por momentos, la previa del Argentina-México. Tanguera, en cierta forma. Diego como aquel “Flaco Abel” de “Cafetín de Buenos Aires” (“que ya se fue pero aún me guía…”). Después el ritmo cambió porque llegó el momento del banderazo y en el dial del corazón la pasión encontró otra sintonía. La del presente, la de la fe, la que invita a creer. De Arabia nadie quiere acordarse, aunque convendría hacerlo para no reiterar los errores. Es que el Mundial apenas comenzó y Argentina ya está entre la cimitarra y el paredón qatarí, jugando una “finalísima” que nadie soñó. Se suponía que aguardaba el 18 de diciembre, terminó siendo en cuestión de horas.
Así de potente, cambiante e implacable es el fútbol. La Selección pasó de la gloria del Maracaná a bordear el precipicio por obra y gracia de un mediodía maldito, coronado por dos goles árabes y ninguna flor de cosecha propia. Scaloni transitó del universo de halagos y el perfil de líder moderno a una suerte de silla eléctrica en la que jugará “el partido más importante de su corta carrera”. Argentina está ante la posibilidad de quedar marcada para siempre como el equipo que llegó al Mundial como candidato y sufrió la peor eliminación de su historia. En varias alforjas hay adjetivos esperando emerger: desastre, humillación, catástrofe. Y todo dependiendo de lo que vaya a suceder en el estadio Lusail.
A esta puesta en escena, dramática por donde se la califique, el cuerpo técnico intentó ponerle calma. La estrategia fue transmitirle seguridad a la gente; seguridad de que el equipo lo dará todo y mucho más. Lo que haya sucedido puertas adentro en la Universidad de Qatar es otra cosa. Y aquí el factor Messi es preponderante. La condición física del capitán no deja de ser una incógnita. Scaloni dice que está bien, no es lo que se vio durante el segundo tiempo contra los árabes. Fue un Messi sin la marcha extra que acostumbra meter cuando fulgura, y se sabe que cuando Messi no se siente al cien por ciento modifica su gestualidad. Esa realidad saltó a la vista.
Los días, muy pocos, transcurrieron matizados por charlas, pequeñas arengas, la búsqueda de una motivación que borrara la tristeza. Los jugadores lo llevaron de distintas maneras. Messi mantuvo un rol activo, bien de capitán, positivo. Ayer se puso al frente del grupo cuando salieron a practicar, un entrenamiento abierto a la prensa durante los primeros 15 minutos. Esa actitud no pasó inadvertida, fue una suerte de mensaje hacia el afuera que está raspando la olla de la polémica en procura de algún título vendedor. Rodrigo De Paul, que jugó mal contra los árabes, eligió las redes sociales para hacerse fuerte con un posteo. Sabe que se habla mucho de él en la Argentina.
El entrenamiento mostró indicios bastante concretos de lo que Scaloni pretende para doblegar a los mexicanos. Respecto del partido con Arabia la defensa será prácticamente nueva. En el sector central, a causa de la lesión de “Cuti” Romero, lo que dará ingreso a Lisandro Martínez. Este cambio se veía venir desde el martes. Con los laterales la cuestión es otra; siempre fueron cuatro nombres para dos puestos, nunca se consolidó un titular inamovible en esas zonas. De allí que Montiel y Acuña ingresen por Molina y Tagliafico. Movidas que no modifican, en esencia, la columna vertebral del equipo.
La delantera no se toca (Di María-Messi-Lautaro). El laboratorio está en la media cancha. De Paul jugará por derecha, todo indica que Alexis Mac Allister lo hará por izquierda, en lugar de “Papu” Gómez. Queda entonces la incógnita sobre el volante central, porque el DT hizo tres pruebas. Alternativamente jugaron Paredes (hombre del ciclo, aunque no en su mejor versión física), Guido Rodríguez (posicional y de marca, importante en el juego aéreo, un tema nada menor) y Enzo Fernández (el hombre del momento por su explosivo desembarco en Europa). ¿Cuál de los tres saldrá a la cancha?
No hay misterios en lo que respecta a la batalla táctica. Scaloni y el “Tata” se conocen muchísimo y los rivales están archianalizados. Y ninguno está para alquimias ni innovaciones de último momento. Al contrario, es tiempo de afianzar lo que mejor se domina. Lo que se espera es un duelo tenso, en el que nadie regalará espacios, más de tenencia que de transiciones rápidas. Es la característica de ambos equipos, aunque el antecedente cercano (victoria argentina 4-0 en el amistoso disputado en Estados Unidos) ratifica lo mucho que le gusta a la Selección quitar rápido y lastimar de contra. Aquella noche Lautaro Martínez estuvo inspirado y metió tres goles.
No fueron amables las últimas horas en Qatar. Las golpizas que se propinaron grupúsculos de hinchas argentinos y mexicanos en las calles enrarecieron el clima y hasta motivaron un preocupado contacto entre las embajadas. Hay convocatorias por redes sociales, de ambos lados, para copar desde temprano un playón adyacente al estadio Lusail. Las fuerzas de seguridad qataríes están avisadas. La violencia, indeseable y sin invitación, es la cara más fea de la previa.
La historia de los Mundiales dice que Argentina es una especie de bestia negra de México. Las eliminaciones en 2006 (gracias al zapatazo de Maxi Rodríguez) y 2010 (con Diego en el banco y Messi en la cancha) son historia pura. Bien pueden pensar los mexicanos que la tercera es la vencida. La estadística no deja de ser eso: números, recuerdos, gestas de figuras que ya no están. Ninguno jugará esta “finalísima” a la que no le falta morbo, pero que no deja de ser un partido de fútbol. Partido, por supuesto, que nos hará caminar por las paredes.