os dos persiguen un milagro laico. Tanto si gana Sergio Massa como si se impone Javier Milei la Argentina verá emerger la noche del domingo al presidente que no podía ser.
Han derrotado a los pronósticos y a la lógica gracias a un acierto táctico que les permitió quedar el uno frente al otro, sin intrusos en la carrera por el poder. Un país extenuado por la crisis económica y la división ideológica vuelve a las urnas en un torbellino de emociones, alentado por dos candidatos que se resignaron a brindarse como el único antídoto disponible para el veneno de su rival.
Veremos de todo: voto resignado, voto con culpa, voto con la nariz tapada, voto militante por alguien al que hasta hace poco se odiaba, voto bronca. También, por supuesto, votantes con ilusión legítima por un porvenir mejor. Semejante movilización de sentimientos convierte a estas elecciones una materia de análisis compleja e indescifrable, que proyecta un haz de angustia sobre el futuro inmediato al desenlace del balotaje.
A Milei lo alimentaron con encuestas positivas desde el jueves. Pero en su equipo no se fían de los números que salen de una sociedad tan sometida a humores inestables. El propio candidato experimentó las fuerzas que se han desatado en la campaña cuando el viernes asistió al Teatro Colón con su novia, Fátima Florez, a ver la ópera “Madama Butterfly”.
Lo que se pensó como una oportunidad de difundir una foto farandulera en medio de la veda concluyó como un viaje al laboratorio de pasiones de esta Argentina modelo 2023, reino de la incertidumbre. Los aplausos que esperaba cosechar en un territorio que no supuso hostil quedaron tapados por gritos, insultos y abucheos, a los que grotescamente se sumó una parte de la orquesta con la interpretación de la marcha peronista. “¡Nunca más!”, fue uno de los gritos que le dedicaron, en reproche a su mirada revisionista sobre los crímenes de la última dictadura militar.
Milei, incómodo con el espectáculo pero consciente de la trampa en que se había metido, se convirtió en estatua. Constató de cuerpo presente aquello que es una convicción de sus asesores: la campaña del miedo ha sido la herramienta maestra de Massa.
Esa certeza terminó de cristalizarse durante el debate del domingo pasado, en el que Massa recurrió al archivo para tirarle por la cabeza a Milei un sinfín de afirmaciones extremas que hizo a lo largo de su corta carrera en la política. El libertario no tuvo reflejos para reaccionar en cámara, concentrado como estaba en su objetivo excluyente de no incurrir en uno de sus habituales desbordes emocionales.
Algunos de sus colaboradores principales confesaron que se habían sentido desolados al final del show que acumuló más de 40 puntos de rating. Creyeron que el desempeño de Massa, a quien Milei fue incapaz de exponer como responsable de la economía enferma que administra, podía inclinar la balanza de un balotaje parejísimo.
El paso de las horas les devolvió la calma. Los sondeos que habían encargado mostraron que la actitud por momentos sobradora y hasta amenazante de Massa cayó mal entre los árbitros de esta definición, que son los votantes de tendencia antikirchnerista que votaron a Patricia Bullrich (6,3 millones) y a Juan Schiaretti (1,8 millones).
“El resultado pareció más bien neutro, independientemente de la impresión de que el duelo televisivo lo dominó Massa. Hubo cambios de votos para un lado y para otro, equivalentes”, explica un consultor de primera línea que hizo encuestas todos los días de la semana.
El equipo de Milei, aunque buscó instalar la idea de que su candidato ganó el debate por los “excesos” de su rival, ajustó sobre la marcha el discurso. El último spot antes de la veda registra un consejo que le venían dando hace tiempo: negar de manera terminante los argumentos que sostienen la apelación al miedo. Mauricio Macri lo había tenido que hacer también en el final de su batalla contra Daniel Scioli en 2015. Así fue como Milei grabó en un salón del hotel Libertador -su búnker con cama adentro- un video en el que promete que no va a impulsar la venta de órganos ni la libre portación de armas ni la quita generalizada de subsidios ni la privatización de la salud.
Era lo que esperaban oír sus nuevos socios del Pro desde que se sumaron a la caravana de los libertarios. Milei primero concedió archivar la motosierra y en última instancia aceptó despojarse de otras capas de su ser anterior. Como si de repente dijera: “No soy lo que dicen que soy ni lo volvería a ser”.
A ese canto a la impostura también se plegó Massa con su reencarnación imaginaria en un líder progresista, sin pasado ni presente, última barrera de defensa de una democracia en peligro.
La gesta que plantea Massa con su mensaje de “unidad nacional” exacerbó la reacción del Pro en auxilio de Milei. El terror a una nueva hegemonía peronista convalidada por opositores atraídos por los cantos de sirenas incluso movilizó a Bullrich a poner el cuerpo al lado de los libertarios en el acto de cierre en Córdoba.
La exministra se sobrepuso de su derrota en octubre con un relato que le da sentido a su misión: resignifica la primera vuelta como si hubiera sido una PASO entre “fuerzas del cambio”. Se abrazó a este repechaje que le da la vida y adoptó la lógica clásica de “el que ganó conduce, el que perdió acompaña”. El resto es olvidar. Las acusaciones de “montonera asesina” que ponía bombas en jardines de infantes que le dedicó Milei son “cosas que se dicen en campaña”. Lo mismo que su propia aseveración de que las ideas del libertario eran “malas y peligrosas”.
En busca de cimentar esa reconciliación, Bullrich llegó a decirle a Milei que muchas de las “operaciones mediáticas y de redes” por las que él la acusó habían sido ejecutadas en realidad por Horacio Rodríguez Larreta. Milei lo contó en público, como para sumar elementos a quienes piensan que la reconstrucción del Pro y de Juntos por el Cambio es a estas alturas imposible.
Mensajes de concordia
De forma más sigilosa Milei se encargó de enviar mensajes de concordia a actores relevantes con los que se enfrentó en público. Uno de ellos fue al papa Francisco, a quien le transmitió un pedido de disculpas por los frecuentes exabruptos que le dedicó. El cartero fue Eduardo Eurnekian, su exjefe que ahora se divierte llamándolo “empleado fallido”. Milei se comprometió además a hacer pública su retractación, algo que ensayó a medias en el calor del debate.
En La Libertad Avanza celebraron casi como si hubiera sido una consecuencia de esa movida la declaración de Francisco a través de los obispos argentinos en el que dijo que su eventual visita al país no depende de quién gane las elecciones. Fue una señal de hartazgo con las operaciones en su nombre que desplegaron Massa y sus socios kirchnerista. Si algo detesta el Papa es que lo usen en política sin su consentimiento.
Otra sigilosa movida de realpolitik consistió en garantizar que la relación con Brasil será prioritaria en un gobierno libertario, a pesar del desprecio con el que Milei ha hablado de Luiz Inácio Lula da Silva. El dossier de buena voluntad que Diana Mondino y Victoria Villarruel dejaron en la embajada brasileña fue publicado por el diario carioca O’Globo.
Al filo de la votación, había ebullición y expectativas positivas en el bando de Milei. Pero no abandonaron la senda de confusión e improvisación, que permitió por ejemplo que se impusiera la línea de la hermanísima Karina de denunciar en la Justicia un “fraude descomunal” en la primera vuelta sobre la base de denuncias anónimas en redes sociales. ¿Reconocerán la derrota en caso de que se imponga Massa o buscarán deslegitimar la etapa que viene como hicieron Trump o Bolsonaro en sus países?
“Si los números coinciden con nuestras mesas testigo, vamos a hacer lo que corresponde y aceptar el resultado”, responde un habitué del hotel Libertador. La paranoia bajaba el sábado, a medida que crecía la tranquilidad de que el dificultoso operativo de fiscalización -que tensionó a los libertarios y sus aliados urgentes del Pro- estaba en condiciones de dar la talla contra la eficiente maquinaria peronista.
Massa cruza los dedos
En el campamento de Massa sostenían que se cumplió a rajatabla el libreto de la campaña. El candidato desencadenó la suma de todos los miedos a las políticas que propuso o sugirió su rival, a las compañías a menudo bizarras que lo secundan y al propio Milei, a quien al final procuró presentar como un desequilibrado mental. La incógnita entre sus allegados es si no habría exagerado hasta convertir en una caricatura el llamado a luchar contra una tiranía en ciernes.
En paralelo a la demonización de su rival, Massa tuvo que reinventarse como un luchador solitario en busca de empatías diversas. Sacó de su lado a cualquier compañía que pudiera calificar de piantavotos. Cristina Kirchner y su hijo Máximo acataron la orden de hibernar. Alberto Fernández aceptó seguir en ese modo. Se les pidió paciencia a los sindicalistas que querían mostrarle al candidato su disposición a acompañarlo comprensivamente en esta guerra por ahora sin suerte contra la inflación. Se enrollaron las banderas justicialistas y el nombre de Alfonsín se impuso por sobre el de Perón.
Massa intentó apropiarse del concepto de “cambio” que predomina en la sociedad. Pero la incógnita con que amanece al domingo electoral es si la inflación del 140% anual, la falta de dólares y el desquicio de la economía que gestiona desde agosto de 2022 se olvida con solo no hablar de eso. La apelación a un bien superior (la DEMOCRACIA) ha sido un artilugio eficiente, al menos para transitar sin gran incomodidad la campaña.
El mayor daño en sus números lo sufrió cuando la crisis quedó expuesta a todas las luces a raíz de la escasez de combustible que se vivió una semana después de la primera vuelta electoral. Fue justo en los días en que Macri y Bullrich decidieron apuntalar a un Milei que daba señales de quiebre espiritual.
Las cuentas que hacen en Unión por la Patria hablan de una paridad extrema. Necesitan un triunfo en la provincia de Buenos Aires por más de 10 puntos y nivelar la Capital, territorio que ha sido reacio a sintonizar con Milei. En Córdoba, Massa ansía llegar al 30% y no perder por mucho en Santa Fe.
La participación será decisiva. No esperan en ninguno de los dos comandos un voto en blanco desproporcionado, sino que el rechazo de la oferta se refleje principalmente en las cifras de asistencia. “Massa necesita que el universo de votos afirmativos se reduzca sustancialmente para ganar”, explica uno de los encuestadores que proveyó de estudios al oficialismo.
¿Podrá convencer a un sector importante de los que apoyaron a Bullrich en octubre de votarlo a él o de mínima no expresarse? Ninguna otra pregunta es más decisiva. Si Milei pudiera convencer a un 70% de los que acompañaron a Juntos por el Cambio tendría casi resuelto el pleito.
Artista del corto plazo, Massa se vende como artífice de un gobierno arcoiris donde convivan larretistas, radicales, socialistas santafecinos, peronistas cordobeses y camporistas. Pero anotó el gesto de Cristina, que tiene un máster en administrar silencios: ella anunció que recuperará la voz la semana que viene en un salón universitario en Nápoles. De paso, prevé reunirse en el Vaticano con el Papa, siempre reacio al massismo. Será una oportunidad inmejorable, en plena transición, de devolverle el tono vital a la interna peronista.
Para entonces habrá terminado una era en que la Argentina no tuvo un gobierno sino un comité de campaña. Sabremos ya si Alberto Fernández podrá finalmente ponerle la banda presidencial a su regente o si le espera el trago aún más amargo de ser el testigo privilegiado del impensable ascenso al poder del hombre que tuvo la visión de ofrecerse como el verdugo del sistema político que nos trajo hasta acá.