Como cada noche a las nueve, el teniente coronel Hellmuth Meyer, encargado de escuchar las emisiones de radio inglesas en busca de instrucciones cifradas, ha encendido su cinta magnetofónica al oír la frase “Ahora escuchen atentamente unos mensajes personales” del servicio en francés de la BBC. Acostumbrado a comunicaciones sin sentido –destinadas a despistarles–, esta vez se queda sobresaltado por lo que viene a continuación: “Les sanglots longs des violons de l’automne”.
El ataque contra la Europa continental por los aliados es el acontecimiento que más puede ennegrecer los pensamientos de la alta jefatura nazi. Tanto preocupa a Hitler que a finales de 1943 ha enviado a Francia a uno de sus más brillantes generales, Edwin Rommel, el zorro del desierto, para supervisar las defensas de la costa atlántica en Francia, donde probablemente tendrá lugar la invasión.
Rommel lleva los seis meses de 1944 tenso y obsesionado con establecer unas líneas de defensa inexpugnables, o que al menos obstaculicen al máximo un desembarco aliado. Todo tipo de estructuras metálicas dentadas y minas, miles de minas, son instaladas sin pausa, sobre todo en Calais, el paso más estrecho del Canal de la Mancha. Pero llega el mes de junio sin invasión y Rommel, agotado y confiado en que el mal tiempo reinante impedirá cualquier tentativa naval, hace caso omiso de los avisos de inteligencia, que probablemente considera un intento de despistar. Y el 4 de junio se va a pasar unos días de descanso a Alemania, coincidiendo con el cumpleaños de su esposa el 6 de junio.
Al otro lado del Canal de la Mancha, el general Eisenhower también está muy tenso. Ha dispuesto la invasión para principios del mes de junio, pero la climatología adversa se lo está poniendo difícil. El mantenimiento del secreto es otro factor de estrés: no solo la fecha ha de permanecer oculta, sino también el lugar. Llevan semanas simulando que podrían entrar por Noruega o, más probablemente, por el paso de Calais, el cual someten a constantes bombardeos aéreos.
Imagen aérea del desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944. /EFE
En cambio, el punto escogido se halla bastantes kilómetros al sur: las playas de Normandía, que apenas han sido atacadas. Cinco mil barcos se encaminan hacia ellas en largos convoyes encabezados por dragaminas que limpian las aguas de minas. La fecha escogida es la mañana del 5 de junio, pero unos vientos superiores a 50 kilómetros por hora llevan a Ike (el apodo de Eisenhower) a tomar la decisión de aplazarla por un día. Si deja pasar más días la probabilidad de que la enorme flota sea detectada son muy altas. Y sin ocupación del continente, Alemania no podrá ser derrotada.
A partir de la medianoche los aviones surcan el canal para acabar lanzando dieciocho mil paracaidistas norteamericanos, ingleses, canadienses y franceses en la retaguardia de las líneas de defensa alemanas. Son la avanzadilla. Su misión es apoderarse de puntos de paso estratégicos, como los puentes sobre el río Orne y el canal de Caen, que deberán mantener inaccesibles al paso de las tropas alemanas, destruir otros puentes para perjudicar el movimiento de las tropas alemanas en su acercamiento a las playas, y eliminar baterías enemigas para evitar que bombardeen a sus compañeros que van a llegar por vía marítima.
Lo hacen hacia las seis de la mañana, después de que las diez gigantescas hileras en que navegan los cinco mil barcos recorran la distancia que les separa de los objetivos que han sido designados para el masivo desembarco anfibio de 160.000 soldados. Los puntos donde deberán saltar al agua para invadir tierra firme son cinco playas a las que se ha bautizado con nombres en clave (Omaha, Utah, Sword, Juno y Gold) y un acantilado de 30 metros llamado Pointe du Hoc, en el que los alemanes han ubicado baterías de cañones.
El desembarco resulta más fácil en algunas de las playas, como Utah o Sword, pero dramático en otras, especialmente en Omaha Beach. Allí, el mar agitado —con olas de más de un metro— hace irse a pique a diez de las lanchas de desembarco, y algunas apenas si pueden ser bajadas correctamente al agua. Varios marineros caen accidentalmente al mar en estos primeros momentos, y sus posibilidades de sobrevivir son escasas, ya que las barcazas tienen orden de no detener su trayectoria para rescatar a nadie. “¡Hasta la vista, mamones!”, grita desesperado un soldado desde el agua a una lancha que se aleja.
Las que consiguen acercarse a su objetivo, entre los vómitos de los mareados soldados, se encuentran con obstáculos de acero y hormigón coronados por minas que impiden el avance de las embarcaciones hasta pie de playa. Mientras buscan un lugar por donde llegar a la arena, o desembarcan de cualquier manera, son blanco de un durísimo fuego desde los bunkers alemanes. Los nidos de ametralladoras hacen estragos, diezmando a los aliados en un fácil pimpampum sin piedad.
La fuerte resistencia nazi
¿Por qué hay una resistencia tan fuerte? Para desdicha de los invasores, los bombardeos aéreos previos que debían neutralizar estas defensas han fallado: por precaución de no alcanzar a sus propias fuerzas, han disparado demasiado tierra adentro, sin afectar las defensas costeras. El resultado es dantesco: en el sector de Dog Green de la playa de Omaha solo una tercera parte de los soldados que desembarcan en la primera oleada consiguen recorrer la distancia entre sus barcazas y la orilla.
La situación degenerará en caos porque, al no tomar la playa en seguida, la llegada de los posteriores flujos de tropas programados provocará la acumulación de embarcaciones y soldados en condiciones muy expuestas. Al final del día solo se han podido conquistar dos puntos aislados. Y se tardarán tres días en cumplir los objetivos asignados solo para el Día D. Por ello a este lugar se le bautizará como “la sangrienta Omaha”.
Pero la enorme asignación de fuerzas aliadas al desembarco en Normandía –más de un millón de hombres– va a inclinar la balanza. Con mayor lentitud de la prevista, sí, pero inexorablemente.
Los aliados no desaprovechan ese tiempo y lo utilizan para levantar nada menos que dos puertos artificiales en las playas normandas. Eso permitirá ir desembarcando tropas que, con mayor rapidez de lo previsto, se hacen con el control de toda Francia, ayudados por la activa Resistencia clandestina gala. En menos de tres meses consiguen tomar París.