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Coronavirus en Argentina: “Lo peor está por llegar”, la cruda certeza que une a Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof

Las cuatro curvas del crecimiento del virus que maneja el Gobierno. Reuniones y llamados a toda hora. La preocupación por el Conurbano.

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El Gobierno maneja bajo reserva cuatro curvas del crecimiento del coronavirus en la Argentina con datos que proyectan contagios y muertes: una muy positiva, otra muy negativa y, entre los extremos, una intermedia positiva y otra intermedia negativa. ¿Qué curva terminará de imponerse? ¿Cuál será el peor día de las próximas semanas? En esos términos se habla en las más altas charlas políticas. Solo a partir de entonces, cuando lo peor haya llegado, se podrá pensar en una etapa descendente de la pandemia.

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Aquellas preguntas empiezan a agitarse con demasiada frecuencia entre quienes están al frente de la batalla. Llegará un día en que los casos positivos de coronavirus estremecerán a todos. Lo sabe Alberto Fernández, que declaró la cuarentena obligatoria hasta el 31 de marzo, y lo saben los líderes de la oposición, que apoyaron sin la mínima vacilación. Quienes comandan el operativo apelan a la aritmética en forma cotidiana. Algunos creen que el pico se dará el 15 de abril, otros hablan de la última semana de ese mes o primera de mayo y prefieren no establecer una jornada determinada.

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No es cuestión de alarmar, sino de informar: ayer se produjo el cuarto fallecimiento, hay 225 personas contagiadas y aún se está atravesando la fase que los epidemiólogos llaman de contención. El país mutará en pocas semanas a la fase de contagio comunitario, que es cuando la enfermedad escala fuerte. Fernández y los gobernadores tienen una prioridad, por encima de otras también urgentes: que el sistema de salud no colapse.

“Lo peor está por venir y nos estamos preparando”, dicen en la cima de la Casa Rosada. Esa consigna es la que une y genera sintonía entre el jefe de Estado y Horacio Rodríguez Larreta. Los mandatarios llegaron a reunirse tres veces en menos de veinticuatro horas. Sucedió después de que el jefe de Gobierno recibiera su propia curva de proyección del coronavirus en la Ciudad. Las cifras sacudieron su temple.

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El alcalde no solo se inquietó por la situación de los porteños. En su equipo le avisaron que el primer cordón del Conurbano (Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora y una parte de La Matanza, entre otras localidades) también estará muy afectado y que podría requerir atención en alguno de los 33 hospitales de la Capital. Por eso, el jueves pidió una reunión con el Presidente.

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-Preguntale a Alberto si lo puedo ir a ver. Necesitamos coordinar algo en forma urgente- le escribió Rodríguez Larreta a Gustavo Beliz.

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El secretario de Asuntos Estratégicos no tardó en contestarle.

-Dice Alberto que te vengas ya mismo.

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Larreta relegó su agenda y acudió a la Rosada. Se excusó de llegar en remera porque cuando le envió el mensaje a Beliz estaba en la calle. El jefe de Gobierno le mostró sus números al Presidente. Le dijo que era necesario coordinar el sistema de salud y que a la conversación debía incorporarse Axel Kicillof, con el que ahora habla no menos de una vez por día. Alberto le propuso la creación de una mesa del área metropolitana. La conformaron su ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro; el jefe de Gabinete de la Ciudad, Felipe Miguel; y el jefe de Gabinete de Kicillof, Carlos Bianco.

“Son los que les están poniendo nombre y apellido a las camas”, dramatizó una fuente. La construcción de nuevos espacios de atención desvela por igual a porteños y bonaerenses. “No nos podemos permitir una avalancha”, sostienen. La ecuación no tiene misterios y el mundo lo está demostrando: la tasa de mortalidad sube cuando faltan camas. El mejor espejo es Alemania. En ese país han muerto menos del uno por ciento de los infectados. El terror es Italia, donde los fallecidos trepan al 8 por ciento de los contagiados.

Larreta quiere tener listas cuanto antes -para atender exclusivamente casos de coronavirus-, unas 3.000 camas de hotel, es decir, las que utilizan para aislar a pacientes de riesgo. Y quiere otras 400 plazas para internación en hospitales, de las cuales el 5 por ciento están pensadas para casos de terapia intensiva. La situación de la Provincia es mucho más delicada. Kicillof insistió frente a sus interlocutores con que necesita más recursos, ya no solo para camas, como la Ciudad: reclamó fondos para respiradores, insumos médicos y para cosas básicas como barbijos y guantes de látex. Fernández le dijo que reasignaría partidas presupuestarias. El gobernador construirá, en una primera etapa, seis laboratorios donde se pueda efectuar el test de coronavirus que hoy solo se realiza en el Instituto Malbrán.

Kicillof tuvo que lidiar durante varios días con sus propias dudas, que también formaron parte de largos debates en su Gabinete: ¿era aconsejable la cuarentena total? “Yo de salud no sé, así que voy a respetar lo que nos recomienden los epidemiólogos. Y sobre eso no habrá más debate”, saldó la discusión en la intimidad. No transcurrieron días fáciles en ningún lado, pero en la Gobernación fueron aún más complejos.

En verdad, no era la cuarentena que finalmente declararía el Presidente lo que les preocupaba a él y a sus ministros, sino el impactante efecto que tendrá sobre una economía de por sí demasiado frágil. En el territorio bonaerense se sufre más que en ningún otro. Los intendentes fueron los primeros en ponerse en guardia y lo hicieron saber. Algunos en tono amigable, otros no tanto.

Cuando la decisión de la cuarentena estaba implementada, Kicillof habló por teléfono con Cristina Kirchner, que lo llamó desde Cuba el viernes por la mañana. El mandatario interrumpió la reunión de Gabinete cuando vio quién llamaba y se fue a hablar afuera de su despacho. Al volver, solo dijo: “Era Cristina”.

La preocupación de Kicillof comprende también a la Nación. El ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, coincide con el gobernador en que hay que atender al amplio mundo de las changas y del cuentapropismo en el Conurbano. Es un mundo dividido en tres. Están las personas que tienen planes sociales y además hacen changas (plomeros, gasistas, etc); los que hacen changas de modo más integrado (carpinteros o remiseros que viven con sus ingresos) y el sector más pobre, que solo realiza esas tareas cada tanto, en áreas de la construcción o a domicilio. Para que esos tres sectores tengan dinamismo es fundamental -dice Arroyo- “que derrame la economía formal. Cuando se traba estamos en problemas y en un contexto crítico como este todo es peor”.

El oficialismo y la oposición parecen trabajar en la misma dirección. Es una auténtica novedad en medio de una crisis sin precedentes, que recién alumbra. Hay mucho por hacer, arengó Sergio Massa a los jefes opositores en Diputados, y pidió estar a la altura. Lo hizo en tono desafiante:“Esto no es para cagones”. 

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