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Correte Alberto, estamos gobernando

Alberto Fernández se hunde en la intrascendencia

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Cristina Kirchner - Juan Manzur - Alberto Fernández
Descacharreo

En la agenda oficial, pareciera que Juan Manzur le dijo a Alberto Fernández, “correte Alberto que estamos gobernando”. Muchos se preguntan dónde está el piloto, porque el jefe del Estado salió de la escena y se refugió en el silencio y las sombras. Aquel acto grotesco donde Alberto Fernández recordó la canción que compuso en la pandemia, fue la confirmación del esperpento en que había convertido su gestión.

Está claro que el presidente se perdió, pero no se encontró. Se cayó, pero no se levantó. Se pasó demasiado tiempo contra las cuerdas, con Cristina Kirchner respirando su nuca y gritándole en el oído. Dijo e hizo torpezas que la historia se encargará recordar como el peor presidente desde el retorno de la democracia. Cristina Kirchner no solamente lo sometió. También le arrancó hasta el último suspiro. De títere lo transformó en prisionero de sus caprichos.

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En 22 meses, no pudo cumplir ni siquiera con el uno por ciento del pacto espurio que firmó con Cristina Kirchner, el trueque de sillón de Rivadavia por impunidad. No se cerró ninguna de las causas de Cristina Kirchner. Y todo indica que el 14 de noviembre será un acelerador para que los jueces avancen sin prisa, pero sin pausa, sobre los 7 juicios orales que acechan a la vicepresidenta.

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Cristina Kirchner lo fue desangrando. Una docena de altos funcionarios se tuvieron que ir humillados del gobierno nacional. Se trata de Marcela Losardo, su socia y amiga de toda la vida, de Juan Pablo Biondi, una suerte de sombra de Alberto Fernández, de dirigentes que lo venían bancando hace años como Nicolás Trotta, Daniel Arroyo, Francisco Meritello, Alejandro Vanoli o Felipe Solá.

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Alberto Fernández – Juan Pablo Biondi

Hubo más eyectados del gabinete y ninguno pertenecía al cristinismo. Ginés González García, Luis Basterra, Guillermo Nielsen, Sabina Fréderic, María Eugenia Bielsa y hasta un Agustín Rossi, que se quedó en el medio, sin el pan y sin la torta. Alberto Fernández perdió un ejército de colaboradores en esta batalla con Cristina Kirchner. Pero lo peor fue la manera en que los tiró por la ventana.

Los entregó. A muchos ni siquiera se atrevió a pedirles las renuncias y mandó a Santiago Cafiero. A otros no les habló nunca más y ni siquiera les dio explicaciones. Al principio, premió a algunos con embajadas. Pero al final ni siquiera les dio un abrazo. Ese desagradecimiento a muchos les sonó a traición. Y a otros a una debilidad espantosa que no le permite defenderse a sí mismo y mucho menos defender a los demás.

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Alberto Fernández, ni en sueños se imaginó como presidente. Hoy lo vive como una pesadilla. Cristina Kirchner le va a seguir comiendo piezas después de las elecciones. Martín Guzmán, Gustavo Béliz, Matías Kulfas y hasta Pepe Albistur, ya tienen tarjeta roja a plazo fijo. Alberto Fernández siempre fue un burócrata del poder sin la más mínima empatía ni carisma. Pero el poder lo desnudó para las mayorías.

Sus convicciones son rotativas y gelatinosas de acuerdo a sus intereses más urgentes. Pudo ser nacionalista derechoso, cavallista, menemista, duhaldista, kirchnerista, cristinista, anti cristinista y otra vez cristinista, sin que se le mueva un músculo. Básicamente es un impostor. Un simulador. Alguien que se vendió racional y moderado y fue uno de los más crueles ejecutores de las peores medidas de Néstor Kirchner.

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